Fin del mundo: nadie sabe ni el día ni la hora

Publicado el: 17 Enero, 2012

Anuncios de cataclismos son analizados por expertos desde una mirada de la fe, en entrevista al padre Samuel Fernández y al astrónomo del Vaticano Guy Consolmagno.

¿Se acaba el mundo el 2012? ¿Por qué tantas predicciones del fin del mundo? ¡Qué dice la Iglesia acerca de estas profecías? el Periódico Encuentro de la Arquidiócesis de Santiago conversó con el padre Samuel Fernández, profesor de la Facultad de Teología, sobre la actitud del creyente ante este tipo de vaticinios.

Miles de páginas en internet, programas especiales de televisión, libros y películas dan cuenta en el último tiempo de una “predicción” que ha causado inquietud en algunos sectores de la población, especialmente en niños y jóvenes, y que dice relación con una gran catástrofe que ocurriría el año 2012, provocando el fin del mundo. Este vaticinio se ha visto reforzado por cierta interpretación del Calendario Maya (civilización precolombina de América Central y sur de México que existió desde el año 1.000 a.C. hasta fines del siglo XVII), cuya cuenta termina exactamente el 21 de diciembre de 2012, fecha sindicada por estos catastrofistas como el día final. Para otros, sería el nacimiento de una nueva era.

Desde siempre -y en todos los tiempos- han existido personas que han profetizado el fin del mundo. El doctor en teología y profesor de la Facultad de Teología de la Universidad Católica, padre Samuel Fernández, tiene una explicación al respecto: “Nuestra experiencia nos enseña que no podemos tener todo bajo control y que, finalmente, la muerte nos rodea, y todo eso nos causa temor, lo cual nos puede llevar a creer en cualquiera de esas tantas predicciones”.

¿Existe para la Iglesia el fin del mundo?

El mundo y la vida de los hombres no están orientados a desaparecer, sino hacia una meta: esa meta es la plenitud de la comunión con Dios y con los hermanos.  Es sano recordar que este mundo, tal como hoy lo conocemos, se acabará, de hecho el Señor nos promete "cielos nuevos y tierra nueva". Pero más que pensar en la destrucción del mundo, debemos pensar en su plenificación, en su plena realización. El amor, la bondad, la comunión, la generosidad y todo lo bueno que hoy gustamos parcialmente, encierra en sí algo de eternidad, y por eso nuestra vida tiene tanto valor.
¿Qué dice la Iglesia sobre las profecías que anuncian el fin del mundo?
No las toma en cuenta, pues sigue las palabras de Jesús: "Velad, porque no sabéis ni el día ni la hora" (Mt 25,13). Y el mismo Concilio Vaticano II dice: "Ignoramos el tiempo en que la tierra y la humanidad llegarán a plenitud, y la forma en que se transformará el universo" (GS 39). Nuestra confianza no se apoya en vaticinios o augurios, sino en la persona de Cristo, el que nació de María, el que pasó por el mundo haciendo el bien y curando a los enfermos, el que por amor a nosotros entregó su propia vida y que, una vez resucitado, está junto a Dios Padre, y prepara un lugar para nosotros.
¿Cuál debiera ser la actitud de un cristiano, de una persona de fe, frente a estas ideas apocalípticas del fin del mundo?
Este tipo de predicciones tienen el riesgo de que nos desentendamos de este mundo: si el mundo se va a acabar, entonces ya no somos responsables de él. Pero estamos llamados a amar y a comprometernos con el mundo y su progreso: el reino definitivo comienza hoy, y algún día alcanzará su plenitud. Lo que hoy hacemos, de algún modo, dura para siempre: hoy tenemos la oportunidad de entrar en comunión con Dios por medio de su Iglesia, por los sacramentos y por la oración, y hoy podemos acercarnos a Cristo en cada hermano que nos necesita, de acuerdo a las palabras de Jesús: "Lo que hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40).
¿Existen signos actuales (calentamiento global, armas nucleares, asteroides que podrían impactar la Tierra, pestes y otras amenazas) que hagan pensar que hoy el fin del mundo es más posible que en otras épocas?
Todas las épocas han ofrecido signos alarmantes, también la nuestra. Más que prepararnos para el fin del mundo en el 2012, debemos cuidar la paz, la creación y la fraternidad entre todos los seres humanos. San Alberto Hurtado solía repetir una frase de san Agustín: "Decís que los tiempos son malos, sed vosotros mejores y los tiempos serán mejores: vosotros sois el tiempo".

¿No es acaso el temor ancestral al fin del mundo una metáfora del miedo que sentimos por nuestro propio fin, nuestra propia muerte?

Sabemos que nuestra vida es corta, y eso nos produce angustia: encontramos nuestros límites. Pero la fe nos invita a confiar en que no estamos solos en el universo, abandonados a fuerzas anónimas, sino que, en definitiva, estamos en las manos de Dios, un Dios que nos ama, que es Padre y que nos conoce a cada uno con su propio nombre y su propia historia: ahí reside nuestra esperanza.
 
Fuente: Periódico Encuentro, Arzobispado de Santiago / Rodrigo Montes B
 
Habla el astrónomo vaticano Guy Consolmagno

¿Tendremos el mismo fin que los dinosaurios? Quizá sí. Pero tranquilos, no en 2012. Por tanto no hay que dar ningún crédito a “pronósticos improbables” o “previsiones” del futuro ya estigmatizadas por Benedicto XVI. La tranquilización llega del hermano Guy Consolmagno, astrónomo del Observatorio Vaticano.

Este jesuíta estadounidense –informaba este miércoles el diario vaticano L’Osservatore Romano – une al rigor del investigador un agudo sentido de la noticia y la fe sólida de los discípulos de Ignacio de Loyola.

¿Qué puede decir la astronomía sobre la estrella que hace dos mil años guió a los magos y a los pastores a la gruta de Belén? "En verdad –responde el astrónomo- no sabemos lo que vieron los pastores o los magos en el cielo. Los Evangelios están más interesados en contarnos sobre Jesús que en enseñarnos astronomía. Quizá fue un acontecimiento totalmente milagroso, sin parangón en la astronomía común; o quizá son narraciones que quieren representar y subrayar el evento de la Encarnación que ha sacudido al universo. O se verificó algún raro hecho astronómico que coincidió divinamente con el nacimiento de Jesús".

Sobre la posibilidad de que alguien avistara el cometa, el hermano Guy subraya que “los pastores eran personas sencillas que conocían las estrellas sólo porque las veían en el cielo pero no estaban interesados en calcular sus movimientos”.

Por el contrario, “se puede presumir que los magos fueran astrónomos y tuvieran la capacidad de calcular y prever las posiciones de los planetas. Sin embargo, en cuanto estudiosos de su época, pensaban que los movimientos planetarios estaban de algún modo relacionados con los eventos humanos, lo que les convertía también en astrólogos. Ciertamente, los pastores podrían no haber visto en el cielo las mismas cosas que los sabios. Las Escrituras judías prohibían, de modo categórico, cualquier intento de predecir la fortuna mediante la astrología. Y esto podría por tanto también explicar por qué la estrella, fuera lo que fuera, no fue ‘interpretada’ en Jerusalén como el nacimiento de un rey”.

En este sentido, hay quien periódicamente propone mover las manecillas del reloj y “volver a poner” la hora exacta de Navidad. “Los estudiosos modernos –comenta el astrónomo vaticano- reconocen que es ligeramente errada la numeración de los años a partir del nacimiento de Jesús hecha por Dionisio el Menor, en el siglo VI. Basándonos en los Evangelios, podemos situar la Navidad algunos años antes del año 4 antes de la era cristiana, fecha considerada coincidente con la muerte del rey Herodes. Igualmente, la referencia a los pastores que cuidan el ganado al aire libre de noche implica que esta hubiera podido acontecer en primavera. No podemos estar seguros de otra cosa”.

¿Por tanto, todos los fenómenos verificados en aquél periodo podrían ser la estrella de Belén? “Según algunas hipótesis –responde el hermano Guy- se trató de un cometa, una nova o una supernova, o una conjunción de planetas especialmente luminosa. En nuestros registros del periodo coincidente con el nacimiento de Jesús no ha surgido un dato unívoco; pero estos no son totalmente exhaustivos y hay otros indicios anotados por astrónomos chinos que podrían tomarse en consideración. Hay diversas posibles conjunciones de los planetas Saturno y Júpiter o de este con la estrella Regulus, pero no son tan insólitas y es difícil considerarlas un evento tal como para atraer a astrólogos de Oriente”.

En cuanto a otras posibles teorías, el astrónomo vaticano señala que existe “la del astrónomo Michael Molnar, que sugiere que la “estrella de Oriente” podría ser una conjunción de planetas que surgen con el sol, una denominada salida heliaca. Subraya que el 17 de abril del año 6 antes de la era cristiana, los planetas Venus, Saturno, Júpiter y la Luna surgieron todos poco antes del sol, alcanzados enseguida por Marte y Mercurio, en el centro de la constelación de Aries. Molnar conjetura que esto podría haber implicado para los expertos del tiempo el nacimiento de un rey, de alguna parte cercana a Siria. En tal caso, de todos modos, no se habrían verdaderamente visto los planetas, pero sólo un astrólogo muy capaz habría podido calcular las posiciones y extraer un significado. No hay consenso entre astrónomos o historiadores. Cada teoría tiene fervientes seguidores y opositores. No sabremos nunca la verdad con certeza. Y esto es lo bello”.

Entonces, viene en nuestro auxilio la fe. “El mensaje profundo de la historia de los magos –asegura el astrónomo- es que el nacimiento de Jesús tuvo un significado cósmico. Por medio de su Encarnación, Dios no sólo redime las almas humanas sino –como dice san Atanasio- ‘purifica y revigoriza’ toda la creación. Podemos ser conducidos a Dios por el estudio de la creación. Por tanto, la empresa misma de un científico, que busca la verdad en el mundo físico, es una tarea sagrada y santa”.

“Fides et Ratio”, fe y razón. ¿Qué relación tiene un teólogo como Benedicto XVI con la astronomía? “Todos los pontífices más recientes –explica el hermano Guy- han apoyado nuestra obra en el Observatorio, pero el apoyo del Papa Ratzinger ha sido especial. En su discurso en el Angelus del 21 de diciembre de 2008, fue el primer líder mundial en reconocer y saludar el Año Internacional de la Astronomía. En la homilía de la Epifanía de 2009, hizo una nueva alusión. El siguiente 30 de octubre nos honró dirigiendo un discurso a un encuentro internacional de astrónomos”. La prueba más concreta del interes del Papa fue su visita a la nueva sede del Observatorio Vaticano, el 16 de septiembre pasado.

¿Qué nos puede decir de los presagios sobre el fin del mundo? “Los hombres –responde- predicen el fin del mundo desde los albores de la humanidad. Hasta ahora, ninguna de estas teorías se ha revelado verdadera. No hay ningún motivo para creer que lo sean las relativas al 2012. Pero mientras es fácil reírse de estos miedos tontos, hay un mal más serio detrás de ellas: estas creencias proliferan porque todos estamos tentados por el deseo de poseer un ‘conocimiento secreto’ del futuro, como si esto nos hiciera más potentes que los demás. En realidad esta es sólo una señal de mala ciencia o mala religión”.

¿Pero la astronomía puede prever el futuro sin degenerar en astrología? “Diría que sí pero sólo en el sentido de que la observación de los fenómenos celestes permite conjeturar posibles catástrofes de las que deberíamos ser conscientes. Del resto, cometas y asteroides golpean continuamente a la Tierra. En su mayor parte, son pequeños cuerpos que pasan inadvertidos, pero un gran evento como el que se dio en 1908 en Siberia, cerca de Tunguska, causando una explosión similar a la de una bomba atómica, puede suceder una vez cada cien años”.

Por tanto por esa ley, podría darse pronto uno de estos impactos. “Hasta ahora –tranquiliza el experto- los impactos se han dado en los océanos o en tierras deshabitadas, pero antes o después uno de estos cuerpos golpeará un área densamente poblada. Por una parte, los impactos más comunes son los más pequeños, pero por otra están también aquellos más difíciles de detectar antes de que se produzcan. Un impacto de la entidad del que acabó con los dinosaurios hace 65 millones de años probablemente sucede sólo una vez cada cien millones de años”.

Quizá antes de preocuparnos de amenazas externas, haríamos bien en pensar en conservar nuestro planeta. “Seguramente –asiente el astrónomo–, pero el discurso es complejo. A medida que las áreas urbanas se hacen más pobladas, dependemos cada vez más de la tecnología para sobrevivir. Los sistemas hídricos y los de tratamientos de aguas, la electricidad, el transporte público son todos necesarios para mantenernos calientes, alimentados y en salud. En definitiva, dependemos los unos de los otros. No podemos vivir egoistamente porque, de hecho, somos custodios de nuestros hermanos”.

El mismo Benedicto XVI ha dedicado la reciente Jornada Mundial de la Paz al tema “Si quieres la paz, custodia la creación”. “El Papa es consciente de que podemos causar o impedir desastres ambientales según el modo en el que tratamos a la Tierra. Lamentablemente, el tema del calentamiento global ha sido politizado y demasiados asumen posiciones extremas o basadas en motivaciones que prescinden de la ciencia. Es verdad que además de la actividad humana muchos factores pueden causar el calentamiento global pero los únicos que podemos controlar son aquellos que dependen de nosotros. Por esto no debemos abandonar el camino emprendido para reducir la emisión de óxido de carbono en la atmósfera”.

CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 8 enero 2010 (ZENIT.org).- 

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