Mons. Ricardo Ezzati A. sdb: “La Iglesia está llamada a caminar junto a las personas”

Publicado el: 13 Septiembre, 2011

En el mes de la Patria quisimos entrevistar a Mons. Ezzati, Presidente de la Conferencia Episcopal de Chile (CECH) en torno a la presencia de la Iglesia en Chile y cómo ésta a través de los sacerdotes y laicos puede ayudar al desarrollo y crecimiento de nuestra cultura a la luz de la Palabra de Dios y de los Documentos Eclesiales de este último tiempo.

De acuerdo a la actualidad que hoy vivimos como país ¿se puede decir que es Chile una mesa para todos? ¿Por qué?

“Chile, una mesa para todos”, es el lema que ha acompañado y acompaña la tarea eclesial de la Misión Continental  en las diócesis de todo el País.

El lema sintetiza tres aspectos fundamentales de la experiencia  cristiana: El primer aspecto dice relación con el mensaje proclamado por Jesús que ha venido para anunciar y para invitar a todos al gran banquete del Reino de Dios. En varios textos del Evangelio podemos encontrar el anuncio y el ofrecimiento a participar en el banquete del Reino. La Comunidad eclesial entera, está invitada a renovar el gozo de estar sentada alrededor del la mesa que el Padre ofrece con toda la gratuidad de su amor. La mesa para todos que la Iglesia está llamada a preparar no es otra que la mesa del Padre; la mesa de la dignidad de los hijos de Dios; la mesa del Cuerpo y de la Sangre del Cordero inmolado; la mesa que, desde la celebración eucarística, se prolonga en la fraternidad, en la solidaridad, en la justicia y en el compartir penas y gozos. El tercer aspecto dice relación con el futuro que es la participación plena y definitiva en el banquete escatológico, el futuro prometido por el Padre que nos hará participar de la herencia de los Santos en la gloria.

La “mesa para todos” que estamos llamados a construir, no es sólo la mesa en la que se comparten bienes materiales, es una mesa mucho más sublime. Sin duda, una mesa nunca acabada y siempre en tensión hacia realizaciones mejores y más plenas. Ahora bien, parte esencial de la mesa del Reino es también la participación en la mesa de los bienes terrenos, en la fraternidad de todos los días, en la solidaridad y en el procurar  que los bienes, creados para todos, sean de verdad patrimonio de todos. Me conmueve descubrir de cuantos signos de solidaridad está marcado nuestro caminar, pero al mismo tiempo, me inquieta muchísimo constatar cuanto nos falta para que la convivencia nacional sea un anticipo de la comunión celestial.

¿De qué forma la Iglesia puede ayudar para que en nuestro país se logre esta comunión que significa compartir en una misma mesa?

La Iglesia es parte viva de la comunidad nacional. Su acción está llamada a ser sal y levadura del crecimiento y perfeccionamiento de la vida humana de los chilenos y chilenas. Sin embargo, hay que tener claro que la Iglesia no es una ONG. Su naturaleza y acción, en efecto, no se agota en tareas de orden social o económico. Su misión es de orden sobrenatural: anunciar el Reino de Dios, suscitar la conversión a Jesucristo y encaminar a las personas hacia los bienes definitivos, que celebra en los Sacramentos. Los cristianos, presentes en forma activa en el mundo, son quienes están llamados a trabajar para hacer de las realidades humanas el mejor anticipo de los bienes definitivos. En este sentido, la Iglesia está llamada a caminar junto a las personas y a compartir solidariamente sus gozos y esperanzas, sus dolores y dificultades.

¿Por qué cree usted que se ha ido incrementando esta separación entre fe y cultura?

Nuestra sociedad, el pensamiento y cultura de vida están pasando por un peculiar momento de secularización. Pareciera que las personas, sumergidas en tantos cambios vertiginosos y, solicitadas por una búsqueda afanosa del bienestar material, no tuvieran tiempo para lo más importante. La queja más común  se puede graficar en una expresión que se ha hecho común: “No tengo tiempo”. Para muchos lo esencial se ha vuelto accidental y lo accidental se ha hecho esencial. De esta manera se pierde el sentido de la vida. Olvidando a Dios, se olvida también la vocación de la persona. En este contexto, para muchos, la fe se transforma en un valor extrínseco, ritual y privado, lo cual es directamente contrario a la esencia de la misma fe: levadura que hace fermentar. Sal que da sabor, luz que ilumina. El Papa Paulo VI dijo que la separación fe-cultura, fe-vida  es una de las peores tragedias de nuestro tiempo.

¿Qué debemos hacer como católicos para que no nos pase lo mismo que en Europa donde hay parroquias que se han cerrado porque ya nadie va a Misa?

El Documento de Aparecida nos indica el camino: testimoniar con la vida, que ser cristiano, haber encontrado a Jesucristo es lo más bello y grande que nos pudo tocar y que trasmitir esta experiencia a los demás, por desborde de gracia es la misión que le cabe a cada cristiano.

¿A qué se refiere cuando dice “es la hora de los laicos”?

Siempre ha sido y deberá ser la “hora de los laicos” en la Iglesia, porque Jesús nos ha querido una comunidad con vocaciones y dones diversos, todos ellos, sin embargo, ordenados a la comunión del Cuerpo de Cristo y a la misión de la evangelización. El Concilio Vaticano II y, el tiempo del post-concilio, han aportado valiosas reflexiones sobre el laicado en la Iglesia. Gracias a Dios muchos laicos han madurado la conciencia de su vocación bautismal y crismal y han asumido con responsabilidad de ser discípulos misioneros de Jesucristo. El Documento de Aparecida define a los laicos como “discípulos misioneros de Jesucristo, luz del mundo”, y con anterioridad el documento de Puebla los había definido como “hombres del mundo en el corazón de la Iglesia y hombres de Iglesia en el corazón del mundo”. Ambas hermosas descripciones hablan de la vocación y de la misión de los laicos: vocación y misión más que nunca indispensables para la nueva evangelización.

¿Cree que en Chile aún existe mucho clericalismo de parte de los laicos como de los mismos sacerdotes y que esto daña a la Iglesia?

Los clericalismos y los laicismos se superan cuando crece la conciencia de ser un solo cuerpo, el Cuerpo de Cristo, y cuando valoramos la vocación específica de cada uno de los miembros de la Iglesia en relación con las demás vocaciones. Nadie es iglesia solo; lo somos en la comunión de carismas y ministerios, sabiéndonos y creciendo orgánicamente,  en comunión con el Señor y entre nosotros. La falta de organicidad o, peor,  pretender excluir carismas o ministerios bajo el pretexto de engañosos personalismos, daña enormemente a la Iglesia.

¿Qué papel cumple la familia en una sociedad que se seculariza cada día más y se desentiende de valores y principios que en algún momento fueron claves en su formación como la defensa de la vida, el matrimonio entre un hombre y una mujer, etc?

La familia es “iglesia doméstica”, espacio humano que refleja el misterio trinitario de nuestro Dios. La familia cristiana, por lo tanto, está llamada a contemplar la vida íntima de Dios y a reflejarla en la contingencia humana. Hoy más que hablar de la familia como santuario de la presencia de Dios y del amor humano, se requiere del testimonio de familias que proclamen fuerte que serlo es fuente de plenitud y de gozo. El aporte de las familias cristianas a la sociedad, en primer lugar, no puede dejar de ser un testimonio vivo de la belleza del amor y de la comunión fecunda.

Dios a través de su Palabra siempre nos da una respuesta ante los acontecimientos que pasan ¿Cómo país cuál cree usted que es la Palabra que deberíamos tener presente hoy como chilenos?

Chile está viviendo un momento complicado. Insatisfacciones de todo género atraviesan nuestra vida diaria. Y todo esto, en un marco global de crecimiento económico y de desarrollo material.  En este contexto surge una pregunta lógica: ¿cuál es la raíz del malestar que nos aqueja? Sería ingenuo pretender tener una respuesta simple para problemas tan complejos. Sin embargo, la Palabra de Dios es luz que no deja de orientar las situaciones humanas. En el Evangelio, en una parábola, Jesús nos ofrece una pista preciosa. Un hombre había tenido una gran cosecha y no sabía donde almacenar sus bienes. Tuvo una idea; se dijo: derribaré los viejos graneros, construiré unos más grandes, allí conservaré mis cosechas y me diré “descansa tranquilo, porque tienes bienes para muchos años…”. Pero una voz le dijo: “Insensato. Esta misma noche se te pedirá la vida…”.

La sociedad chilena necesita recuperar las grandes preguntas, sobre el sentido de la vida humana, personal y social; necesita superar la tentación del materialismo que ahoga y encierra en calles sin horizontes. Creo que la primera palabra que tiene que recuperar es la palabra “DIOS” y la segunda lo que Dios creador ha dicho del “HOMBRE y de la MUJER” creados a imagen y semejanza suya. Recuperará así el sentido más esperanzador que debe inspirar la vida y el desarrollo humano.

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