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La estrategia de la compasión en tiempos de crisis

A propósito de la Asamblea Eclesial de América Latina y del Caribe que nos ha insertado en un proceso de discernimiento eclesial con el resto del continente, debemos aprender a mirar lo que Dios está haciendo en nosotros y en toda la Iglesia latinoamericana. ¿Qué nos pide el Señor en el hoy y aquí de nuestra historia? La respuesta no podrá ser exactamente la misma que hasta ahora constatamos de parte de los líderes sociales y políticos, por más cristianos que nos parezcan. Veamos.

En Chile y en toda América Latina enfrentamos una intensa crisis que combina varias crisis a la vez: además de la crisis sanitaria a causa del Covid 19 y la crisis económica, está la crisis de confianza en las instituciones (signo inequívoco de la crisis de confianza en la personas), afectando el sistema político, las organizaciones civiles y la comunidad eclesial, entre muchas otras realidades. En mi opinión, no se trata de crisis distintas que se juntan circunstancialmente, sino de una sola que combina todos estos elementos, dejando en evidencia la fragilidad de las respuestas o la incapacidad de responder adecuadamente ante el dolor de tantas personas. Como toda crisis, ésta nos somete a un tiempo de prueba, pero esta prueba afecta fuertemente más a los débiles y mucho menos a los fuertes. ¡Qué duda cabe! Mejor dicho, mientras los débiles son descartables, los fuertes resisten.

El Evangelio del domingo recién pasado parece indicarnos por donde debe venir la respuesta cristiana. Jesús se compadeció de la gente porque estaban como ovejas sin pastor, dice el evangelista (cf. Mc 6, 34); es decir, Jesús no busca a los más fuertes, los que son capaces de soportar mejor las pruebas, los que superan mejor las adversidades y las necesidades, los que aguantan más, ya que ellos serían más aptos para el Reino de Dios. Jesús más bien se ‘compadece’ de los débiles, es decir, busca y se acerca ‘padeciendo con el otro’, se atreverse a experimentar el dolor que doblega a los débiles y menos aptos. La compasión de Cristo apunta a asumir nuestras debilidades y sobrellevar nuestras fragilidades, no nuestras fortalezas; busca a los que están caídos, los que necesitan de alguien que los levante, los perdone, los purifique. Recordemos que el Señor proclamó con fuerza que no son los sanos los que necesitan del médico, sino los enfermos; que él no ha venido a buscar a los justos, sino a los pecadores (cf. Mc 2, 17).

En el mundo de las soluciones políticas y económicas, existe conciencia en muchos actores de que, para enfrentar adecuadamente esta crisis tan compleja, hay que equilibrar la protección de los hogares más pobres con el cuidado de los empleos; lo primero supone hacerse cargo de los más afectados por la falta de trabajo y lo segundo supone hacerse cargo de las empresas y el funcionamiento de la economía. ¿Cómo proteger a los trabajadores minimizando los efectos sistémicos en la economía, es decir, sin dañar el aparato productivo de un país para asegurar empleo para las personas? Surge así la legítima inquietud acerca de si las medidas que se toman en favor de los empleos no terminan siendo más bien medidas que protegen a las empresas más grandes que tienen suficiente respaldo económico; los más ricos siempre terminan favorecidos por las decisiones en favor de los pobres, al parecer. En resumen, la estrategia finalmente es fortalecer a los fuertes para que puedan hacerse cargo de los débiles (los que alcancen, por supuesto, y ya sabemos que en la práctica no son tantos los que alcanzan).

En el mundo de las soluciones cristianas, Jesús nos invita a debilitarnos para sentir con el que sufre. Es lo contrario a lo que propone la corriente mayoritaria de los líderes actuales. Solo quien logra sentir con el otro puede robustecer al débil y protegerlo, como el pastor que corre la misma suerte del rebaño. El verdadero pastor no se salva solo ni a costas de las ovejas, sino que se salva con ellas o, incluso, da la vida por las ovejas para que ellas se salven. Las dicotomías de las políticas públicas actuales en el continente y en nuestro país, que oponen tantas veces trabajador y trabajo, familias y personas, ricos y pobres, lo público y lo privado, etc., están llamadas a superarse desde el Evangelio, eligiendo padecer con el otro, compadecerse del otro como Cristo lo ha hecho con nosotros.

 

Padre Mauricio Aguayo Quezada
Párroco de Nuestra Señora de la Candelaria, SP de la Paz
Vicario Pastoral

Publicado el: 19 Julio, 2021
© Arzobispado de Concepción