Este domingo celebramos la tradicional Solemnidad de Corpus Christi, la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Por medio de procesiones, cánticos tradicionales y muestras de devoción, se expresa una verdad de fe fundamental: creemos en la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Por eso, acudimos a cada Eucaristía para encontrarnos con el Señor, que ha querido quedarse con nosotros en este admirable sacramento.
Dentro de varios movimientos que dieron origen a la Solemnidad del Corpus Christi, uno muy significativo aconteció en la ciudad de Bolsena, en Italia, a mediados del siglo XIII. Se cuenta que un sacerdote de Praga vivía con muchas dudas de fe sobre la presencia real de Cristo en la Eucaristía, a tal punto que decidió emprender una peregrinación hacia Roma y rezar en San Pedro para recuperar la fe que había perdido.
Al retornar desde Roma, pasó por la basílica de Santa Cristina para celebrar la misa. Al llegar al momento de la fracción del Cuerpo de Cristo, ocurrió un hecho que conmovió profundamente el corazón de aquel sacerdote: de la Hostia consagrada brotaron unas gotas de sangre que cayeron en el corporal. Impactado, el sacerdote recuperó su fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía y dio testimonio de este hecho al Papa Urbano IV, quien reconoció la necesidad de instaurar una fiesta en honor del Cuerpo de Cristo.
Hoy vivimos en nuestra sociedad una gran crisis de fe, que se manifiesta tanto en el plano del don sobrenatural de la fe, creer en la revelación de Dios, como en el plano natural, es decir, en la necesaria confianza y credibilidad que necesitamos como base de sanas relaciones interpersonales o sociales. La verdad es que el ser humano no está hecho para el escepticismo o la incredulidad. Podemos afirmar que, para la sana y buena convivencia humana, necesitamos creer en Dios y también en la humanidad.
Que la presencia real de Cristo reavive el don de la fe en nuestra sociedad.
Mons. Bernardo Álvarez Tapia
Administrador Diocesano de Concepción
