Ricardo Andrés Quezada Betanzo, seminarista de la Arquidiócesis de la Santísima Concepción tiene 26 años de edad y proviene de la Parroquia la Purísima de Lirquén. El próximo viernes 6 de diciembre será ordenado Diácono en Tránsito, en una Misa que se realizará en la Catedral de Concepción, a las 19.30 horas.
Su familia la integran sus papás, Luisa y Pascual, y sus hermanos: Luis, Danilo y Natalia; siendo el tercer hijo. Ellos le han dado grandes valores hasta el día de hoy, los que conserva como un verdadero tesoro. “Mi mamá nos acercó a la Iglesia junto a mis hermanos, íbamos a misa todos los domingos, en especial al mes de María, que es muy popular en la localidad. Sin embargo, el entusiasmo le duró poco, pero lo suficiente para que comenzara a ir por mi cuenta junto a las catequesis de primera comunión”, recuerda Ricardo.
En una oportunidad en que fue a misa, el párroco lo invitó a ser parte del grupo de acólitos, idea que le gusto de inmediato y que sus padres apoyaron. Con ello ingresó al mundo parroquial, conociendo amigos y personas. “Encontré la fe verdadera, que daba respuestas a las preguntas que me hacía, respuestas que me iban asombrando cada vez más”.
“Siempre tuve la seguridad, y no lo digo por cliché, que `alguien´ me acompañaba en mi vida. Hoy me doy cuenta que era, y es, la presencia de Cristo en mi historia”, asegura. Durante esos años egresó de la escuela Almirante Patricio Lynch de Lirquén, para continuar los estudios en el Liceo Comercial de Concepción (INSUCO), allí estudió Administración.
Mientras tanto, en su vida cristiana, iba descubriendo llamados que lo hacían perseverar y comprometerse aún más. Recibió la confirmación el año 2001, con un nuevo párroco, el padre Hernán Enríquez, quien fue uno de los instrumentos fundamentales para su discernimiento vocacional; “me planteó claramente la pregunta: ¿Has pensado en ser sacerdote…? Recuerdo que no supe responder, y simplemente dije que lo pensaría. Con el paso de los días la pregunta comenzó a acompañarme en toda mi vida, en el liceo, en mi casa, con mis amigos, en la Iglesia, cuando estaba solo, siempre”, señala.
Participó de las jornadas de discernimiento, mientras vivía con su abuela, la que había enviudado hace algunos años, y que acompañaba a diario, “en realidad era el que la hacía rabiar, trabajar y preocuparse, pero con eso ella era feliz”, reconoce. Durante esos años su hermano Danilo se integró a la comunidad juvenil y al grupo de amigos que tenía; amistad que reveló su proceso de discernimiento. “Éramos un grupo bien comprometido en la fe, llegamos todos a participar de la misa diaria, ese era nuestro punto de encuentro y, antes de ir a alguna fiesta, lo primero era ir a Misa.
Seminario
Finalmente, en diciembre del año 2005, mientras realizaba su práctica profesional en Puerto Lirquén, le llamó el padre Juan Carlos Marín, encargado de las jornadas vocacionales, informándole que era aceptado en el Seminario y que debía ingresar en marzo del año siguiente para iniciar su formación.
Ingresó al Seminario un 13 de marzo del año 2006. Tanto en su formación en el seminario como en su experiencia pastoral en distintas parroquias ha seguido descubriendo las maravillas de Dios, la persona de Jesucristo y el amor de nuestra Madre, la Virgen. “Me doy cuenta que todos los momentos que he vivido son signos del amor del Señor, que en ellos se manifiesta su querer y su compañía. Sólo nos falta un simple “si” de nuestra parte para acceder al bien más pleno que podamos conocer”, concluye.