La Inmaculada Concepción en el contexto del Adviento

Publicado el: 7 Diciembre, 2011

“Ha mirado la humildad de su esclava”. Éstas son las palabras que pone san Lucas en boca de María, la Madre de Jesús de Nazaret, como alabanza a Dios ante el saludo de su prima Isabel.

La humildad es la característica mayor de la Virgen María. Ella es descrita en la Tradición cristiana como una mujer joven judía, profundamente religiosa, pobre y humilde. El texto del Magníficat dice que Dios miró su humildad. ¿Qué significa esto en el contexto de las dos grandes fiestas que celebraremos muy próximamente: la Inmaculada Concepción y la Navidad del Señor?

Nuestra mentalidad contemporánea estimulada por la competitividad y el ánimo de éxito no puede menos que sorprenderse ante esta característica de la Virgen María, cuando no simplemente termina por despreciarla como torpe debilidad. La humildad no es hoy por hoy una virtud muy valorada por nuestro mundo socio-cultural.

Cuando miramos las representaciones de María en el arte nos solemos encontrar con una mujer de rostro apacible y de mirada amorosamente comprensiva que invita a deponer toda actitud de temor e inspira gran confianza y ternura. ¿Será esa la humildad a que alude el Magníficat?

Santa Teresa de Jesús caracterizaba la humildad como “andar en verdad”. La humildad cristiana es precisamente eso: una clara conciencia de lo que somos en verdad. Es la misma humildad que manifiesta san Pablo a los corintios: “¿quién es el que a ti te hace preferible? ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿de qué te glorías, como si no lo hubieras recibido?” (1Cor 4,7). Esta es la verdad fundamental de quien se sabe criatura de Dios. Por eso es tan digna la humildad verdadera del pobre, porque sabiendo que todo lo auténticamente humano lo ha recibido de Dios y que todo desarrollo personal ulterior se apoya en esa verdad, no niega ni tampoco se apropia de manera indebida de los dones recibidos, sino que los reconoce y los agradece como tales. La humildad de la Virgen María es un gran correctivo de sensatez cristiana a nuestro desmedido orgullo competitivo.

 

Esta mujer joven, profundamente piadosa y de aterrizada sensatez, es la misma que Dios ha agraciado con las mayores prerrogativas que una criatura haya recibido: La escogió para ser Madre de Su Hijo, que salvará al mundo de sus pecados. El “Sí” de María a esta misión es el más grande prodigio de la Gracia creadora y redentora de Dios. Él quiso que ella fuera agraciada por anticipado por los méritos de la obediencia redentora de Cristo que nos libra de la desobediencia de Adán.

Ella fue predestinada para ser la Sede de la Sabiduría, Jesús, y esa predestinación, que es siempre eficaz soberanía de Dios sobre la criatura, es al mismo tiempo soberana acogida del “Sí” creatural de María, cuya libertad expresa el más consciente asentimiento que una criatura puede dar a su Creador. La condición de Inmaculada otorga al “Sí” de María todo el espesor de una libertad no debilitada ni afectada por el pecado. Por ser Inmaculada Concepción, María es la mujer más libre que pueda haber. La Gracia no destruye ni suplanta la naturaleza humana, sino que la supone, cuenta con ella, y la sana.

En María Inmaculada desde su concepción comprendemos el alcance de la Salvación de Cristo. María es la primera redimida, y expresa el futuro de la Iglesia. En efecto, ella es quien ha alcanzado la altura, la anchura y la profundidad de la medida de Cristo, la misma medida a la que está llamado todo cristiano y que alcanzará sólo por gracia.

En medio de nuestra mentalidad contemporánea que se arrodilla con facilidad y eleva a categorías de valores dominantes el consumo, el incentivo del dinero y el narcicismo, las fiestas cristianas de la Inmaculada Concepción y de la Navidad del Señor son un Evangelio de la Gracia, el Evangelio de “Dios que lo da todo y no pide nada”.

María, en su humildad, ha entendido el anuncio del ángel Gabriel: “Salve, llena de Gracia, el Señor está contigo”, por eso su alma engrandece al Señor su Salvador. La humildad de María es imposible sin la fe. Ella es la que ha creído, y de manera más excelente que Abrahán, participó de la justicia de Cristo.

La fiesta de la Inmaculada Concepción es así, un hito clave del Adviento y prepara de manera singular a los cristianos para vivir y anunciar el acontecimiento de la Navidad del Señor, misterio entrañable de la Salvación que tan bien comprendió y popularizó san Francisco de Asís con el Pesebre.

Jesús viene para anunciar el Evangelio a los pobres y a los humildes, a ambos los llamó igualmente bienaventurados; a los primeros, porque de ellos es el Reino de los Cielos y a los segundos, porque poseerán la tierra. Y Él mismo se declaró “manso y humilde de corazón”, cuyo yugo es llevadero y cuya carga, ligera. Todo este Evangelio lo vemos en María, Madre de Jesús, a la que todos los pueblos llamarán bienaventurada.

 

Juan Carlos Inostroza

Director, Instituto de Teología, UCSC

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