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El compromiso y responsabilidad del laico en la Iglesia

Ante la falta de sacerdotes y de vocaciones sacerdotales, que nuestra Iglesia adolece en estos tiempos, podríamos preguntarnos: ¿El Señor no nos estará enviando algunas señales, para que los laicos revisemos nuestro compromiso y responsabilidad que tenemos que asumir como bautizados?

Reflexionemos entonces, primero, que todo el mundo necesita conocer a Jesús, recordemos que el último mandato de Jesús a sus discípulos antes de ascender al cielo fue de “ir y predicar el Evangelio a todas las personas del mundo” (Mc.16,15). Es este el llamado y la misión que Dios ha encargado a todo cristiano hasta que Él regrese.

El llamado de ir a predicar: la salvación no es solo para ti y para mí. Jesús vino a salvar a personas de todas las naciones, culturas, razas y clases sociales, por ello necesita que se dé a conocer el Evangelio a todos.

Por tanto: “Vayan y hagan discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”; enseñándoles que guarden todas las cosas que les he mandado; y he aquí, “yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”. (Mt 28,19-20).

Este mandato de ir y hacer discípulos de todas las naciones no es solo para obispos, sacerdotes, diáconos, misioneros u otros líderes consagrados. Todo cristiano está llamado a predicar el Evangelio con su forma de vivir, hablar y actuar, dando buen testimonio de Jesús. Tú mismo puedes y debes participar en el plan de Dios para la salvación del mundo. Así también lo analizó el Concilio Vaticano II, abriendo la Iglesia a la participación de los laicos y, más precisamente, al servicio dentro de la Iglesia.

Por lo tanto, es preciso reflexionar más profundamente sobre la vocación, el deber y la responsabilidad que tenemos todos los bautizados, por la condición que recibimos, en este sacramento, de ser sacerdote, profeta y rey; siendo levadura en la masa y sal de la tierra.

El pueblo de Dios es en su esencia servidor, a imitación de Jesús, el Maestro: que no vino a ser servido, sino a servir.  Así lo expresa también Puebla:  “El Pueblo de Dios, como sacramento universal de salvación, está enteramente al servicio de la comunión de los hombres con Dios y del género humano entre sí. La Iglesia es, por tanto, un pueblo de servidores”.

Por lo anterior todos los bautizados deben poner al servicio de su Iglesia cada uno de los dones o talentos que ha recibido de Dios; teniendo en cuenta que esta es la viña que el Señor nos ha encargado cultivar y hacer producir, para el beneficio, tanto de su Iglesia, como para toda la humanidad, que hoy más que nunca lo necesita.  Por tanto, la acción laical se ejerce a través de toda la actividad de los cristianos. El laico, hombre y mujer, tiene entonces la misión de asumir el liderazgo para afrontar la problemática humana con sus múltiples matices. “De ahí que su participación también en lo social, y en todo ámbito en pro del ser humano sean caminos para concretar allí la vocación de servicio”. 

Para conseguir este cambio es necesario liberar la concepción del laico o laica de su connotación negativa. Somos herederos de esa definición planteada desde el año 95 por San Clemente de Roma, quien define al laico como el “miembro de la Iglesia que no es ministro ordenado”.

Por eso es necesario ahondar en una noción más positiva de lo que significa el laicado en la Iglesia. Puebla ratifica este aspecto: El laico debe aportar al conjunto de la Iglesia su experiencia de participación en los problemas, desafíos y urgencias de su mundo secular para que la evangelización eclesial arraigue con vigor. 

En ese sentido será un aporte precioso del laico, por su experiencia de vida en el mundo, su competencia profesional, científica y laboral, su inteligencia cristiana, cuanto pueda contribuir en el desarrollo  de todas las actividades que nuestra Iglesia realiza. En la Iglesia, Pueblo de Dios, que formamos todos, consagrados y laicos, donde todos tenemos cabida; debemos seguir profundizando sobre la responsabilidad y compromiso de construirla desde los diferentes carismas y dones, para seguir avanzando y consolidar un laicado más adulto y comprometido con la tarea evangelizadora de la Iglesia. 

A todos mis hermanos laicos los insto a poner manos a la obra,  sirviendo a nuestra Iglesia, que hoy más que nunca necesita de todos y cada uno de nosotros, no tan solo de los ordenados o consagrados, sino también de los laicos y laicas: para ello no estamos solos, pues para todo lo que hagamos por nuestra Iglesia contamos con Aquel que nos prometió estar con nosotros, siempre, en cada una de las empresas que emprendamos, hasta el fin de los tiempos.   

Zenón Peña V. 
Diácono Permanente
Arquidiócesis de Concepción

 

Publicado el: 9 Mayo, 2024
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