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La Santísima Trinidad es el misterio central del credo cristiano

¡qué duda cabe! Sin embargo, a pesar de la centralidad que tiene este misterio en la confesión de la fe recibida de Jesucristo, nuestras prácticas eclesiales no siempre reflejan la doble e inseparable dimensión de unidad y diversidad propia de Dios uno y trino. En términos simples, o nos falta cohesión o nos sobra dispersión. Esto que digo con mirada optimista, es motivo de complejas preguntas y duros cuestionamientos por parte de otros que no ven más que divisiones y zancadillas entre cristianos, a veces de una misma comunidad local. Estas divisiones y zancadillas también se constatan en la vida social de nuestro país y, con frecuencia, vemos el triste espectáculo que quienes deben ponerse de acuerdo para el bien de Chile no lo logran y llueven las recriminaciones cruzadas. Si los miembros de la Iglesia no nos tomamos enserio el desafío de la unidad (como deberíamos tomarlo a impulso y ejemplo de la Trinidad Santa de Dios), ¿podemos ser agentes de unidad en un Chile dividido? Obviamente no.

El don de la unidad que nos trae el Espíritu Santo de Dios brota del amor entre el Padre y el Hijo, y de ellos hacia nosotros; en consecuencia, quienes recibimos este Espíritu de unidad basado en el amor divino, debiésemos tener este principio activo que inspire cada una de las expresiones y experiencias pastorales que desarrollamos, por más diversas que sean. El amor debe estar en cada canasta de alimentos entregada, en cada misa preparada y vivida a la distancia, en cada adulto mayor protegido, en cada formación transmitida, en cada enfermo consolado, en cada catequesis vivida, en cada proyecto social impulsado, en cada oración familiar elevada. Debiese ser así, pero me permito dudar que sea tan así. Quiero aclarar, eso sí, que casi todos quienes participamos de estas acciones actuamos honestamente movidos por el amor de Dios; no puedo decir todos sin más, porque el mismo Jesús advierte con frecuencia que la hipocresía es una amenaza real para sus discípulos (¡por algo lo advierte!). Al menos, eso es lo que creo. Entonces, ¿por qué hay tanta fragmentación? El problema puede ser que no todos entendemos el concepto ‘amor’ del mismo modo, de ahí que nuestras prácticas son el reflejo de lo que entendemos por amor. Por ejemplo, si el concepto ‘amor’ lo comprendo como aquello que me hace sentir feliz, entonces ‘amar’ sería hacer todo aquello que me hace feliz, excluyendo la posibilidad de sufrir por el otro. Sin embargo, esto entra en contradicción abierta con la teología de la cruz en la que comprendemos que Cristo sufrió y entregó su vida por amor a nosotros. Entonces, lo que nos hace falta es poner apellido a este amor para evitar confusiones: se trata del ‘amor de Cristo’. ¿Y cómo nos ha amado Jesús?: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 15,12). Cristo nos ha amado dando la vida por nosotros, asumiendo por nosotros el sufrimiento que hemos generado y aquel que hemos recibido, de modo que nosotros vivamos la alegría verdadera que no podemos alcanzar por nuestras fuerzas.

Si asumir el sufrimiento ajeno para redimirlo es lo propio de la salvación cristiana, el amor de Cristo nos urge a asumir el dolor de los que sufren y asumirlo como propio. No se trata de dar algo o hacer algo que deje tranquilo, porque puedo caer fácilmente en la sola aplicación de un amor que me hace sentir bien. Más bien debo estar dispuesto a experimentar el sufrimiento si fuese necesario para que el otro (que lo está pasando mal) esté mejor. Ahí emerge el verdadero amor de Cristo, aquel que es causa unidad y llama a la unidad. Nuestras obras de misericordia y espirituales necesitan atravesar permanentemente el cedazo del verdadero amor de Cristo para provocar la unidad propia del Espíritu de Dios a ejemplo de la Santísima Trinidad. Nuestra vida, nuestra familia, nuestra comunidad, nuestro país necesitan que nos atrevamos a pasarlo mal para que los que lo están pasando mal estén mejor; en definitiva, a amar como Jesucristo nos amó.

P. Mauricio Aguayo Quezada
Vicario Pastoral
Párroco Nuestra Señora de la Candelaria

Publicado el: 8 Junio, 2020
© Arzobispado de Concepción