La importancia de la muerte de Jesús

Viernes Santo es uno de los días más significativos para los católicos: Jesús muere crucificado a los 33 años y en esta fecha recordamos aún más la razón.

Para los católicos, Semana Santa significa mucho más que un simple fin de semana largo, muy por el contrario, esta fecha es una de las más importantes, ya que se conmemora la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús.

Así afirma el académico del Instituto de Teología, Arturo Bravo, quien enfatiza en que Semana Santa es fundamental ya que “es la celebración más importante de nuestra fe porque en ella recordamos y hacemos presente el signo central constituido por la pasión, muerte y resurrección”.

Pero, ¿por qué la muerte de Cristo (y también su resurrección) es tan importante para nosotros? ¿Por qué, aun cuando han pasado más de dos mil años, seguimos conmemorando este hecho?

El académico del Instituto, Agostino Molteni, explica que “para los cristianos no se trata de un recuerdo, sino de memoria de hechos que, acontecidos en el pasado, vuelven a acontecer con nuevos inicios, principalmente en los actos litúrgicos de la Semana Santa. En estos actos, Cristo semperadest, ‘siempre vuelve a acontecer, a estar presente’” (Conc. Vat. II, Sacrosantum Concilium n. 7).

Durante la “Gran Semana”, volvemos a contemplar lo sucedido durante esos días, desde la entrada en Jerusalén hasta la crucifixión y posterior resurrección de Jesús. Sin embargo, el quinto día, es para muchos, uno de los más representativos de esta conmemoración.

Agostino Molteni nos explica que “el Viernes Santo es el día de la muerte de Jesús: en ella, como dice Péguy, Jesús ha verificado, ha hecho un control, ha puesto a prueba su incorporación leal en una carne humana, la de todos los hombres que mueren y se ha revelado capaxhominis (capaz de ser hombre leal y honrado, es decir, de morir de la misma muerte humana) y capax Dei (capaz de ser Dios, de cumplir el pensamiento del Padre que era su mismo pensamiento)”.

Viernes Santo: Jesús muere en la cruz

Jesús murió crucificado a los 33 años aproximadamente, y tal como hemos venido escuchados desde siempre, “murió por nuestros pecados”, se sacrificó por nosotros y nos demostró con esto, su infinito amor.

Para el académico Arturo Bravo, “la muerte en cruz nos muestra la profundidad del amor de Dios por nosotros, pues en su Hijo se nos entrega, se nos dona completamente, hasta el extremo de la muerte en cruz. Es lo que tan bella y profundamente expresa el evangelio de Juan: ‘Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo’ (Jn 13,1)”.

Por su parte, para el académico Agostino Molteni, este hecho es “reconocimiento en el presente del fruto de la muerte y resurrección de Jesús que es la Iglesia, la societas de quienes tienen el pensamiento de Cristo. Como dice el Vaticano II retomando san Agustín, el cristiano reconoce que ‘del costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable de la Iglesia entera’ (Conc. Vat. II, Sacrosantum Concilium n. 5)”.

Y agrega, “si en el bello latín del Pregón Pascual se proclama: nihil nobisnasciprofuit, nisiredimiprofuisset (‘nada nos habría servido haber nacido si no hubiéramos sido rescatados’), el cristiano reconoce que de la muerte de Jesús y de su resurrección ha brotado nuestra salvación, es decir, que podemos conocer a Cristo a través de ‘una cadena ininterrumpida de testigos’ (Encíclica Lumen fidei n. 38). La muerte de Jesús deja de ser un mero recuerdo solo si nos nutrimos del encuentro con la communio cristiana, pues como decía san Agustín Christusnuntiatur per christianosamicos (‘Cristo es anunciado – y conocido – a través de los amigos cristianos’: In Io, 4).”

 

 

Publicado el: 18 Abril, 2019
© Arzobispado de Concepción