Monseñor Fernando Chomali y el encuentro con el Papa Francisco

Publicado el: 19 Mayo, 2018

Bajo el título “La conversión de la Iglesia chilena”, el periódico Diálogo publica un artículo de monseñor Fernando Chomali, que reproducimos completamente.

En este texto, el Arzobispo de Concepción, monseñor Fernando Chomali, analiza los cuatro encuentros que los obispos chilenos tuvieron con el Papa Francisco en Roma. Reconoce que las cosas no se hicieron bien en materia de abusos, y que existe urgencia por trabajar en todos los estamentos de la sociedad para que nunca más se cometan abusos de cualquier índole.

+ Fernando Chomali Garib

“Encontrarse con el Papa para un obispo reviste la mayor importancia. Él es quien nos nombra para ejercer la misión en la diócesis que nos asigna, y sólo él tiene la potestad de cesar dicha misión. El Papa es el Sucesor de Pedro y el pastor universal de la Iglesia, nosotros le colaboramos. En efecto, dice la Biblia que sobre Pedro se edificará la Iglesia.

El Papa saliendo de Chile percibió con claridad que las cosas no andaban bien.Se dio cuenta que había una fractura y desconfianza que paralizaban la acción pastoral de la Iglesia. Más que evidente que esa fractura, falta de comunión y entusiasmo pastoral estaba vinculado a los abusos de toda índole que se habían producido al interior de la Iglesia, y que no habían sido adecuadamente tratados y menos reparados. Quería conocer de primera mano lo que estaba aconteciendo.

Percibió dolor no asumido, y todo dolor no asumido no puede ser redimido. Ello lo movió a pedirle a un obispo y un sacerdote, Mons. Charles Scicluna y p. Jordi Bartomeu que escucharan de primera mano a todos quienes tenían algo que decir en relación al caso de los abusos perpetrados por Fernando Karadima. Esta escucha se extendió a otros casos.

El Papa recibió el informe y quedó impactado de todo lo que allí acontecía. Se daba cuenta que las cosas así no podían seguir. Y lo primero que hizo fue pedir perdón a las víctimas, reconocerse avergonzado y enmendar el rumbo. El Papa sentía gran dolor y vergüenza por los hechos acaecidos, y quiso reparar. Invitar a las víctimas de Karadima al Vaticano para que estuvieran con el Papa fue un acto de justicia. Los tres se encontraron con un padre, se sintieron escuchados, ya empezaban a encontrar cierta paz en sus corazones. Los trató como quisiera ser tratado quien sufre cualquier tipo de abuso. Su actitud fue evangélica. Fue más allá del plano jurídico y protocolar, llegó al corazón del dolor de ellos. Es una gran enseñanza para nosotros. Era más que evidente que las cosas no se hicieron de la mejor manera a la hora de investigar y sancionar a los responsables. Ello debe ser analizado y sobre todo enmendado.

Por otro lado, el Papa percibe en Chile una Iglesia poco vigorosa. Se da cuenta que la dimensión profética que la caracterizaba ha ido perdiendo densidad. Ve una tarea pastoral débil, fruto básicamente de un ensimismamiento de sus miembros, de modo especial de los pastores. Se percibe por un lado un país religioso, que manifiesta su grandeza en múltiples formas de vivir su fe y pastores alejados de ellos. Es evidente que ello nos debe cuestionar a cada uno, y en profundidad. Tiene la impresión, también, que es mucho más lo que podemos hacer para vivir con mayor fuerza las bienaventuranzas y el mandamiento del amor.

Nos recordó que son los pobres los destinatarios privilegiados del Señor y que nosotros hemos de hacer lo mismo. Algo no anda bien, el escenario de abusos por una parte y el poco espesor pastoral y espiritual por otro, es lamentable. El Papa tomó el timón de la barca en sus manos. Y lo hizo con firmeza. Nos llamó a dialogar, a discernir, a conversar cara a cara sobre estos acontecimientos, mirando hacia el futuro, y en la esperanza que nos trae Jesús que nos dice que estará con nosotros hasta el fin de los tiempos.

El Papa en la primera sesión habló sólo él. De manera clara y precisa nos leyó un texto que interpela profundamente. No se trataba leerlo en clave defensiva, sino que mirando a Jesús, del que nos hemos ido alejando y pedirle a él la gracia de la conversión, del arrepentimiento, de la petición de perdón y comenzar el camino de la reparación. Cada uno debe analizar en lo más íntimo de su corazón de qué manera colaboró a que se expandiera la cizaña al interior de la Iglesia y que, sin duda, oscurece la obra preciosa que el Señor realiza en su interior.

El Papa luego nos escuchó pacientemente. Tuvimos tres reuniones más de una hora y media cada una. En un ambiente de confianza, de fraternidad, pero también de mucha verdad y sinceridad. Nos exhortó a terminar con el clericalismo y a generar una Iglesia que se entienda como Pueblo de Dios, abierta al diálogo. También nos hizo ver que cualquier grupo cerrado al interior de la Iglesia con pretensiones totalizantes, encerradas en sí mismas, pueden ir generando espacios poco evangélicos y que suelen terminar muy mal.

El espíritu de oración, que suele abrir los corazones, hizo que estas cuatro reuniones calaran profundamente en cada uno de los presentes. En lo personal, quedé interpelado respecto del modo como ejerzo el ministerio episcopal que Dios me ha confiado por una parte, y por otra comprendí la urgencia de trabajar arduamente en todos los estamentos de la sociedad para que nunca más se cometan abusos de cualquier índole. Ello implica una tarea evangelizadora más intensa junto con la promoción incesante de la dignidad de la persona y el especial cuidado de quienes son más vulnerables.

Ahora solo queda sumarse a los cambios a corto, mediano y largo plazo que el Papa va a impulsar. Creo que ha comenzado un proceso en la Iglesia, un proceso de conversión que, esperemos en Dios dé frutos abundantes. La comunidad nos ayudará en esta tarea, de ello estoy seguro. El Papa me nombró arzobispo, al Papa le entrego mi ministerio para que discierna si continúo. Lo importante no soy yo, sino el bien de la Iglesia”.

 

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