Pentecostés, la comunidad es ungida con el don del Espíritu Santo

Ayer domingo celebramos una de las fiestas más importantes para nuestra vida creyente. Pentecostés es reconocido como uno de los actos – momentos fundacionales de la Iglesia, la comunidad de Jesucristo Resucitado es ungida con el don de su Espíritu. Tradicionalmente se celebran en nuestras comunidades novenas de preparación, vigilias de oración, meditaciones, testimonios, reflexiones, cánticos y alegres alabanzas que plasman un ambiente que anhela y sueña un nuevo Pentecostés para la Iglesia y el mundo entero. Celebrar Pentecostés conlleva la renovación de la conciencia bautismal, aquello que nos recordaba Aparecida en 2007[1], la conciencia de ser discípulos y  misioneros que participan en la misión del Señor en la historia, en este sentido es relevante volver la mirada una y otra vez hacia Jesucristo para discernir e interpretar en el Espíritu los desafíos de hoy.

Uno de los tres Evangelios sinópticos, San Lucas, nos muestra cómo la vida de Jesús fue permanentemente animada, conducida y sostenida por el don del Espíritu Santo. En su Evangelio, Lucas presenta el rol fundamental del Espíritu desde el mismo momento de la encarnación del Hijo de Dios. Luego de ser ungido en el Bautismo y recibir el Espíritu, Jesús se encamina al desierto, lleno de Espíritu Santo, se volvió del Jordán y era conducido por el Espíritu en el desierto[2]. Es interesante detenerse en esta etapa germinal de la misión del Señor y apreciar su comunión con el Espíritu quien asume verdaderamente un rol protagónico: vemos a Jesús en camino, el Espíritu no lo deja estático, sino que lo moviliza, lo dinamiza, lo conduce, incluso arriesga a salir de los límites y va al desierto, lugar de peligros, inhóspito, extraño, en este lugar donde el pueblo experimentó su propia fragilidad e infidelidad, Jesús, lleno de Espíritu Santo, experimentó y testimonió la fidelidad a la misión encomendada por su Padre.

Siguiendo el relato de Lucas se reconoce cómo en la primera hora de la predicación evangélica la acción del Espíritu en la vida de Jesús es nuevamente protagonista:

Jesús volvió a Galilea por la fuerza del Espíritu […] Vino a Nazará, donde se había criado, entró, según su costumbre, en la sinagoga el día sábado, y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el volumen del profeta Isaías, desenrolló el volumen y halló el pasaje donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor […][3]

La presencia del Espíritu en la primera predicación de Jesús marca una propuesta programática y paradigmática para el futuro de toda su misión, ya en este momento germinal del ministerio público se da cuenta de lo que posteriormente Jesús propondrá como imperativo en su discurso de despedida[4] a los discípulos sobre la conveniencia del envío del Espíritu Santo y la misión que se llevará adelante en su nombre gracias a esta unción[5].

Una cuestión que debiera invitar a un verdadero y permanente discernimiento consiste en preguntarnos si realmente, como Jesús en el Evangelio, nuestra vida y misión ¿es animada, conducida y sostenida por el don del Espíritu Santo?, preguntarnos si nuestra oración y servicio ¿contienen la necesaria unción del Espíritu para llevar la Buena Noticia a la sociedad de nuestro tiempo?

En los momentos que se viven a nivel de la comunidad eclesial universal, la crisis sanitaria que se mantiene con sus múltiples manifestaciones y consecuencias, más los desafíos de orden social y político que debemos asumir como nación, la celebración de Pentecostés adquiere una mayor importancia y consecuencia: contemplar una vez más a Jesús que entró en relación con el momento histórico lleno de Espíritu Santo, debería proponernos no sólo una mirada y reflexión evocativa y provocativa, (como una especie de “iniciativa actitudinal” hacer- con voluntad- las cosas de este modo), sino, de verdad volver a contemplar nuestra vocación bautismal, es decir, la vida en el Espíritu y así, desde el Espíritu Santo, vivir el momento histórico de acuerdo con el don que ya hemos recibido, no debemos olvidar que realmente hemos recibido la unción del Espíritu, estas consideraciones nos deben ayudar a valorar la presencia vital del Espíritu en el tiempo desafiante que el Señor nos invita a vivir.

Pbro. Bernardo Álvarez Tapia
Rector del Seminario “San Luis Gonzaga”
Concepción – Chile

 

 

[1] Cfr. V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Documento de Aparecida, especialmente el n. 11.

[2] Lc 4, 1.

[3] Cfr. Lc 4, 14 – 22.

[4] Cfr. Jn 14, 17. 26; 15, 26; 16, 1- 33.

[5] Cfr. Hech 2, 1-36.

Publicado el: 24 Mayo, 2021
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