Con gran solemnidad, el clero de la Arquidiócesis de la Santísima Concepción, presidido por Monseñor Fernando Chomali, renovó las promesas sacerdotales, en la celebración de la Misa Crismal.
“La Santa Iglesia conmemora la primera eucaristía en la cual Cristo Nuestro Señor comunicó su sacerdocio a los apóstoles y a nosotros. ¿Quieren renovar ante su Obispo y el santo pueblo de Dios, las promesas sacerdotales que un día formularon? Preguntó Monseñor y un rotundo “Sí quiero”, resonó en el templo catedral colmado de fieles.
En su homilía, el Pastor primeramente agradeció, expresando: “En el día en que renovamos las promesas sacerdotales, toda la Iglesia se reúne en la catedral. Gracias hermanos sacerdotes por su presencia y por su trabajo pastoral; gracias, de modo especial a los que vienen de lejos para ayudarnos en la tarea evangelizadora; gracias a quienes están enfermos, orando por nosotros; gracias a los religiosos, religiosas, diáconos y seminaristas; gracias los padres y familiares de los sacerdotes; gracias por colaborar que en cada uno de nosotros se haga la voluntad de Dios”.
Añadió, indicando que “Hemos venido a renovar solemnemente ante Dios y ante la Iglesia nuestros compromisos sacerdotales de obediencia, castidad y pobreza, que algún día hicimos al ser ordenados, por gracia de Dios, sacerdotes. Nosotros que somos frágiles vasijas de barro, participamos del sacerdocio, pura misericordia de Dios y lo hacemos con la grandeza de Dios y de nuestra pequeñez”
En su reflexión, profundizó en torno a la misión sacerdotal. “La misión sacerdotal está llamada a realizarse en el aquí y ahora de la historia; está llamada a realizarse en la vida concreta de cada una de las personas con las cuales nos encontramos…la vida sacerdotal se desarrolla en la vida cotidiana. ¡Qué fácil y tentador resulta extraer de la vida cotidiana extraerse y vivir soñando ministerios utópicos o irrealizables o encerrados en nuestro propio mundo. Nuestro ministerio se desenvuelve en la calle, en la vida de todos los días, no por sobre la gente, sino que con la gente; a veces, acompañando, a veces, conduciendo y, a veces, también dejándonos conducir. Un ministerio – como dice Francisco – con olor a oveja; un ministerio en la realidad del hombre encarcelado, en la realidad del hombre enfermo, al lado del moribundo, ministerio al lado de la madre soltera y la mujer abandonada; un ministerio al lado del trabajador que se siente maltratado y no le ve horizonte a su vida y la familia; un ministerio al lado del joven discapacitado y del estudiante drogadicto o que no tiene para comer”.
En esta ocasión, hizo un sentido llamado: “Ayúdennos a que nuestro ministerio sea concreto y real, con gente concreta y real, y frente a problemas concretos y reales; un ministerio para servir, despojándonos de nosotros mismos. Nuestra misión, el querer de Dios, está aquí y ahora. Este es el momento de Dios, para nosotros y ustedes que participan del sacerdocio, a través del Bautismo que Dios les ha regalado ¿Qué podemos ofrecer? El mismo Jesús nos dice lo que podemos ofrecer”.
Agregó que “En primer lugar, ofrecer verdadera libertad, la libertad que trae Cristo, una libertad que está profundamente ligada a la verdad y al bien; podemos ofrecer también sanación, sanarnos de lo que nos paraliza en nuestra capacidad de amar de entregarnos a los demás; sanación que se realiza particularmente a través de los sacramentos que administramos; podemos ofrecer luz verdadera que es el mismo Jesucristo, que nos ilumina el camino, que es lámpara segura para nuestros pasos en medio de tanta oscuridad; podemos ofrecer al mismo Cristo en la Eucaristía y en los sacramentos que curan, que sanan, que dan vida al recibir el cuerpo de Cristo, presencia de Dios en el mundo, estamos llamados como Iglesia, a convertirnos en el Cuerpo de Cristo y vamos edificando la Iglesia en Él y no en nosotros mismos. Eso, evidentemente, exige un gran desprendimiento del yo para conformar el nosotros”.
Agradeció “a disponibilidad que tienen los sacerdotes para desplazarse de un lugar a otro, para servir al que Dios le pida. Yo, me he cambiado de casa 13 veces, y le doy gracias a Dios por eso. Es el pueblo de Dios al que estamos llamados a servir y se nos exige más y estamos llamados a dar más”.
Monseñor planteó: ¿Cuál es el resultado de esta misión de liberar, de sanar, de comulgar, en definitiva…es consuelo, es pasar de la ceniza a la diadema, es aceite de gozo en vez de vestido de luto, es vida en vez de muerte, es esperanza en vez de desesperanza, es fe en vez de credibilidad, es amor en vez de odio, es verdad en vez de mentira, es desprendimiento en vez de avaricia, es el todo en vez de la nada, es plenitud en vez de vacío, es abundancia y sentido último que nos trae Cristo”.
Finalmente, subrayó: “¿cómo saber si estamos llevando de buena manera nuestra misión y consagración como sacerdote? Vamos a Lucas, Jesús al declarar año de gracia, suscita admiración y todos daban testimonio de Él y muchos creyeron. ¡Cómo sueño con una Iglesia que suscita admiración por sus obras, por su vinculación con Dios, con su servicio y que ese testimonio haga que muchas personas crean. Nuestra vida sacerdotal, por si misma, ha de suscitar que la gente dé testimonio de nosotros. No serán las estrategias de marketing, por más sofisticadas que sean, que darán testimonio de nosotros, sino que nuestras obras, las obras que se realizan día a día en las parroquias, en las capillas, en los colegios, en los movimientos, las obras para que brille el amor de Dios; nuestras obras hablarán por nosotros y hablarán por nosotros. Allí está el corazón de nuestra credibilidad. ¡Ayúdennos a manifestar nuestra fe en el servicio a los demás!”
Durante la celebración eucarística, Monseñor bendijo los santos óleos (Santo Crisma, de los Catecúmenos y de los enfermos).