El próximo viernes 23 de diciembre, a las 18.00 horas, en la parroquia de Tomé, Monseñor Chomali invita a toda la comunidad que quiera acompañar al párroco de Nuestra Señora de la Candelaria de Tomé en la celebración de sus 50 años de vida sacerdotal.
Próximo a cumplir 50 años de sacerdocio el 23 de diciembre, el padre Ángel Jiménez Valdebenito, actualmente párroco de la parroquia Nuestra Señora de la Candelaria en Tomé, no esconde su alegría de sentirse plenamente bendecido por la llamada vocacional que Dios le hizo en su juventud a este ministerio. Hijo de Manuel y Mercedes, quienes tuvieron seis hijos, dos de ellos sacerdotes, precisamente el hermano mayor, Jorge, también presbítero de nuestra Arquidiócesis, con quien el padre Ángel estuvo muy unido hasta el día en que su hermano falleció.
Nacido en Antofagasta y criado en Viña del Mar, el párroco de Tomé recuerda haber crecido en una familia muy sencilla y unida, donde su mamá, quien quedó viuda cuando él era pequeño, trabajó para educarlos y traspasarles la fe a través de la oración y el amor por la Eucaristía.
¿A quién debe su vocación?
Es una llamada del Señor que se manifiesta de muchas formas, yo lo vi en el ejemplo de mi hermano Jorge que cuando estaba en el seminario, llegaba a Viña y lo veía rezar, él siempre me hablaba de Dios. También los Padres Carmelitas influyeron mucho en mi vocación, ya que desde jovencito iba a ayudarlos a preparar la Misa antes de irme al liceo y en la tarde nuevamente volvía a acompañarlos mientras hacían las hostias. En ese entonces tuve un gran formador, el hermano Rufino, que era un hombre de Dios que se puso al servicio de los más pobres, él hacía las cosas con una devoción muy grande.
¿Si volviera a nacer sería sacerdote otra vez?
Por supuesto, aunque nosotros pasamos por crisis muy grandes, a veces la soledad, porque yo he estado siempre muy lejos de la ciudad, estuve en Arauco muchos años, Los Álamos, Curanilahue, a veces me sentía solo ante los problemas que tenía con la gente, sin embargo, ellos me ayudaban mucho. En Los Álamos tuve la oportunidad de compartir con los mapuches, quienes son muy apegados a la mamá y al papá. En Curanilahue estuve en el apogeo de las minas de carbón.
Recuerdo que cuando estuve en Arauco llegó un sacerdote francés a ayudarme. Misionamos mucho a la antigua, donde nos tocaba bautizar, dar la santa comunión y la confirmación, sirviendo en la parte rural de las parroquias. Él me invitó a Francia, a la diócesis de Montpellier, donde conocí otra cultura, viviendo una gran experiencia por más de un año, ya que trabajé activamente con los migrantes por la situación social y política que se vivía en ese entonces. Al volver de Francia fui enviado a Coelemu por 15 años, y luego llegué a Tomé donde estoy desde hace 25 años.
¿Qué es lo mejor de ser sacerdote?
Que uno puede acompañar a la gente, escucharla, hay cosas donde la misma gente tiene la respuesta, uno solamente los orienta. Ese encuentro con la gente que deposita su confianza en nosotros nos hace decirnos que el Señor es el que obra, ya que cualquier persona no se acerca a contarle su historia a otro.
¿Qué ha sido lo más difícil que le ha tocado vivir en medio de su ministerio?
Creo que dos cosas, acompañar a las familias de aquellas personas que fueron perseguidas durante el gobierno militar, estar con la gente que sufría fue muy duro, me tocó acompañar a muchos, fuimos calificados de comunistas, pero Mons. Sánchez nos dio la confianza y ayuda. En ese momento la Iglesia fue muy cuestionada porque los sacerdotes estuvimos cerca de los que sufrían por la pérdida o desaparición de algún familiar. El otro episodio difícil fue el terremoto de 2010, donde nuestra parroquia aún vive las consecuencias, mucha gente sigue sufriendo y uno tiene que estar con ellos, esto ha sido una cruz muy pesada, porque hemos acompañado ayudando con lo que no tenemos, pero recibiendo mucha ayuda de personas e instituciones.
¿Qué siente al cumplir 50 años sirviendo a Dios a través de la Iglesia?
Una gratitud muy grande al Señor que me ha ayudado y que ha puesto su confianza en mí, ahora no queda más que decir lo que señala el Evangelio “somos siervos inútiles, hemos hecho lo que debíamos hacer”.
De igual forma agradezco a cada unos de los obispos que me han acompañado en mi ministerio, Mons. Silva, Sánchez, Oviedo, Contreras, Santos, Goic, Moreno, Koljatic, Bacarreza, Ezzati. Asimismo estoy agradecido de muchas personas que de alguna forma han sido parte en medio de esta vocación que Dios confirmó hace 50 años.
¿Qué es lo fundamental para mantenerse en esta vocación y no tropezar?
La oración diaria, celebrar la Eucaristía, así como la hermandad sacerdotal. Con mi compañero el fallecido padre Pablo Lagos, con quien fui ordenado, nos visitábamos continuamente. Los grupos sacerdotales también ayudan mucho. Además uno siempre tiene que ser optimista, vivir y orar con fe y esperanza.
¿Qué importancia tiene la comunidad en su ministerio sacerdotal?
Sin comunidad no hay sacerdotes, porque uno está para acompañarlos y apoyarlos.