El magisterio de la Iglesia Católica sobre la eutanasia

Publicado el: 9 Febrero, 2022

En su etimología griega, la palabra eutanasia está vinculada al concepto de “buena muerte” (εὐθάνατος). Este término se asociaba en la antigüedad a una muerte sin sufrimiento. El objetivo del médico era conseguir, en la medida de lo posible, que los últimos momentos de vida fueran indoloros. Esta forma de “eutanasia” no estaba en desacuerdo con el juramento hipocrático: “Jamás daré a nadie medicamento mortal, por mucho que me soliciten, ni tomaré iniciativa alguna de este tipo; tampoco administraré abortivo a mujer alguna”.

Sin embargo, hoy en día, el término eutanasia ya no se refiere a ese significado original. Se entiende más bien como una acción encaminada a provocar anticipadamente la muerte de un enfermo para aliviar su sufrimiento.

No a la eutanasia y al ensañamiento terapéutico

En sus dos mil años de historia, la Iglesia Católica siempre ha afirmado que la vida humana debe ser defendida desde la concepción hasta la muerte natural. Así, según el Catecismo de la Iglesia Católica, “La eutanasia voluntaria, cualesquiera que sean sus formas y sus motivos, constituye un homicidio. Es gravemente contraria a la dignidad de la persona humana y al respeto del Dios vivo, su Creador” (2324).

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El progreso tecnológico ha dado lugar a nuevas cuestiones éticas. El desarrollo de la medicina ha hecho posible mejorar la salud y prolongar la vida de una forma que nunca había ocurrido en el pasado y que no podía imaginarse. En este sentido, hace 65 años, el 24 de noviembre de 1957, Pío XII pronunció un discurso ante un grupo de anestesistas y reanimadores que el Papa Francisco ha calificado de ‘memorable’.

Reafirmando la no licitud de la eutanasia, el Papa Pacelli afirma, sin embargo, que “no es obligatorio utilizar siempre todos los recursos potencialmente disponibles y que, en casos bien determinados es lícito abstenerse”: es la primera alusión al principio del llamado “ensañamiento terapéutico”. Se define como moralmente lícito renunciar a la aplicación de medios terapéuticos, o suspenderlos, cuando su uso no corresponde al criterio de “proporcionalidad de la cura”.

Juan XXIII, Pablo VI y el Concilio Vaticano II

En la encíclica Mater e Magistra Juan XXIII subraya que “La vida del hombre, en efecto, ha de considerarse por todos como algo sagrado, ya que desde su mismo origen exige la acción creadora de Dios”. En la encíclica Pacem in Terris Juan XXIII indica también entre los derechos, el derecho humano “a la existencia”, un relacionado “al deber de conservarla”.

La Constitución conciliar Gaudium et spes sitúa la eutanasia en la lista de las violaciones del respeto a la persona humana y “cuanto atenta contra la vida -homicidios de cualquier clase, genocidios, aborto, eutanasia y el mismo suicidio deliberado-; cuanto viola la integridad de la persona humana, como, por ejemplo, las mutilaciones, las torturas morales o físicas, los conatos sistemáticos para dominar la mente ajena; cuanto ofende a la dignidad humana, como son las condiciones infrahumanas de vida, las detenciones arbitrarias, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; o las condiciones laborales degradantes, que reducen al operario al rango de mero instrumento de lucro, sin respeto a la libertad y a la responsabilidad de la persona humana” (GS 27).

Pablo VI, en 1974, relacionó el final de la vida con las cuestiones raciales, dirigiéndose al Comité Especial de las Naciones Unidas para el Apartheid, subrayando la igualdad de todos los seres humanos y la necesidad de proteger los derechos de las minorías, así como los derechos “de los enfermos incurables y de todos aquellos que viven marginados en la sociedad o que no tienen voz”.

Juan Pablo II: La eutanasia y la cultura de la muerte

En su encíclica Evangelium Vitae de 1995, Juan Pablo II señala que la eutanasia, “encubierta y subrepticia, practicada abiertamente o incluso legalizada”, está cada vez más extendida. “Por una presunta piedad ante el dolor del paciente, es justificada a veces por razones utilitarias, de cara a evitar gastos innecesarios demasiado costosos para la sociedad. Se propone así la eliminación de los recién nacidos malformados, de los minusválidos graves, de los impedidos, de los ancianos, sobre todo si no son autosuficientes, y de los enfermos terminales”.

El Pontífice polaco subrayó que “es cada vez más fuerte la tentación de la eutanasia, esto es, adueñarse de la muerte, procurándola de modo anticipado y poniendo así fin ‘dulcemente’ a la propia vida o a la de otros”.

“En realidad, lo que podría parecer lógico y humano, al considerarlo en profundidad se presenta absurdo e inhumano. Estamos aquí ante uno de los síntomas más alarmantes de la ‘cultura de la muerte’”.

Benedicto XVI: El cuidado del amor y el acompañamiento

“¿Tiene aún sentido la existencia de un ser humano que se encuentra en condiciones muy precarias, por ser anciano y estar enfermo? ¿Por qué seguir defendiendo la vida cuando el desafío de la enfermedad se vuelve dramático, sin aceptar más bien la eutanasia como una liberación?”. Con estas preguntas, – explicaba Benedicto XVI en 2007 – debe confrontarse quien está llamado a acompañar a los ancianos enfermos, especialmente cuando parece que no tienen ninguna posibilidad de curación”.

“La actual mentalidad eficientista – añadió – a menudo tiende a marginar a estos hermanos y hermanas nuestros que sufren, como si sólo fueran una ‘carga’ y un ‘problema’ para la sociedad. Al contrario, quien tiene el sentido de la dignidad humana sabe que se les ha de respetar y sostener mientras afrontan serias dificultades relacionadas con su estado. Más aún, es justo que se recurra también, cuando sea necesario, a la utilización de cuidados paliativos que, aunque no pueden curar, permiten aliviar los dolores que derivan de la enfermedad”.

“Sin embargo, junto a los cuidados clínicos indispensables – afirma Benedicto XVI – es preciso mostrar siempre una capacidad concreta de amar, porque los enfermos necesitan comprensión, consuelo, aliento y acompañamiento constante”.

Francisco: No a la cultura del descarte

El pensamiento dominante, marcado por la “cultura del descarte”, propone a veces una “falsa compasión”: “la que considera -subrayó el Papa Francisco en 2014, dirigiéndose a los participantes en un congreso promovido por la Asociación de Médicos Católicos Italianos- una ayuda para la mujer favorecer el aborto, un acto de dignidad facilitar la eutanasia, una conquista científica ‘producir’ un hijo considerado como un derecho en lugar de acogerlo como don; o usar vidas humanas como conejillos de laboratorio para salvar posiblemente a otras. La compasión evangélica, en cambio, es la que acompaña en el momento de la necesidad, es decir, la del buen samaritano, que ‘ve’, ‘tiene compasión’, se acerca y ofrece ayuda concreta (cf. Lc 10, 33)”.

Por último, el Papa Francisco subraya, en un mensaje de 2017 sobre el tema del final de la vida, que “no activar o suspender el uso de medios desproporcionados, equivale a evitar el ensañamiento terapéutico, es decir, a llevar a cabo una acción que tiene un significado ético completamente distinto de la eutanasia, que sigue siendo siempre ilícita, ya que se propone interrumpir la vida dando la muerte”.

Y recuerda lo expresado en el Catecismo de la Iglesia Católica: “La interrupción de tratamientos médicos onerosos, peligrosos, extraordinarios o desproporcionados a los resultados puede ser legítima. Interrumpir estos tratamientos es rechazar el ensañamiento terapéutico. Con esto no se pretende provocar la muerte; se acepta no poder impedirla”.

Incurable no es in-cuidable

En la carta Samaritanus bonus  sobre el cuidado de las personas en las fases críticas y terminales de la vida, aprobada por el Papa Francisco y publicada el 22 de septiembre de 2020, la Congregación para la Doctrina de la Fe afirma que “incurable, de hecho, no es nunca sinónimo de in-cuidable”: los afectados por una enfermedad en fase terminal, así como los que nacen con una expectativa limitada de supervivencia, tienen derecho a ser acogidos, cuidados, rodeados de afecto. La Iglesia se opone al ensañamiento terapéutico, pero reitera “como enseñanza definitiva que la eutanasia es un crimen contra la vida humana”.

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