El sentido de comunidad en tiempos de pandemia

Publicado el: 3 Diciembre, 2020

El inicio de la pandemia me hizo reflexionar sobre qué tan firme era mi fe, pues en momentos de crisis podemos tomarle el pulso a nuestra fe. Como lo he dicho en varias oportunidades no es, no sentir miedo, angustia, ansiedad, incertidumbre, sino que la fe permite salir de esas emociones para llenarnos de esperanza, paz y tranquilidad.

Luego, me focalicé en las pérdidas que trajo consigo la pandemia, lo que me llevó a poner mayor atención al autocuidado, al igual que Jesús que se daba sus tiempos de soledad, silencio, oración. Ocuparme de la calidad de vida.

Ahora me pregunto, ¿qué va a pasar cuando nos toque volver a la “normalidad”? ¿Estaremos dispuestos a dejar nuestra casa para ir a la misa dominical? La cultura del temor, de igual manera, nos ha invadido un poco, pero también nos podemos estar acomodando a nuestro espacio y zona de confort, de tener todo a un solo click. Ahora bien, ¿hemos acudido asiduamente al templo cuando hacemos ese click?, me refiero al respeto y al sentido real de encontrarnos, aunque fuese de una manera online, virtual o televisiva.

¿Me he permitido fortalecer mi sentido de Iglesia doméstica y de Iglesia universal? ¿Qué ha significado en este tiempo la fracción del pan? ¿Cómo vivo la comunión espiritual? ¿Cómo vivo la oración? En el fondo, ¿cómo se ha visto afectada o fortalecida mi vida espiritual en este tiempo de pandemia? ¿Qué tan consciente soy de mi vida interior?

Vivir el sentido de comunidad eclesial en casa nos facilita despertar a que todo nos habla de Dios, no solo la celebración litúrgica, las oraciones, retiros, charlas, cursos. La presencia de Dios traspasa todo, y su presencia en la celebración vivida en casa, no debería dejarnos indiferentes. Incluso, creo que hay personas que hace mucho tiempo no habían asistido a misa y ahora, por acto reflejo o de rebote, la han tenido que escuchar, debido a que alguien en la casa la escucha fielmente los domingos o todos los días.

Nuestra casa se ha transformado en templo de la presencia viva de Dios. Esta experiencia de fe: ¿Nos ha permitido encontrarnos de una manera diferente con quienes vivimos? ¿Hemos podido enfrentar nuestras diferencias? ¿Hemos podido hablar de aquello que estaba pendiente? ¿Hemos podido pedirnos perdón? Si bien, este tiempo ha sido largo y quizás sea aún mucho más largo, es sólo un momento en la historia de nuestras vidas; no estaremos encerrados para siempre. Por lo mismo, no debemos desesperarnos, sino por el contrario, no nos farreemos este tiempo de estar juntos, de compartir, de conocernos, de aceptarnos y de amarnos. Suena lindo, pero no es imposible. La transformación del mundo no pasa por los demás. Si yo me transformo, si tú te transformas, ya somos dos granitos de arena transformados en este mundo y en ti, y en mí, el mundo ya no es el mismo.

Las primeras comunidades multiplicaban prodigios y signos. Todo el desenvolvimiento de la Iglesia en las redes sociales, con retiros, adoraciones al santísimo, oraciones, misas, lectio divinas. El poder acomodar nuestros horarios y disponernos con tranquilidad a participar, han sido milagros de la pandemia.

Parece que la Iglesia estaba dormida y gracias a la pandemia despertó a una nueva realidad, a una nueva manera de evangelización, y se adaptó a los tiempos, pues se han ofrecido tantas instancias gratuitas de crecimiento humano y espiritual. Incluso pareciese que ha crecido el interés de jóvenes que, con el tema de la tecnología, han accedido con mayor motivación a recibir formación.

Tengo tanta confianza de que el encierro no nos ha estancado, que como Iglesia seguimos avanzado, y hasta tengo la sensación de que en meses hemos logrado más avance evangelizador que en años. El sentido de pertenencia a una Iglesia universal ha sido bastante visible. Con la tecnología y los famosos “live” ó “en vivo”, hemos podido cruzar fronteras físicas. Pese a ello, no logro dimensionar lo que se viene cuando sumemos a todo esto, la Iglesia presencial, cuando nos volvamos a reunir en el templo y en los salones parroquiales. Sin duda, algo nuevo ha nacido y somos protagonistas de este cambio.

La pandemia nos da la oportunidad de revitalizar nuestro sentido de Iglesia, nos vuelve a situar en el seno del hogar, pero al mismo tiempo no nos deja indiferentes a los demás. El sentido de cuidarnos para cuidar, dió otro dinamismo a la comunidad. Nos hemos transformado en mediadores, en facilitadores, en ayudadores, quizás era algo que hacíamos antes, sólo que ahora lo hacemos con mayor conciencia de necesidad, de solidaridad, de empatía, pero también con conciencia de gratitud. Las cosas materiales, las actitudes, los mensajes, las llamadas, todo ha cobrado un valor diferente.

La solidaridad ha cambiado de matiz, no se ha quedado solo en lo material, ahora ha aumentado la preocupación por aquellos que están solos, o enfermos. Las llamadas no son para cosas puntuales, son para darse un tiempo, para sentir cerca al otro/a, para disfrutar de la amistad, del cariño, de la compañía.

Pareciese ser que nos hemos vuelto más sensibles, hemos ampliado nuestra mirada, y lo más curioso es que lo hemos hecho desde nuestra casa. Es como que antes caminábamos casi topándonos y no nos veíamos y ni nos escuchábamos con atención, ahora pareciese ser lo contrario, no nos vemos ni nos topamos en la calle, pero estamos más atentos al otro/a.

No dejemos atrás la tecnología, pues es nuestra aliada. Que los tiempos ganados para formarse de manera online, no se pierdan. Que los tiempos ganados en reuniones, retiros, charlas y compartir comunitarios, a través de la herramientas disponibles, se mantengan para fortalecer aun más los lazos fraternos.  Nos hemos adaptado a los cambios, claro que sí, pero no es algo que será para siempre, por eso no debemos dejar de alimentar nuestro sentido de comunidad. Siguiendo la línea del papa Francisco que con su encíclica nos refuerza que, somos todos hermanos y hermanas.

La pandemia nos ha facilitado recuperar la sencillez, y poco a poco la alegría, pero no queremos acostumbrarnos a estar encerrados, queremos volver a encontrarnos. Que los tiempos ganados para el compartir en familia no se pierdan del todo.

Este tiempo de pandemia nos ha permitido volver a las raíces del cristianismo con la iglesia doméstica, para revitalizar el sentido eclesial.

La pandemia nos ha dado oportunidad de acrecentar nuestra fe y la de otros. Hemos estado encerrados, pero no desconectados. Ojalá al retornar al templo parroquial o capilla no lleguemos solos/as, traigamos con nosotros a familiares, amigos, conocidos que, en este tiempo, han podido encontrarse o reencontrarse nuevamente con el Dios de la vida.

Definitivamente nada ni nadie nos aparta del amor de Dios, pues pese a todo lo que estamos viviendo, la vida se encarga de darnos alegrías. El punto es que esta pandemia nos muestra con insistencia que nosotros podemos ser alegría para los demás. Esperar menos y dar más. Hemos mejorado la calidad de las relaciones y si aún no lo hemos hecho, estamos a tiempo. Pareciese ser que no debemos quejarnos tanto, la pandemia ha sido también tiempo de gracias. Detente y observa tu vida interior y exterior, sin duda encontrarás razones para alabar a Dios.

Mariana Peña Mendoza,
Religiosa, Congregación Hermanas de la Providencia.

 

© Arzobispado de Concepción