Jorge Toro Jara, “Aprendimos a practicar la solidaridad de una manera más directa”

Publicado el: 31 Agosto, 2011

Profesor de español y director del Colegio Madres Domínicas, es uno de los principales actores en el proceso de reconstrucción de este establecimiento. A casi un año y medio de ocurrido el terremoto y a pocas semanas de haber colocado la primera piedra de lo que será el nuevo edifico del colegio, nos cuenta algunos hitos de este camino.

¿Cuáles fueron las primeras reacciones al ver el estado del recinto?

El colegio fue fundado en 1896, y la casa colonial donde funcionaba el primer ciclo básico tenía alrededor de 200 años. Cuando lo vi sabía que el edificio de 6 pisos no había resistido y que no íbamos a poder volver a él. A la casa colonial era imposible entrar y la única esperanza era el edificio de cuatro pisos, pero cuando lo evaluaron los especialistas el juico fue categórico: se podía reparar pero la reparación era tan cara y tan larga como volver a construirlo. Mi primera preocupación fue ¿qué hago con los niños?, ¿qué hago con la gente que trabaja aquí?

¿En algún momento pensaron en no continuar con el colegio?

Para nosotros nunca fue una opción cerrar porque creemos en nuestro proyecto educativo, sabemos que estamos dando respuesta a las necesidades que nos pide la familia, la sociedad, la Iglesia y el Ministerio. Contacté a toda la comunidad educativa y nos reunimos en la parroquia San José. Nuestra estimación era que se nos iba la mitad del alumnado. Expliqué a los padres y apoderados lo que pensábamos hacer, que nosotros éramos una comunidad, una familia, y que en esta situación adversa teníamos que mantenernos unidos. Muchos reconsideraron su decisión. De los 890 alumnos matriculados nos quedamos con 857, los que desistieron fue más que nada por motivos de traslado a otra ciudad. Lo mismo ocurrió con los profesores, con quienes tuvimos que sentarnos en el patio que fue lo que quedó del colegio y hacer un consejo ahí, al aire libre. Les dije que la tarea iba a ser difícil, que el que quisiera seguir con nosotros lo hiciera y el que no, renunciara. Tuvimos dos renuncias por motivos de traslado familiar y el resto hasta el día de hoy sigue trabajando.

¿Cómo lograron funcionar y en qué situación están ahora?

Inmediatamente pensé en la ayuda de los Colegios de Iglesia, de Monseñor Ricardo Ezzati que en ese entonces era nuestro arzobispo y había sido mi director de colegio. Así llegamos a la fórmula que utilizamos el año pasado, con los niños de primero básico a cuarto medio en el Liceo San Agustín y el parvulario en el Instituto de Humanidades de Concepción. Sin tener colegio, pudimos volver a clases en la fecha que había solicitado el Ministerio. En el primer mes de retorno a clases tuvimos los resultados del Simce y fuimos los mejores de entre los colegios particulares subvencionados. Obtener la excelencia académica fue lo más gratificante. Empezamos a captar ayuda, básicamente de nuestra propia comunidad educativa. Hicimos un recital en el colegio salesiano para el aniversario, luego un bingo en el regimiento Chacabuco y en todas las campañas solidarias tuvimos una respuesta muy satisfactoria de parte de los papás y especialmente de los alumnos. Este año el Colegio Sagrado Corazón acogió la totalidad de los cursos, lo que también es mucho más satisfactorio porque estamos todos unidos.

¿Qué ha significado para usted estar al frente de colegio en este período?

No ha sido un trabajo liviano, yo diría una labor a veces incomprendida, ingrata, anónima pero sí muy reconfortante en el compromiso que en lo personal tengo con la educación y con la Iglesia. Estudié en dos colegios católicos que en gran medida forjaron mi vocación: primero con los jesuitas y luego con los salesianos. Creo que eso ha sido el fundamento para tener la visión clara de lo que es el proceso educativo, de las necesidades de las familias y especialmente los jóvenes. El colegio brinda herramientas para que los alumnos y alumnas se desarrollen en la educación superior, pero el aporte más grande que hace es a través de los valores que va insertando en la sociedad. Lo que llevan nuestros alumnos es un sello indeleble que no se ve, es ese compromiso con la sociedad, con la solidaridad, que a la vez es lo que nos da sentido para seguir existiendo.

A modo de enseñanza para enfrentar este tipo de desafíos, ¿qué podría decirnos?

Resumiendo el sentir de toda la comunidad educativa, puedo decir que hemos aprendido a ser tolerantes, humildes, solidarios y también a valorar lo que teníamos. Los primeros en hacer esto fueron los alumnos. Yo creo que por eso el colegio no se ha desintegrado, y contrario a todos los pronósticos hoy tenemos la mayor matrícula en los últimos 18 años. Nuestro prestigio no está en un edificio, en la prensa, sino en la retina de la sociedad penquista. Aprendimos a practicar la solidaridad de una manera más directa.

© Arzobispado de Concepción