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Consagrar a María, Madre de los Pueblos, para unir a sus hijos

Desde el inicio del conflicto entre Rusia y Ucrania, el Papa Francisco no escatimó esfuerzos para tratar de detener la guerra y sensibilizar a los gobernantes para que busquen incesantemente la paz. Estos esfuerzos van acompañados de una convocatoria al Pueblo de Dios para que recen, ayunen y sean solidarios con los que más sufren en este momento dramático.

En ese contexto se entiende el acto de consagración o entrega de la Ucrania y Rusia al Inmaculado Corazón de María el 25 de marzo, día de la Anunciación del Señor, convocado por el Papa Francisco. El CELAM y los obispos de todo el mundo respondieron diligentemente a la invitación del Papa, uniéndose a él en ese gesto tan significativo.

Desde nuestros pueblos

De hecho, los pueblos de América Latina tienen una especial sensibilidad para entender esta convocatoria, pues – en palabras de San Juan Pablo II – “se puede decir que la fe y la devoción a María y sus misterios pertenecen a la identidad propia de estos pueblos”, cuya piedad popular es “indisolublemente mariana” (Homilía en el Santuario de la Virgen de Zapopán, 30 de enero de 1979). En momentos de dificultad, angustia o peligro nuestros pueblos recurren espontáneamente a la protección de la Virgen María, entregándose confiadamente a ella, para que ella interceda junto a Jesús por todas sus necesidades.

En la historia nacional y religiosa de los pueblos latinoamericanos fueron frecuentes distintos tipos de acto de consagración a la Virgen, sea por parte de los colonizadores sea por los pueblos autóctonos. Se puede mencionar el voto de Bernardo O’Higgins a la Virgen del Carmen en Chile, o la entrega de la patria a la Virgen de Luján por parte de los próceres argentinos.

San Juan Pablo II explicaba que, en la piedad de nuestros pueblos, “María Santísima ocupa el mismo lugar preeminente que ocupa en la totalidad de la fe cristiana. Ella es la madre, la reina, la protectora y el modelo. A ella se viene para honrarla, para pedir su intercesión, para aprender a imitarla, es decir para aprender a ser un verdadero discípulo de Jesús… Lejos de empañar la mediación insustituible y única de Cristo, esta función de María, acogida por la piedad popular la pone de relieve” (Homilía en el Santuario de la Virgen de Zapopán, 30 de enero de 1979).

¿Qué significa consagrar a María?

De esta forma, un acto de consagración a María – actualmente llamado más precisamente acto de entrega o de dedicación – puede ser realizado de forma personal o comunitaria. San Luis María Grignion de Montfort prefería definirlos como “consagración a Cristo por manos de María” como forma consciente y subjetiva de renovación del Bautismo, es decir, de la “consagración bautismal”.

Desde el punto de vista teológico, el Directorio de Pastoral Popular y Liturgia explica que “a la luz del testamento de Cristo (cfr. Jn 19,25-27), el acto de ‘consagración’ es el reconocimiento consciente del puesto singular que ocupa María de Nazaret en el Misterio de Cristo y de la Iglesia, del valor ejemplar y universal de su testimonio evangélico, de la confianza en su intercesión y la eficacia de su patrocinio, de la multiforme función materna que desempeña, como verdadera madre en el orden de la gracia, a favor de todos y de cada uno de sus hijos” (DPPL, n. 204).

Desde los papas y los obispos

Momentos como éste se han repetido en la historia reciente de la Iglesia. Como es sabido, el 13 de julio de 1917, la Virgen María en Fátima habría pedido la consagración de Rusia a su Inmaculado Corazón. Juan Paulo II consagró el mundo a María en diversas ocasiones, y la Hermana Lucía, una de las videntes de Fátima, confirmó personalmente que el acto realizado por él el 25 de marzo de 1984 correspondía al pedido de la Virgen.

Pero el Papa polaco no había sido el primer pontífice en realizar un acto de ese tipo. Antes de él, Pío XII consagró la Iglesia y el género humano al Corazón Inmaculado de María (cf. Radiomensaje, del 31 de octubre de 1942), y, diez años después, consagró específicamente Rusia al Corazón Inmaculado de María (cf. Carta apostólica Sacro vergente anno, del 7 de julio de 1952). Pablo VI también lo hizo refiriéndose a toda la humanidad (cf. Exhortación apostólica Signum magnum, del 13 de mayo de 1967).

Muchos obispos, también, han realizado y siguen realizando el acto de consagración de sus pueblos a María en momentos de dificultad y sufrimiento. El episcopado libanés, por ejemplo, consagró el Líbano el 25 de marzo de 2017 en Fátima, y en el mismo santuario 24 países fueron consagrados a la Virgen el 25 de marzo de 2020. Incluso el mismo Cardenal Bergoglio realizó este acto en su Arquidiócesis el 1 de julio de 2002: “Querida Madre Nuestra, Virgen de Luján. A tu inmaculado corazón maternal consagro esta ciudad de Buenos Aires. Te consagro a cada uno de sus hijos. Tú nos conoces bien y sabemos que nos quieres mucho” (Consagración de Buenos Aires a la Virgen de Luján al finalizar la celebración de la Solemnidad de Corpus Christi, 1 de junio de 2002).

María en medio de los pueblos

En verdad, al Papa Francisco le gusta decir que “en medio del pueblo siempre está María” (Evangelii gaudium, n. 284). De hecho, los pueblos evangelizados logran reconocer el lugar singular que ella ocupa en el misterio de Cristo y de la Iglesia, la ven como modelo de las virtudes evangélicas y expresan plena confianza en su intercesión y cuidado maternal.

Ucrania y Rusia son pueblos evangelizados. María se encuentra allí y actúa como madre, modelo e intercesora, tanto para ucranianos como para rusos. La consagración de estos pueblos a la Virgen es una oración de entrega, de intercesión por el bien de ambos pueblos y de todo el mundo, pues la paz es un bien para todos. No es un acto político, sino religioso, que tiene incluso un carácter ecuménico.

Es un gesto pensado para construir puentes. Los cristianos ortodoxos – muy presentes en ambos países – son tan marianos, o incluso más marianos que nosotros latinos. En Evangelii gaudium, el Papa Francisco recuerda que María “comparte las historias de cada pueblo que ha recibido el Evangelio, y entra a formar parte de su identidad histórica” (EG 286). Ella es, de hecho, parte de la identidad cristiana del pueblo ruso y del pueblo ucraniano.

Bajo el manto protector de la Madre de todos

Como “Madre de todos”, María es capaz de unir a los pueblos. Como dice un texto que el Papa Francisco ayudó a escribir, el Documento conclusivo de la V Conferencia General del CELAM en Aparecida (2007): “Como en la familia humana, la Iglesia-familia se genera en torno a una madre, quien confiere ‘alma’ y ternura a la convivencia familiar. María, Madre de la Iglesia, además de modelo y paradigma de humanidad, es artífice de comunión” (DAp 268).

Una comunión que se construye, por lo tanto, bajo el manto protector de María. De hecho, en diversas ocasiones Francisco ha comentado que “le llega mucho” y recomienda rezar con frecuencia “la primera antífona mariana de Occidente Sub tuum praesidium (‘Bajo tu amparo nos acogemos Santa Madre de Dios’)”. Y el Papa la une espontáneamente a “una antigua tradición de los místicos rusos”, que enseñan que “en los momentos de turbulencia espiritual, no queda otra que acogerse bajo el manto de la Santa Madre de Dios” (cf. Audiencia en el Centenario de Movimiento de Schoenstatt, 25 de octubre de 2014).

Ese manto protector es llamado de “pokrov” en la tradición ucraniana, que Bergoglio conocía bien en Argentina. En efecto, en su ciudad natal, se halla la sede de la Eparquía Ucraniana Pokrov. Más que nunca esas referencias se hacen actuales y urgentes: es hora de seguir el consejo de los monjes rusos en este momento de turbulencia humana y espiritual, y de ponernos como los ucranianos bajo el “pokrov” de la Virgen María implorando que cese la guerra entre estos pueblos hermanos y prevalezca el amor y la paz.

Reflexión del Padre Alexandre Awi Mello, ISch.

Secretario del Dicasterio de Laicos, Familia y Vida y Consejero de la Pontificia Comisión para América Latina.

Publicado el: 25 Marzo, 2022
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