Benedicto XVI: la “comunitariedad” de la fe

Publicado el: 12 Octubre, 2011

Muchas veces el insistir unilateralmente en la dimensión personal de la fe ha hecho que ésta sea comprendida erróneamente como algo individual, lo que ha llevado a caer en el intimismo espiritualista que, en realidad, es de corte protestante. De esto puede surgir la clásica pregunta de qué es primero, el huevo o la gallina, pero en el caso de la fe, la respuesta es clara.

La fe católica ha reconocido siempre la primacía de la dimensión comunitaria de la fe partiendo de los antecedentes bíblicos: tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, Dios aparece creando un pueblo para relacionarse con él. Más aún, la misma Sagrada Escritura es fruto de la fe de la comunidad creyente. Y en los evangelios, lo primero que hace Jesús al iniciar su ministerio público es reunir un grupo de discípulos, es decir, ¡ni siquiera Jesús anda solo sino que en comunidad! Y no podría ser de otra forma, puesto que Dios en sí mismo es comunidad: es Trinidad.

La respuesta, entonces, para nosotros católicos es clara: la fe es en primer lugar comunitaria, prueba de esto es la práctica del bautismo de niños, quienes cuando son bautizados no saben ni dónde están parados, a decir verdad no se pueden ni parar todavía, y, por tanto, son bautizados en la fe de la Iglesia, de la comunidad creyente, representada por sus padres y padrinos, quienes tienen el sagrado deber de educarlos en la fe.

Esta “comunitariedad” ha sido recordada recientemente por Benedicto XVI durante su viaje a Alemania, en homilía de la misa que celebró en la plaza de Erfurt el 24 de Septiembre recién pasado:

“La fe es siempre y esencialmente un creer junto con los otros. Nadie puede creer por sí solo. Recibimos la fe mediante la escucha, nos dice san Pablo. Y la escucha es un proceso de estar juntos de manera física y espiritual. Únicamente puedo creer en la gran comunión de los fieles de todos los tiempos que han encontrado a Cristo y que han sido encontrados por Él. El poder creer se lo debo ante todo a Dios que se dirige a mí y, por decirlo así, “enciende” mi fe. Pero muy concretamente, debo mi fe a los que me son cercanos y han creído antes que yo y creen conmigo. Este gran “con”, sin el cual no es posible una fe personal, es la Iglesia. Y esta Iglesia no se detiene ante las fronteras de los países, como lo demuestran las nacionalidades de los santos que he mencionado: Hungría, Inglaterra, Irlanda e Italia. Esto pone de relieve la importancia del intercambio espiritual que se extiende a través de toda la Iglesia. Sí, ha sido fundamental para el desarrollo de la Iglesia en nuestro país, y sigue siendo fundamental en todos los tiempos, que creamos juntos en todos los Continentes, y que aprendamos unos de otros a creer. Si nos abrimos a la fe íntegra, en la historia entera y en los testimonios de toda la Iglesia, entonces la fe católica tiene futuro también como fuerza pública en Alemania. Al mismo tiempo, las figuras de los santos de los que he hablado nos muestran la gran fecundidad de una vida con Dios, la fertilidad de este amor radical a Dios y al prójimo. Los santos, aun allí donde son pocos, cambian el mundo. Y los grandes santos siguen siendo fuerza transformadora en todos los tiempos.

De esta manera, los cambios políticos del año 1989 en nuestro país no fueron motivados sólo por el deseo de bienestar y de libertad de movimiento, sino, y decisivamente, por el deseo de veracidad. Este anhelo se mantuvo vivo, entre otras cosas, por personas totalmente dedicadas al servicio de Dios y del prójimo, dispuestas a sacrificar su propia vida. Ellos y los santos que hemos recordado nos animan a aprovechar la nueva situación. No queremos escondernos en una fe meramente privada, sino que queremos usar de manera responsable la libertad lograda. Como los santos Kilian, Bonifacio, Adelar, Eoban e Isabel de Turingia, queremos salir al encuentro de nuestros conciudadanos como cristianos, e invitarlos a descubrir con nosotros la plenitud de la Buena Nueva, su presencia, su fuerza vital y su belleza. Entonces seremos como la famosa campana de la Catedral de Erfurt, que lleva el nombre de “Gloriosa”. Se considera la campana medieval más grande del mundo que oscila libremente. Es un signo vivo de nuestro profundo enraizamiento en la tradición cristiana, pero también un llamamiento a ponernos en camino y comprometernos en la misión. Sonará también hoy al final de la Misa solemne. Que nos aliente a hacer visible y audible en el mundo – según el ejemplo de los santos – el testimonio de Cristo, a hacer audible y visible la gloria de Dios y, así, a vivir en un mundo en el que Dios está presente y hace la vida hermosa y rica de significado. Amén”.

En síntesis: la fe nos llega de la comunidad y la asumimos personalmente para vivirla en comunidad y en beneficio de la comunidad

Se puede ver la homilía completa en: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/homilies/2011/documents/hf_ben-xvi_hom_20110924_domplatz-erfurt_sp.html

Fuente: Arturo Bravo, Coordinador, Depto. de Animación Bíblica de la Pastoral del Arzobispado

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