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Iglesia y Familia un camino recíproco en la Sinodalidad

Cuando nos referimos al concepto de sinodalidad nos debemos plantear en primera instancia su significado etimológico, el cual se desprende del griego sínodos, el que entraña la realidad de “hacer camino juntos”; en segunda instancia es relevante dilucidar desde donde se comprende tal concepto o fenómeno, si se hace desde una forma de gobierno parecida a la democracia, como una consultoría por parte de la jerarquía hacia los fieles o como una manera de ser y de existir de la Iglesia, es decir como una categoría de ser Iglesia.

La sinodalidad, más que un dato histórico, encierra una categoría de ser Iglesia, la cual implica no solo consensuar y decidir juntos, sino caminar juntos y lograr la “koinonía”, como bien lo señala el Papa Benedicto XVI (2008): “la dimensión sinodal es parte constitutiva de la Iglesia: consiste en el reunirse de todo pueblo y cultura para llegar a ser uno en Cristo y caminar juntos en pos de Él”. Esta categoría de ser Iglesia que alude a su identidad más profunda, es una experiencia que se va gestando en el ser familia, pues vivir en clave sinodal implica caminar, decidir y proyectar juntos y ¿dónde, aprendemos a socializar, a caminar con otros,  sino es en el núcleo familiar?

Hablar hoy de sinodalidad, es también referirnos a la familia como Iglesia Doméstica y como espacio privilegiado de desarrollo humano y social, como bien lo señala Juan Pablo II en la Exhortación Apostólica Familiaris Consortio “la familia, es la célula primera de la sociedad” (62). Ella “es capaz de transformar desde dentro las estructuras de la sociedad y ser fermento de algo diferente en el mundo” (E. Glennie,107).

Por su parte, el Papa Francisco dice que la familia no puede renunciar a ser lugar de sostén, de acompañamiento y de guía (AL 260), pues ella posibilita encuentros fructíferos, que activan el aprendizaje de cada persona y al mismo tiempo cada uno se forma y comprende quién es.

En la familia las personas -de la mano del crecimiento de las relaciones familiares- van perfeccionándose; aprendiendo a amar, a encontrar su vocación e identidad en el mundo y a cultivar virtudes. Las virtudes humanas, como indica David Isaacs en su obra “La educación de las virtudes humanas, 2000”, que son las que hacen que la persona se vaya perfeccionando en su ser, pues son hábitos operativos buenos, y a su vez el  principal motor de madurez a nivel natural de las personas, comprendiendo que la madurez humana se manifiesta, sobre todo, en cierta estabilidad de ánimo, en la capacidad de tomar decisiones ponderadas y en el modo recto de juzgar los acontecimientos y las personas.

Hoy más que nunca debemos apoyar a la familia en su tarea, puesto que ella en el transcurso de su crecimiento va cursando diferentes pruebas o crisis que pueden debilitarla en su Fe. El Papa Francisco en Frateli Tutti (FT) indica que la Iglesia cuenta con servicios que van más allá de la asistencia y la educación, pues “procura la promoción del hombre y la fraternidad universal”. No debemos olvidar que la Iglesia debe “ofrecerse como un hogar entre los hogares” (FT 276).

Para finalizar podemos decir que la familia pasa a ser un bien para la Iglesia y a su vez la Iglesia es un bien para la familia, como indica el documento Relación Final del sínodo de los obispos 2015, nº 52, por tanto una familia que sigue las enseñanzas de Jesucristo, ejercita la sinodalidad, como comunidad creyente, como peregrina y co-responsable de la misión evangelizadora de Dios, pues su vocación, su tarea, su alegría y el sentido profundo de su existencia, es desarrollarse como comunidad de amor, evangelizada y evangelizadora.

Cristina Durán e Ivón Jara
Académicas

Facultad de Estudios Teológicos y Filosofía de la UCSC

 

Publicado el: 17 Octubre, 2022
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