Con un mensaje de esperanza en la Resurrección, se celebró Día de Todos los Santos, en cementerios de Concepción, a los que acudieron masivamente las personas para recordar a sus deudos fallecidos.
Producto del terremoto de febrero 2010 y al destruirse la capilla del crematorio del Cementerio General de Concepción, este año se levantó un altar en una plazoleta del camposanto, para celebrar las misas que programó la parroquia San Francisco de Asís, del sector Lorenzo Arenas, como servicio pastoral a las miles de personas que acuden a uno de los más grandes cementerios de la zona.
Monseñor Fernando Chomali, Arzobispo de Concepción, dijo en su homilía que “el mensaje de hoy es un mensaje de esperanza, porque la muerte ha sido vencida por Jesucristo y, por lo tanto, no hay que temerle a la muerte y con toda propiedad, podemos decir que nuestros familiares están juntos a Dios”.
Pero agregó que este mensaje es también de “tomarnos la vida muy en serio”, explicando que “la vida es un gran don de Dios y que su vocación fundamental es estar junto a Dios y eso nos compromete a trabajar por una sociedad digna de Él; es decir, quienes creemos en la resurrección creemos, en primer lugar, en la dignidad del ser humano y eso nos obliga a trabajar por un mundo más justo”.
Reflexionó respecto a que “no hay dolor más grande que perder a un ser querido ¿Por qué duele? Sencillamente, es una pérdida irreparable. Es triste que alguien que estuvo a nuestro lado, fallezca y nunca más lo tengamos físicamente. Tenemos que ser muy compasivos y misericordiosos”, planteando que es muy importante sentirse acompañados en este dolor.
Agregó que el dolor que experimentamos como personas, no es la última palabra. “Dios, Jesucristo, nos ha traído la salvación, porque la muerte no es la última palabra. Él nos ha traído un mensaje de esperanza, porque Él mismo vive la experiencia del dolor y lo que significa la muerte, pero también vive la novedad genuina y propia nuestra, de la resurrección. Si Él no hubiera resucitado vana sería nuestra fe. Es ahí donde nosotros tenemos nuestra esperanza y esa es la gran riqueza de la Iglesia, es el corazón de la predicación”, enfatizó.
Manifestó que “es hermoso saber que nuestro propio destino no es una fatalidad. No estamos condenados a la nada; no estamos condenados a desaparecer, sino que estamos llamados a una vida eterna junto a Dios, porque es ahí donde se manifiesta su amor, su gloria y se manifiesta con toda su intensidad para lo cual hemos sido creados. Por eso es que estamos aquí, serenos”.
En ese sentido, pidió a los fieles a que exijan a los obispos y a los sacerdotes “a que hablemos de la resurrección de Jesucristo; que hablemos de la vida eterna, porque es ahí donde se vive el corazón de nuestra fe y de nuestra esperanza y nos impulsa a una vida nueva”.
En este mismo contexto, planteó otra pregunta: “¿Quién se va a salvar? ¿Quién va a tener acceso a la promesa de Jesucristo? Y la respuesta es una sola: Dios quiere que todos los hombres se salven y alcancen la gloria para la cual han sido llamados. Y Dios quiere que ese don inmenso que significa la salvación, nosotros la acojamos libremente”.
En su homilía agregó. “·¿Cómo un cristiano acoge la invitación del Señor a la salvación? Viviendo, hoy, el mandamiento del amor. Dios no quiere que construyamos grandes edificios, que seamos grandes científicos necesariamente y seamos personas de éxito para crear grandes empresas, lo que Dios quiere es que amemos a Dios por sobre todas las cosas y amemos al prójimo como a nosotros mismos. Es ahí donde está el gran proyecto cristiano, en el amor a Dios pensando en la vida eterna, como la consumación del amor de Dios, por cada uno de nosotros. Y, por eso, el Señor nos da un programa de vida que resulta ser además muy paradójico, porque es muy contrario a lo que nos ofrecen todos los días los predicadores del consumo y del éxito. Nos dice que tengamos alma de pobres, es decir que reconozcamos que si algo bueno podemos hacer es un don de Dios. Nos pide que no nos atormentemos por la aflicción, porque hallará consuelo; nos pide que seamos pacientes, nos pide que trabajemos por la justicia, es decir, que nos interesemos del mundo, por el mundo porque el mundo es de Dios y para Dios, porque el mundo ha sido cristificado, por el mismo Jesucristo se hizo carne y derramó la sangre por cada uno de nosotros”, concluyó.