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Jesús Eucaristía

Quiero compartir mi experiencia con Jesús Eucaristía, pues hacerlo desde un punto de vista meramente teológico me resulta complicado. Haber sido ordenado Diácono fue un gran cambio en mi vida, ya que -por decirlo de alguna manera- pasé de ser el ayudante del mayordomo en el servicio a la mesa, a ser el mayordomo que prepara la mesa, el Altar para su Señor, algo muy grande que nunca imaginé.

Y no es sólo preparar el Altar, sino la forma en que lo hago, el asegurarme de que esté bien puesto el corporal, que estén las hostias que serán consagradas, preparar el cáliz echando el vino con un poquito de agua y rogando no olvidar la oración mientras lo hago, pidiendo que el agua se una con el vino como el Padre se une con el Hijo en este infinito amor que nos entrega.

Después ver al sacerdote y ser testigo del momento en que invoca la bendición del Espíritu Santo y pronuncia las palabras de la consagración dichas por Jesús en la última cena: Este es mi Cuerpo, esta es mi Sangre. Es algo tan grandioso que no puedo menos que permanecer de rodillas ante tan grande milagro.

Debo reconocer que me desarma el corazón escuchar al sacerdote cuando pronuncia las palabras “entregado por vosotros”, “hagan esto en memoria mía”. No tengo palabras para describirlo, se me pone un nudo en la garganta. No puedo evitar imaginar el dolor que debe haber sentido la Madre de Jesús al verlo padecer por amor a las personas que conocía y por las que iban a existir en el futuro. Sin embargo, sé que su Cuerpo y Sangre son nuestro alimento espiritual y ayudan a que podamos enfrentar las tentaciones del mundo.

Creo que es necesario pensar más profundamente en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía y también en los seres humanos. Además, al recibir el Cuerpo de Cristo, cada vez que comulgamos, nos convertimos en verdaderos tabernáculos y estamos llamados a convertirnos en Eucaristía que alimenta a los que nos rodean, con el alimento del corazón, con el respeto, con el amor, con la compasión, con la esperanza y el perdón. Como dice San Agustín: También nosotros nos hemos convertido en su Cuerpo y, por su misericordia, somos lo que recibimos.

Me conmueve escuchar esa canción que dice “Cuando estás en el Altar, el cielo baja a la tierra, los ángeles y santos te adoran sin cesar. Por la fe sé que es verdad, aunque fallen los sentidos, eres Tú en el Pan y el Vino cuando estás en el Altar”. Es difícil reconocer a Jesús en la sencillez de un pedazo de pan, pero la Eucaristía no es un símbolo, sino que es la presencia real de Jesús.

Dice la historia que en un pueblo de Europa había un sacerdote que estaba teniendo dudas sobre la presencia de Jesús en la Eucaristía. Un día estaba celebrando la Misa, pero no había asistido nadie porque había caído una terrible tormenta. Cuando llegó el momento de la consagración se abrió la puerta del templo y entró un campesino que había recorrido una inmensa distancia, pese a la tormenta, para comulgar. El sacerdote encontró absurdo su comportamiento, que no valía la pena su esfuerzo por un poco de pan y vino. Sin embargo, para su sorpresa y conmoción, en ese momento vio como el Pan en sus manos era carne viva y el Vino era sangre.

Podríamos también preguntarnos si creemos verdaderamente en la presencia real de Cristo en la Eucaristía y tomar conciencia de lo mucho que vale el poder recibirlo. Que el pan y el vino se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Cristo es lo que ocurre en cada Misa. No nos reunimos todas las semanas para comer pan y beber vino, sino para recibir a Jesús. Y ese es el momento más hermoso que tenemos en nuestra vida: poder disfrutar presencialmente este gran milagro.

Max Perret Cartes
Diácono Permanente
Arquidiócesis de Concepción

Publicado el: 5 Junio, 2024
© Arzobispado de Concepción