donar

El Sagrado Corazón de Jesús, algunas reflexiones

El Papa Pío XII, el año 1956, en su encíclica Haurietis aquas sobre el culto al Sagrado Corazón de Jesús, indicaba que la señal y símbolo más viviente del amor del Divino Redentor es su corazón traspasado (cf. n. 2). Más adelante afirma que su “Corazón, más que ningún otro miembro de su Cuerpo, es un signo o símbolo natural de su inmenso amor hacia el género humano” y que “el amor de Dios a nosotros -razón principal de este culto- es proclamado e inculcado tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento con imágenes con que vivamente se conmueven los corazones” (n. 6). Como se ve, el Sagrado Corazón es signo tanto del amor de Dios como del de Jesús a nosotros.

Pero si de amor de Dios se trata habrá que mirar la primera encíclica de Benedicto XVI dedicada al amor que es Dios (Deus caritas est), de la que rescato dos pasajes. En el n. 17 dice que la Biblia nos narra una historia de amor en la que Dios “sale a nuestro encuentro, trata de atraernos, llegando hasta la Última Cena, hasta el Corazón traspasado en la cruz, hasta las apariciones del Resucitado y las grandes obras mediante las que Él, por la acción de los Apóstoles, ha guiado el caminar de la Iglesia naciente”. Y en el n. 39, donde menciona la finalidad de la encíclica, afirma: “La fe, que hace tomar conciencia del amor de Dios revelado en el corazón traspasado de Jesús en la cruz, suscita a su vez el amor. El amor es una luz —en el fondo la única— que ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar. El amor es posible, y nosotros podemos ponerlo en práctica porque hemos sido creados a imagen de Dios. Vivir el amor y, así, llevar la luz de Dios al mundo: a esto quisiera invitar con esta Encíclica”.

Los textos de Benedicto XVI confirman lo anteriormente dicho, a saber, que el corazón es expresión del amor y misericordia de Dios para con nosotros que no aparece sólo en el Nuevo Testamento, como erróneamente pudiésemos suponer, sino que se hace presente en ambos testamentos.

Uno de los textos más preciosos de toda la Biblia sobre el corazón de Dios y su misericordia se encuentra en el Antiguo Testamento, en el profeta Oseas: “¿Cómo voy a entregarte, Efraín, cómo voy a soltarte, Israel? ¿Voy a entregarte como a Admá, y tratarte como a Seboín? Un vuelco ha dado en mí mi corazón, se inflama mi compasión. No daré curso al furor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraín, porque soy Dios, no hombre; el Santo en medio de ti, y no vendré con ira” (11,8-9). El corazón de Dios ha dado un vuelco bajo el impulso de su misericordia.

Pero, antes de continuar hablando del corazón, hay que explicar cuál es su significado en la Biblia, que es muy distinto al sentido que le damos nosotros en cuanto sede de los sentimientos y emociones. En la Biblia, en cambio, el corazón es para la antropología hebrea la sede de la inteligencia, del pensamiento, del raciocinio, de la memoria, también de la voluntad. Por eso que en Eclesiástico 17,6 en la Biblia de Jerusalén dice que el Señor “les dio un corazón para pensar”. Guardar los mandamientos en el corazón significa aprendérselos de memoria (ver 2 Re 23,3; 1 Cro 29,19; 2 Cro 34,31); significado que se conserva en algunos idiomas como el inglés y el francés en los que “de memoria” se dice “by heart” y “par coeur” respectivamente. Y se aprenden de memoria para ponerlos en práctica. 

Por su parte, en el Nuevo Testamento, que fue completamente escrito en griego, el término corazón continúa significando lo mismo que en el Antiguo Testamento. Por eso es que Jesús cuando declara puros todos los alimentos dice: “En cambio, lo que sale de la boca viene de dentro del corazón, y eso es lo que realmente contamina al hombre. Porque del corazón salen las intenciones malas: asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias” (Mt 15,19-20 // Mc 7,20-22); claro, porque todas estas cosas son primero pensadas, planificadas y luego realizadas, es decir, actúan el pensamiento y la voluntad. Anchura de corazón significa saber mucho (Sal 119,22). Duro de corazón quiere decir duro de cabeza, terco, pero también falto de entendimiento. En Mc 8,17 Jesús reprende a sus discípulos diciéndoles: “¿Aún no comprenden ni entienden? ¿es que tienen la mente embotada?”. La Biblia de Jerusalén traduce como “mente” lo que en griego aparece como “corazón” (kardía). Es el lugar más íntimo del ser humano que expresa su personalidad y el lugar de toma de decisiones. De ahí que conversión del corazón significa cambio en la forma de pensar, de ver el mundo y la realidad. Convertirse a Dios o a Jesús significa ver con los ojos de Dios o de Jesús, adoptar sus criterios para ver la realidad y vivir en ella.

Es en este sentido como hay que comprender el término “corazón” en todos los lugares que aparece tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. 

Jesús nos invita a aprender de Él porque “es manso y humilde de corazón” (Mt 11,29), que es la definición del “pobre de Yahveh” en el Antiguo Testamento, es decir, de todo aquel que, renunciando a su propia sabiduría, conocimiento, forma de ver las cosas, adopta los criterios de Dios, como recién se ha dicho. En otras palabras hace su voluntad.

En Jer 31,31-34, Dios promete una nueva alianza con la casa de Israel en la que escribirá su Ley en sus corazones, es decir, en sus mentes, en su interior, para ponerla en práctica. Esta profecía se ha hecho realidad en un corazón: el Sagrado Corazón de Jesús. Él es quien cumple a cabalidad la voluntad del Dios-Amor que se ha comprometido con su creación. Amar no se reduce a sentimentalismo y emocionalidad. Amar es hacer el bien. Es dar, pero, sobre todo, es dar-se, entrega oblación de sí. Y la máxima expresión del amor de Dios que se da, es la entrega de Jesús hasta el extremo de la cruz: “Él, que había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1). El corazón de Jesús traspasado por la lanza de uno de los soldados (Jn 19,34) es la manifestación suprema de esa entrega. Este amor compasivo, misericordioso es la fuente y motor de nuestro amor, porque el amor llama al amor.

Para terminar, quiero recordar unas palabras del saludo que dirigió a la Arquidiócesis de Concepción, el recientemente nombrado Arzobispo Sergio Pérez de Arce: “Desde ya pongo en mis oraciones especialmente a los hermanos más frágiles… Espero que las comunidades de Iglesia podamos ser siempre signo y testimonio de la compasión del Señor”. Y no podía ser de otra manera, porque Mons. Pérez de Arce pertenece a la Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, que define su misión como “contemplar, vivir y anunciar al mundo el Amor de Dios encarnado en Jesús” (Constituciones SS.CC., I,2) por lo que sus integrantes buscan hacer propias “las actitudes, opciones y tareas que llevaron a Jesús al extremo de tener su corazón traspasado en la Cruz” (Constituciones SS.CC., I,3).

Dr. Arturo Bravo
Académico Facultad de Estudios Teológicos y Filosofía UCSC

Fuente: Revista Nuestra Iglesia 

Publicado el: 14 Junio, 2024
© Arzobispado de Concepción