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Acoger para amar, amar para educar

Decretada la suspensión de las clases presenciales, una de las primeras preocupaciones fue contar con acceso a internet en el hogar, algo para lo cual aparentemente nuestro país estaba bien preparado. Lo anterior ya que, de acuerdo a una encuesta de la Subsecretaría de Telecomunicaciones, esta cifra había subido de un 60,4% en 2012 a un 87,4% en 2017. Es decir, 9 de cada 10 hogares tienen acceso a internet.

Sin embargo, estas cifras tan altas de acceso se tornaron frágiles e inestables, al constatar que muchos hogares sólo cuentan con conexión a través del teléfono móvil, y sus integrantes deben turnarse para ocupar el único computador.

Así, la pandemia nos ha obligado no sólo a ver, sino a palpar en un aspecto clave actualmente para el acceso a la educación, la vulnerabilidad de los estudiantes de diferentes establecimientos educacionales. Ha quedado en evidencia lo que los uniformes escolares no permitían ver: aquellas brechas sociales que se interpretaron rápidamente en una brecha digital, que significa la ausencia de un buen acceso a internet y a un computador en cada hogar.

Como educadores católicos, estamos desafiados a agudizar más que nunca la mirada. Hoy, nuestra responsabilidad en el proceso de aprendizaje pasa también por visibilizar adecuadamente la realidad de a cada uno de nuestros estudiantes y sus familias. La vocación debe transformarse en amor, con los mayores y mejores esfuerzos para que los niños, niñas, adolescentes y jóvenes se sientan acogidos y ninguno quede excluido del sistema educacional. Sólo así contribuiremos a una formación afectiva y valórica de calidad, que nos permita lograr la estatura más alta de la dignidad humana.

La ausencia de la escuela como un espacio de seguridad, sumado a la delicada situación socio económica que presentan muchos hogares ante la pérdida del empleo, nos llama y anima a recordar las palabras de Monseñor Fernando Chomali en su carta Educar en el Siglo XXI: “que cada chileno saque con fuerza y convicción los talentos que tiene, se convierta en fuente de felicidad, y esté al servicio de los demás. Ése es el camino para modelar una sociedad más amable, más feliz, en definitiva, más plenamente humana”.

Que esos talentos nos ayuden a ponernos en el lugar de nuestros estudiantes, para que así seamos instrumentos eficaces en su proceso de aprendizaje a distancia.

Adriana Fernández Álvarez
Delegada Episcopal para la Educación
Arquidiócesis de la Santísima Concepción

Publicado el: 10 Junio, 2020
© Arzobispado de Concepción