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El don de la fe

Durante estos domingos, las lecturas del Evangelio nos han introducido en un gran don que Dios nos regala: el don de la fe. A través de los relatos de la tempestad calmada (Mc 4, 35-41) y los milagros realizados por Jesús en favor de la hija de Jairo y la mujer que padecía hemorragias por tanto tiempo (Mc 5, 21-43), se aprecia la importancia que el Señor da al don de la fe en el camino discipular. En ambos relatos, Jesús anima a sus discípulos a no tener miedo y a tener fe: “¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?” (Mc 4, 30); “Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda sanada de tu enfermedad” (Mc 5, 34); “No temas; solamente ten fe” (Mc 5, 36). En el evangelio de este domingo (Mc 6, 1-6a), Jesús, al volver a su pueblo, Nazaret, se asombra de la falta de fe de sus coterráneos, lo cual era causa de escándalo para ellos. El resultado de esta incredulidad fue la imposibilidad de hacer allí ningún milagro, fuera de sanar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos (Mc 6, 5).

El Papa Francisco, el 1 de mayo pasado, en el marco de sus catequesis sobre “vicios y virtudes”, nos iluminó profundizando sobre la virtud de la fe. Como el amor y la esperanza, la fe es una virtud teologal; estas tres virtudes son teologales porque las recibimos y vivimos por un don de Dios. Recordando el Catecismo de la Iglesia Católica, nos enseña que “el don de la fe es el acto por el cual el ser humano se entrega libremente a Dios” (n. 1814). La fe es la virtud que hace al cristiano. Porque ser cristiano no es, ante todo, aceptar una cultura con los valores que la acompañan, sino que ser cristiano es acoger y custodiar un vínculo, un vínculo con Dios: Dios y yo; mi persona y el rostro amable de Jesús. Este vínculo es lo que nos hace cristianos.

La transmisión de la fe en el seno de la familia es una misión fundamental en este tiempo. La vivencia de la fe es un desafío de amor que se teje en el hogar: amor a Dios, amor en la familia, amor a las nuevas generaciones. Con el don de la fe se ensancha el corazón humano hacia un horizonte sin fin; se vive cotidianamente confiados en la presencia del Dios vivo y verdadero; se experimenta el vínculo personal con Jesús, con su comunidad que es la Iglesia y su proyecto de nueva humanidad. Agradezcamos o pidamos el maravilloso don de la fe.

Mons. Bernardo Álvarez T. 
Obispo Auxiliar de Concepción

Publicado el: 9 Julio, 2024
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