Matrimonio cumplió una meritoria misión en Concepción

Publicado el: 21 Febrero, 2018

Hace poco más de dos años, el joven matrimonio católico francés, conformado por Gustav de Pennart  (28 años) y su esposa Claire (25 años), se comprometieron a servir como voluntarios, en algún lugar del mundo, donde fueran necesarios. Sondearon una posibilidad a través de internet. Fidesco, una organización de solidaridad internacional de Francia, los derivó a Chile y, específicamente, a la Ciudad del Niño “Ricardo Espinosa”, de la Iglesia de Concepción.

“Motivados como jóvenes católicos, nos comprometimos a ir a ayudar en alguna parte del mundo y Fidesco nos envió como misioneros a Chile, que lo único que sabíamos era que se trataba del país más largo del mundo. No sabíamos ni una palabra en castellano. Fue para nosotros una gran aventura, pero muy confiados en Dios”, relata este matrimonio, mientras Gustav sostiene en sus brazos al hermoso Maxim, su hijo nacido durante la misión.

Confidencian que al inicio fue un gran desafío para adaptarse, porque era vivir una nueva experiencia que los animaba y confiaban que los fortalecería como matrimonio.

“La decisión que tomamos fue bastante fuerte, porque se trató de no volver antes de los dos años. Tuvimos muy claro que debíamos vivir en  condiciones mínimas, lo más sencillo posible, sin televisor, sin auto. Tuvimos que adaptarnos a una realidad compleja, trabajar con niños vulnerados”, precisan.

Gustav explica el origen  de esta aventura. “Somos católicos y queríamos vivir nuestro compromiso con  Dios. Decidimos ir donde la gente que nos necesita. Normalmente, lo más fácil es ir a la esquina del lugar donde se vive y dar algo fácil, pero tomar una decisión tan fuerte e irse tan lejos, era algo muy distinto. Lo asumimos y hoy volvemos a Francia muy fortalecidos y con grandes ganas de seguir sirviendo. Esto ha sido para nosotros una escuela, que nos ayudará a enfrentar el futuro como matrimonio y familia”, subraya.

Claire agrega que “ha sido una experiencia que nos ha hecho crecer como personas y como familia; fuimos capaces de asumirlo con mucha fe y dejar todas las seguridades que teníamos antes de partir”.

Un día antes de tomar el vuelo a Francia, se le ve felices de volver a su tierra natal, pero también con sentimientos encontrados. En Concepción hicieron grandes amistades y recibieron mucho cariño desde el primer día que llegaron. Fueron aprendiendo un nuevo idioma y, ahora, al partir hablan perfectamente el español, lo que les permitió servir con todas sus capacidades, no sólo en la Ciudad del Niño, sino también en distintas instancias de la vida pastoral de la Iglesia de Concepción (Pastoral Juvenil, Proyecto Albergue Móvil) y muy directamente con niños del Hogar Macera de la Fundación, en Hualpén.

Durante su permanencia en Concepción, nunca perdieron el contacto con sus familias en Francia. Gustav dice que “Chile tiene internet fácilmente y no es el caso de otros países; de manera que nos pudimos comunicar a través de skype, Whatsapp y otras redes. De esta forma sentimos que no estábamos solos en la aventura; nos sentimos permanentemente acompañados por nuestras familias”.

Claire comenta que sin duda su hijo Maxim fue un regalo de Dios. “No fue una sorpresa, porque teníamos esa posibilidad, pero pensamos que pudiera nacer poco antes que cumpliéramos la misión, porque de esa forma podríamos servir más plenamente en nuestro servicio y así ocurrió; Maxim nació cuatro meses antes de irnos”. Añade que tuvo un embarazo estupendo, sin dificultades y agradece la ayuda de muchas mamás, lo que permitió que pudiera hacer su labor sin contratiempos hasta días previo al nacimiento. Gustav indica que “Maxim tiene doble nacionalidad y cuenta con dos pasaportes (chileno y francés)”.

Ambos manifiestan que ahora el desafío es partir de cero. “No tenemos nada. Confiamos en Dios. De Paris nos iremos a vivir a Lyon, segunda ciudad más importante de Francia. La verdad es que es una página en blanco. La experiencia vivida nos impulsa a vivir otra misión, armar nuestro hogar, en fin. El futuro nuestro tiene dos o tres meses (sonríe). No podemos imaginar más que eso. Tenemos mucha esperanza en la Providencia”, señala, comentando que él es kinioterapeuta y Claire experta en recursos humanos.

“Una de las enseñanzas que nos llevamos es que no nos preocupemos del futuro, que Dios proveerá; es parte de la misión. Buen ejemplo de esto es que no compramos nada para Maxim, y lo tuvimos todo. Recibimos mucha ayuda”, afirma Claire.

Al despedirse, saludaron a nuestro arzobispo, monseñor Fernando Chomali, quien les agradeció su entusiasmo y su servicio. Al salir indicaron que “nos vamos con sentimientos encontrados. Tristeza de irnos por el cariño con la gente; fueron  los dos años más difíciles de nuestra vida, pero también los dos años de mayor alegría, de mayor crecimiento, de mayor riqueza espiritual. Fueron las vacaciones más geniales de nuestra vida y las más bonitas. Es una mezcla bien rara. También, la alegría de volver y que Maxime conozca a sus familiares”.

La misión que cumplieron en Ciudad del Niño, según explican, tuvo dos partes, la primera, de carácter pastoral, desarrollada con los adultos y los funcionarios de la Fundación y también con los niños y,  la segunda, fue más profesional. Claire contribuyó con sus conocimientos en recursos humanos y Gustav colaboró en el ámbito comunicacional y en la organización del albergue móvil y ambos, en actividades de la Pastoral Juvenil.

 

 

Matrimonio cumplió una meritoria misión en Concepción

Hace poco más de dos años, el joven matrimonio católico francés, conformado por Gustav de Pennart  (28 años) y su esposa Claire (25 años), se comprometieron a servir como voluntarios, en algún lugar del mundo, donde fueran necesarios. Sondearon una posibilidad a través de internet. Fidesco, una organización de solidaridad internacional de Francia, los derivó a Chile y, específicamente, a la Ciudad del Niño “Ricardo Espinosa”, de la Iglesia de Concepción.

“Motivados como jóvenes católicos, nos comprometimos a ir a ayudar en alguna parte del mundo y Fidesco nos envió como misioneros a Chile, que lo único que sabíamos era que se trataba del país más largo del mundo. No sabíamos ni una palabra en castellano. Fue para nosotros una gran aventura, pero muy confiados en Dios”, relata este matrimonio, mientras Gustav sostiene en sus brazos al hermoso Maxim, su hijo nacido durante la misión.

Confidencian que al inicio fue un gran desafío para adaptarse, porque era vivir una nueva experiencia que los animaba y confiaban que los fortalecería como matrimonio.

“La decisión que tomamos fue bastante fuerte, porque se trató de no volver antes de los dos años. Tuvimos muy claro que debíamos vivir en  condiciones mínimas, lo más sencillo posible, sin televisor, sin auto. Tuvimos que adaptarnos a una realidad compleja, trabajar con niños vulnerados”, precisan.

Gustav explica el origen  de esta aventura. “Somos católicos y queríamos vivir nuestro compromiso con  Dios. Decidimos ir donde la gente que nos necesita. Normalmente, lo más fácil es ir a la esquina del lugar donde se vive y dar algo fácil, pero tomar una decisión tan fuerte e irse tan lejos, era algo muy distinto. Lo asumimos y hoy volvemos a Francia muy fortalecidos y con grandes ganas de seguir sirviendo. Esto ha sido para nosotros una escuela, que nos ayudará a enfrentar el futuro como matrimonio y familia”, subraya.

Claire agrega que “ha sido una experiencia que nos ha hecho crecer como personas y como familia; fuimos capaces de asumirlo con mucha fe y dejar todas las seguridades que teníamos antes de partir”.

Un día antes de tomar el vuelo a Francia, se le ve felices de volver a su tierra natal, pero también con sentimientos encontrados. En Concepción hicieron grandes amistades y recibieron mucho cariño desde el primer día que llegaron. Fueron aprendiendo un nuevo idioma y, ahora, al partir hablan perfectamente el español, lo que les permitió servir con todas sus capacidades, no sólo en la Ciudad del Niño, sino también en distintas instancias de la vida pastoral de la Iglesia de Concepción (Pastoral Juvenil, Proyecto Albergue Móvil) y muy directamente con niños del Hogar Macera de la Fundación, en Hualpén.

Durante su permanencia en Concepción, nunca perdieron el contacto con sus familias en Francia. Gustav dice que “Chile tiene internet fácilmente y no es el caso de otros países; de manera que nos pudimos comunicar a través de skype, Whatsapp y otras redes. De esta forma sentimos que no estábamos solos en la aventura; nos sentimos permanentemente acompañados por nuestras familias”.

Claire comenta que sin duda su hijo Maxim fue un regalo de Dios. “No fue una sorpresa, porque teníamos esa posibilidad, pero pensamos que pudiera nacer poco antes que cumpliéramos la misión, porque de esa forma podríamos servir más plenamente en nuestro servicio y así ocurrió; Maxim nació cuatro meses antes de irnos”. Añade que tuvo un embarazo estupendo, sin dificultades y agradece la ayuda de muchas mamás, lo que permitió que pudiera hacer su labor sin contratiempos hasta días previo al nacimiento. Gustav indica que “Maxim tiene doble nacionalidad y cuenta con dos pasaportes (chileno y francés)”.

Ambos manifiestan que ahora el desafío es partir de cero. “No tenemos nada. Confiamos en Dios. De Paris nos iremos a vivir a Lyon, segunda ciudad más importante de Francia. La verdad es que es una página en blanco. La experiencia vivida nos impulsa a vivir otra misión, armar nuestro hogar, en fin. El futuro nuestro tiene dos o tres meses (sonríe). No podemos imaginar más que eso. Tenemos mucha esperanza en la Providencia”, señala, comentando que él es kinioterapeuta y Claire experta en recursos humanos.

“Una de las enseñanzas que nos llevamos es que no nos preocupemos del futuro, que Dios proveerá; es parte de la misión. Buen ejemplo de esto es que no compramos nada para Maxim, y lo tuvimos todo. Recibimos mucha ayuda”, afirma Claire.

Al despedirse, saludaron a nuestro arzobispo, monseñor Fernando Chomali, quien les agradeció su entusiasmo y su servicio. Al salir indicaron que “nos vamos con sentimientos encontrados. Tristeza de irnos por el cariño con la gente; fueron  los dos años más difíciles de nuestra vida, pero también los dos años de mayor alegría, de mayor crecimiento, de mayor riqueza espiritual. Fueron las vacaciones más geniales de nuestra vida y las más bonitas. Es una mezcla bien rara. También, la alegría de volver y que Maxime conozca a sus familiares”.

La misión que cumplieron en Ciudad del Niño, según explican, tuvo dos partes, la primera, de carácter pastoral, desarrollada con los adultos y los funcionarios de la Fundación y también con los niños y,  la segunda, fue más profesional. Claire contribuyó con sus conocimientos en recursos humanos y Gustav colaboró en el ámbito comunicacional y en la organización del albergue móvil y ambos, en actividades de la Pastoral Juvenil.

 

 

Publicado el: 21 Febrero, 2018
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