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Se acabó el tiempo de escucha… ¿Se acabó la escucha?

El ‘tiempo de escucha’ definido por la Asamblea Eclesial para América Latina y el Caribe ha terminado este pasado 31 de agosto; fue un tiempo para el diálogo, para el intercambio de experiencias, ideas y esperanzas. Dentro de la masa de cristianos católicos del continente, probablemente solo un puñado de personas participaron de este tiempo de escucha siguiendo el método propuesto. También en nuestro país y en nuestra Arquidiócesis la participación ha sido proporcionalmente baja, aunque en mi opinión esta participación es un reflejo más adecuado del grado de pertenencia a la Iglesia y de la conciencia de formar parte del Pueblo de Dios.

En cualquier posición que uno pueda tener sobre la Asamblea y la participación en ella, puede darse la tentación de confundir el ‘tiempo de escucha’ con la actitud de escuchar. La Asamblea, a través del ‘tiempo de escucha’ ha querido ayudarnos a desarrollar y/o consolidar la permanente actitud de escucha que todo discípulo de Jesús debe tener para atender a su Palabra y obedecer la voluntad del Padre. Escuchar es de la esencia de la vida de fe auténtica; se debe practicar en todo ámbito de vida y en todo momento, especialmente si se trata de escuchar la voluntad de Dios expresada por Jesucristo en el Evangelio.

No obstante la importancia de la actitud de escuchar, hay muchos signos en nuestra sociedad (dentro de la cual se desenvuelve la Iglesia) que muestran una dificultad creciente para escuchar y, por ende, para hablar. Igual como sucede con una persona afectada por la pérdida de audición  que responde algo que no le han preguntado o que interviene en una conversación con alguna expresión fuera de contexto, los cristianos afectados por la dificultad de escuchar podemos hablar cualquier cosa (incluso podemos hablar cosas buenas), pero probablemente no será lo que Dios quiere que hablemos. Así es imposible que realmente creamos en Cristo, por más que profesemos verbalmente la fe. San Pablo confirma esta grave dificultad cuando se preguntaba cómo vamos a creer en Cristo si no hemos escuchado hablar de él (cf. Romanos 10, 13-21). En consecuencia, para hablar correctamente de Dios, primero debo escuchar correctamente a Dios.

El Evangelio de este Domingo XXIII del Tiempo Durante el Año nos recordó que la sanación que Cristo nos trae involucra el ‘Efetá’, es decir, el ‘Ábrete’ que solo Dios pronuncia sobre nuestros oídos del alma para que podamos escuchar. Si Dios no nos abre los oídos, cual sordos no podremos escuchar cuando Dios nos hable por medio del Evangelio, por medio de los santos (testigos auténticos del Evangelio), por medio de nuestros pastores (servidores del Evangelio) por medio de nuestros hermanos en la fe (mediadores del Evangelio) y por medio de los postergados y excluidos (predilectos del Evangelio). Y si no podemos escuchar a Dios, tampoco podremos hablar de él; peor aún, nos exponemos a ser idólatras por proclamar un dios falso que solo existe en nuestro corazón o dejamos a Dios por mentiroso porque su Palabra no está en nosotros, como dice san Juan en su primera carta (cf. 1 Juan 1, 10).

Nuestro país necesita escuchar la voz de Dios y su constante aliento a los desalentados, a quienes no tienen fuerzas para seguir adelante, a quienes no tienen la capacidad para enfrentar los obstáculos o han sido aplastados por el mal que hemos provocado y/o permitido. A todos ellos Dios quiere decirles “¡Sean fuertes, no teman: ahí está su Dios!” (Isaías 35, 4). Dios cuenta con nosotros para escuchar y luego hablar en su nombre, hablar de él con nuestras actitudes y, si llega a ser necesario, hablar de él con nuestras palabras.

 

Pbro. Mauricio Aguayo Quezada
Párroco Nuestra Señora de la Candelaria
Vicario para la Pastoral

Publicado el: 6 Septiembre, 2021
© Arzobispado de Concepción