Benedicto XVI: 60 años sirviendo nuestra alegría

Publicado el: 3 Agosto, 2011

“Servidor de vuestra alegría” (Herder 2005) es el título de un libro publicado originalmente en alemán el año 1988 y cuyo autor es Joseph Ratzinger, hoy Benedicto XVI.

En él reunió siete meditaciones cuyo tema es el sacerdocio: “El motivo constantemente presente en estas reflexiones es el gozo que brota del evangelio. Espero, pues, que este pequeño volumen sea un modesto ‘servicio de alegría’ y pueda responder así al sentido más hondo de la misión sacerdotal” (pág. 11). La alegría, entonces, se ubica en el corazón de la misión sacerdotal. Y es así como el Sumo Pontífice, el 29 de junio recién pasado, ha cumplido 60 años sirviendo nuestra alegría. El 29 de junio de 1951 fue ordenado sacerdote, junto a su hermano Georg, en la catedral de Freising por el Cardenal Michael von Faulhaber. De estas meditaciones espigaré un par de pasajes donde se dice que corresponde y que no corresponde al ser sacerdote, elementos por extensión se pueden aplicar también a todo discípulo de Jesús.

Lo primero a mencionar, tiene que ver con la acción de Dios. A propósito de la parábola del sembrador (Lc 8,4-15), plantea que en ella “Jesús quiere decir que todas las cosas que producen fruto verdadero empiezan en este mundo por lo pequeño y escondido. También Dios se ha sometido a esta regla en su actuación sobre la tierra. Dios mismo entra de incógnito en este tiempo del mundo, se presenta bajo la figura de la pobreza, de la debilidad” (pág. 15). Esto es lo que tiene que llevar al sacerdote a advertir “que lo oculto y escondido es más poderoso que lo grande y vocinglero” (pág. 19), es decir, afinar los sentidos para descubrir el paso de Dios en lo sencillo y humilde. Descubrir y transmitir que “Dios es bueno y está del lado de lo pequeño y de los pequeños” (pág. 41-42). Además, los sacerdotes habrán de preguntarse si facilitan u obstaculizan el crecimiento de la semilla de la Palabra de Dios: “¿No debemos meditar seriamente en el peligro de que, al final, seamos contados en el número de aquellos de quienes Jesús dijo que no ‘producen fruto’, es decir, que han vivido inútilmente?” (pág. 21). El sacerdocio no brota del propio querer sino que es respuesta al llamado del Señor e implica seguirlo incondicionalmente, es decir, “que renunciemos a nuestra propia voluntad, a la idea de la simple autorrealización, a lo que podríamos hacer o querríamos tener y nos entreguemos a otra voluntad para dejarnos guiar por ella, llevar incluso adonde no queremos” (pág. 33) y es precisamente por esto que el sacerdocio “no es posible imaginarlo como un modo de conseguir seguridad en la vida, de ganarse el sustento, de obtener una cierta posición social. No se le puede elegir simplemente como algo que proporciona seguridad, amistad, protección y cobijo, como un medio con que poder organizar la vida” (pág. 33). Si fuera así “Dios se convierte en un medio para nuestros propios intereses” (pág. 45).

Para el tema crucial de la alegría, explica la sentencia de Jesús “Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar la buena nueva” (Lc 9,60) diciendo: “Los trabajos de este mundo por los bienes y las riquezas son en el fondo preocupaciones por los muertos. ‘Tú sal de este trabajo de muertos de este mundo y anuncia la alegría’, tal es el núcleo auténtico de la llamada que el Señor dirige a quienes han de transmitir su palabra. Anunciar la alegría: por eso a los servidores del evangelio los llama Pablo ‘servidores de vuestra alegría’” (pág. 37) como aparece en 2Co 1,24. ¿Y alegría por qué? Porque se nos anuncia que “nuestro ser en el mundo no es un vivir para la muerte, no es un vivir desde la nada y hacia la nada, sino una vida que ha sido querida desde el principio por un amor infinito hacia el que se encamina” (pág. 37); alegría que descubrimos “cuando tenemos el valor de dejarnos incendiar por el mensaje del Señor. Y cuando lo hemos descubierto, entonces podemos abrasar, porque entonces somos siervos de la alegría en medio de un mundo de muerte” (pág. 38). Ésta es la buena noticia que nos llena de alegría: no somos producto del azar ni de la casualidad; nuestra existencia no es un puente entre dos abismos ni una chispa de luz entre dos oscuridades, sino que venimos de un amor insondable en el cual nos podemos cobijar, y a ese amor nos dirigimos. Es la alegría que brota de la cruz, en la que el Hijo de Dios hecho hombre ha asumido los dolores, angustias y miserias de la humanidad para transformarlos en semillas de resurrección. Es precisamente por esto que no se trata ni de una alegría escapista (que pasa por alto el dolor) ni conformista.

Esta alegría es esencial al cristianismo, y por eso no es casualidad que Mons. Fernando Chomalí en su primer domingo como Arzobispo haya dicho en su homilía: “quisiera que esta Arquidiócesis estuviese profundamente marcada por la alegría, la auténtica alegría que proviene de saber que Jesucristo se entregó por cada uno de nosotros. Y esa es la manera de que el mundo crea, el mundo cree por lo que decimos pero también el mundo cree por lo que nosotros somos y por lo que nosotros hacemos, y la alegría es un don del Espíritu que estamos llamados a cuidar”.

Agradezcamos y celebremos por el sólido testimonio de Benedicto XVI en sus sesenta años de servicio a nuestra alegría, y caminemos guiados por nuestros pastores Fernando y Pedro por los senderos de la alegría del Crucificado-Resucitado que busca dar vida al mundo.

Arturo Bravo, Dr en Teología

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