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Pasar hacia la otra orilla

El pasado domingo escuchamos en el Evangelio un relato que sorprende por sus características simbólicas: la tempestad calmada (Mc 4, 35-41).

 

La escena presenta una fuerte tempestad que azotaba la barca en la que iban los discípulos junto con Jesús. Las olas entraban dentro de la barca, que ya se estaba llenando de agua. La situación sobrepasaba las capacidades y destreza de los discípulos pescadores, quienes van a despertar a Jesús que iba en el cabezal de la barca durmiendo, seguramente agotado por el camino ya recorrido.

 

Al despertar, reprime con su autoridad las fuerzas de la naturaleza y estas le obedecen. Retorna la calma, y luego lanza dos preguntas a sus discípulos con un carácter de reprimenda: si Él va con ellos en la barca, no deben temer y deben sostenerse mutuamente en la fe.

 

Muchas veces en el camino de la vida experimentamos situaciones que nos sobrepasan humanamente. Nuestra vida se torna como la frágil barca de los discípulos, que se zarandea por la fuerza del viento y del mar. También, ante la impotencia del dolor, del sufrimiento y del mal, el espíritu humano se estremece como el de los discípulos y cuestiona la presencia de Dios y su posibilidad de intervenir en medio de la tormenta.

 

Jesús nos regala una clave importante para no sucumbir: el don de la fe, que contiene en sí la posibilidad de reconocerlo y descubrirlo aún en los momentos más oscuros y tormentosos de la existencia. Debemos saber que su presencia en la barca de nuestra vida no nos exime del viento, de la lluvia o de la fuerza del mar; sin embargo, con su poder y gracia, la tormenta puede amainar y retornar la calma para seguir adelante y pasar con Él hacia la otra orilla.

 

Mons. Bernardo Álvarez 

Administrador Diocesano de Concepción

Publicado el: 24 Junio, 2024
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