Con 27 años, Natividad Llanquileo Pilquimán, se convirtió en la vocera de los comuneros mapuches condenados por la justicia y que han estado en huelga de hambre, en dos oportunidades. Uno de los comuneros es su hermano Ramón.
Nacida el 14 de julio de 1984, en la comunidad de Puerto Choque, en la comuna de Tirúa, provincia de Arauco, Natividad es una joven luchadora de los derechos de su pueblo. Ella es la penúltima de seis hijos, dos hombres y cuatro mujeres, del matrimonio compuesto por Juan Luis Llanquileo y Emilia Pilquimán. Su padre era un campesino que se desempeñó como trabajador forestal y murió hace tres años de un ataque cardiaco, mientras que su madre se gana la vida como artesana.
Cuando Natividad terminó la enseñanza media se fue a Santiago para hacer su práctica de técnico en administración, pero finalmente decidió estudiar Derecho en la Universidad Bolivariana donde actualmente cursa el quinto año.
Tanto el año pasado como en el primer semestre del presente año esta joven ha tenido un rol protagónico en la vocería de los mapuches que están en la cárcel de Angol (Héctor Llaitul, Jonathan Huillical, José Huenuche y Ramón Llanquileo).
Natividad reconoce además, el importante rol que ha tenido la Iglesia, a través de la intervención de Monseñor Ricardo Ezzati, primero y de Monseñor Fernando Chomali, ahora, quien integra la Comisión por los Derechos del Pueblo Mapuche, que ha sesionado dos veces en dependencias del Arzobispado de Concepción. En este contexto, Natividad valoró el trabajo de la Comisión, señalando que este es un espacio de promoción y defensa de los derechos del pueblo mapuche.
Agrega que “hay mucho trabajo por hacer, de manera que vamos a continuar trabajando y apoyando los diferentes procesos que se están llevando a cabo en las comunidades y apoyando todo lo que significa la recuperación de nuestros derechos como pueblo y, al mismo tiempo, defendiendo nuestro derecho a seguir existiendo como tal y eso significa luchar y defender nuestra madre tierra que nos da la vida, el alimento y todo lo que necesitamos para seguir viviendo”.
¿Qué opinas de lo que ha sido este año, en relación al conflicto mapuche? ¿Se ha estancado, ha empeorado, se ha progresado?
Es un conflicto que el Estado chileno tiene con los pueblos originarios, porque se legalizaron procesos de usurpación territorial por parte de particulares, empresas forestales, mineras, entre otras. En el caso mapuche, lo esencial para seguir existiendo son los territorios donde las comunidades se puedan desarrollar como tales. Es fundamental que ellas decidan lo que quieren hacer y no se les imponga como se ha hecho hasta ahora. Lamentablemente, la situación no es distinta a la que hemos denunciado en cuanto a la vulneración de derechos territoriales, políticos, económicos, culturales, porque se continúa con la política represiva. El avance más significativo es que nuestra gente está tomando conciencia de esta situación y ya se empieza a sentir orgullosa de quienes somos.
¿Cómo evalúas el papel que ha tenido la Iglesia en este tema?
Es positivo, en el sentido que en el último tiempo ha estado más atenta al verdadero sentir de las comunidades.
¿Sientes que la Iglesia ha actuado como una “madre” con el pueblo mapuche al acoger, escuchar y mediar por sus demandas?
Sí. Siempre se puede hacer más frente a las injusticias. Además, en el último tiempo, se ha acercado más a los reclamos planteados por nuestra gente. Se ha dejado de ver a los pueblos como folklore y eso ha ayudado a entender el sentido de la defensa de nuestro territorio y de todos los elementos que nos permiten sobrevivir en estos tiempos.
¿Qué hace falta para que el pueblo mapuche viva y se sienta en paz y qué forma la gente puede ayudar a superar este conflicto?
Falta ser libres. La comunidad puede ayudar en el respeto a los pueblos, con formas de vida distintas a la dominante; aceptar y enseñar a los demás, legitimando el cuidado y defensa de los recursos naturales.