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El diaconado permanente y la guía del Espíritu Santo

Los diáconos, que reciben la imposición de las manos «no en orden al sacerdocio, sino en orden al ministerio». Así, confortados con la gracia sacramental, en comunión con el Obispo y su presbiterio, sirven al Pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la Palabra y de la caridad. Es oficio propio del diácono, según le fuere asignado por la autoridad competente, administrar solemnemente el bautismo, reservar y distribuir la Eucaristía, asistir al matrimonio y bendecirlo en nombre de la Iglesia, llevar el viático a los moribundos, leer la Sagrada Escritura a los fieles, instruir y exhortar al pueblo, presidir el culto y oración de los fieles, administrar los sacramentales, presidir el rito de los funerales y sepultura (LG 29).

La Lumen Gentium enseña el ministerio de los diáconos, que reciben la imposición de las manos no en orden al sacerdocio, sino en orden al servicio, quienes sirviendo a los misterios de Cristo y de la Iglesia deben conservarse inmunes de todo vicio, agradar a Dios y hacer acopio de todo bien ante los hombres. La disminución del número de sacerdotes ha llevado a la dedicación prevalente de los diáconos a tareas de suplencia que, aunque importantes, no constituyen la naturaleza específica del diaconado. El Concilio subraya que los diáconos están sobre todo dedicados a los oficios de la caridad y de la administración. La frase recuerda los primeros siglos, cuando los diáconos atendían las necesidades de los fieles, especialmente de los pobres y los enfermos, en nombre y por cuenta del obispo.

La espiritualidad del servicio diaconal se centra en la imitación de Cristo como siervo y en la dedicación al servicio de la Iglesia y la comunidad. El Papa Francisco reconoce la espiritualidad del diácono que nace desde el corazón, dispuestos a decir sí, dóciles, sin hacer girar la vida en torno a la propia agenda. En el contexto chileno, nuestra arquidiócesis no está exenta de este hecho, los diáconos permanentes juegan un papel crucial en muchas comunidades, especialmente en áreas rurales y marginadas, donde a menudo son los principales líderes espirituales y sociales. Su servicio no sólo se limita a la liturgia, sino que también incluye la promoción de la justicia social, la educación y el apoyo a las familias en dificultades.

El Papa nos orienta en las dimensiones que debemos cultivar: En primer lugar, la humildad, “es triste ver a un obispo y a un sacerdote pavonearse, pero es todavía más triste ver a un diácono que quiere ser el centro del mundo, o el centro de la liturgia, o el centro de la Iglesia. Que todo el bien que hagáis sea un secreto entre vosotros y Dios”. En segundo lugar, nos pide que seamos buenos esposos, buenos padres y abuelos. “Esto dará esperanza y consuelo a las parejas que pasan por momentos de fatiga y que encontrarán en vuestra sencillez genuina una mano tendida. Hacer todo con alegría, sin quejaros: es un testimonio que vale más que muchos sermones”. Por último, nos pide que seamos centinelas, “ayuden a la comunidad cristiana a divisar a Jesús en los pobres y en los lejanos, ya que llama a nuestras puertas a través de ellos”. Nos invita a ver más allá y ayudar a los demás a ver más allá, ver a los pobres, que están lejos, hacer nuestra la bella imagen del final del discípulo amado cuando lo reconoce y dice: «¡Es el Señor!» (Jn 21, 5.7), divisar al Señor cuando, en muchos de sus hermanos más pequeños, pide ser alimentado, acogido y amado. 

Si de cultivar estamos hablando, debemos pedir la gracia y la guía del Espíritu Santo. Nuestra relación con el Espíritu Santo es fundamental y profunda, Él es quien nos llama y equipa para servir a la Iglesia y al mundo, nos confiere los dones y habilidades necesarios para cumplir nuestra misión, nos aporta la sabiduría, la fortaleza y la compasión necesarias para servir a los demás, especialmente a los más necesitados. 

Un diácono permanente puede sacar el mejor provecho de los dones del Espíritu Santo de la siguiente manera:

  • Buscar la guía del Espíritu Santo a través de la oración y el discernimiento para entender cómo utilizar mejor los dones recibidos.
  • Identificar y reconocer los dones que el Espíritu Santo ha entregado, como la sabiduría, la fortaleza, etc.
  • Ser humilde y obediente al llamado del Señor, reconociendo que los dones son para el beneficio de la comunidad y no para el propio beneficio personal.
  • Buscar formación y crecimiento espiritual continuo para desarrollar y perfeccionar los dones recibidos.
  • Trabajar en equipo con otros ministros y miembros de la comunidad para complementar los dones y talentos.
  • Estar dispuesto a servir donde y cuando el Señor lo llame, siendo flexible y adaptable a las necesidades de la comunidad.
  • Agradecer y alabar al Señor por los dones recibidos, reconociendo que todo proviene de Él.
  • Usar los dones de manera responsable y sabia, evitando el abuso o la manipulación.
  • Reconocer que los dones son un canal del Espíritu Santo y depender de Él para guiar y empoderar el ministerio.
  • Evaluar periódicamente el uso de los dones y hacer ajustes según sea necesario para asegurarse de que se estén utilizando para el máximo beneficio de la comunidad.

Al seguir estos pasos, un diácono permanente puede sacar el mejor provecho de los dones del Espíritu Santo y cumplir efectivamente con su llamado a servir y cultivar la dimensiones que el Papa nos pide desarrollar.

Diácono Claudio González Larenas

Publicado el: 13 Agosto, 2024
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