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Jóvenes y adultos recibieron sacramentos en parroquias de Curanilahue y Cañete

Publicado el: 28 Noviembre, 2023

En un ambiente de profunda alegría dos grupos de personas recibieron los sacramentos de Bautismo, Eucaristía y Confirmación de manos del Obispo Auxiliar de Concepción y Vicario Episcopal de Arauco, Monseñor Oscar García, en la Parroquia San José de Curanilahue y en la Parroquia Nuestra Señora del Carmen de Cañete y Tirúa, este domingo 26 de noviembre. 

En ambas celebraciones, Monseñor Oscar recalcó que los sacramentos “no son una inventiva humana, sino un regalo que el Señor nos entrega” y explicó que el Bautismo es “la puerta para ingresar al Cielo, a esta nueva vida que el Señor nos da” y sostuvo que Dios que ha puesto los medios necesarios para que podamos seguir “creciendo en el proceso de la fe y la adhesión a su persona”, como el sacramento de la Eucaristía y la Confirmación. 

Respecto de la Eucaristía, Monseñor Oscar hizo alusión al Evangelio según San Juan, donde el Señor dice: “En verdad les digo que si no comen mi carne y no beben mi sangre, no tienen vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día”. Mientras que sobre la Confirmación, recordó la promesa de Jesús de enviar al Espíritu Santo “para conducirnos y guiarnos en la verdad”.

En ese contexto, comentó que así como María y los discípulos lo vivieron en Pentecostés, ahora el Espíritu Santo “viene de una forma especial para quienes reciben la Confirmación, que si bien ya lo han recibido en el Bautismo, ahora también de manera especial en la Confirmación para poder dar razón de su fe en medio de su familia, de la comunidad y de la sociedad”

Monseñor Oscar invitó a quienes recibieron este día los sacramentos a buscar “configurarse con el Señor y lograr la estatura de Él, según el deseo de crecer en la santidad y de vivir conforme a lo que nos propone Jesucristo Rey del Universo -y también de nuestro corazón y de nuestra vida- en la mansedumbre, la obediencia al Padre, en la pobreza, en el morir a sí mismo para crecer y resucitar con Jesucristo, en el desapego las cosas de este mundo para tener un corazón más abierto y generoso a la acción de Dios y poderlo manifestar también en sus vidas”. 

Además, enfatizó que “no hay auténtico amor a Dios si no va unido al amor al prójimo” e hizo alusión a la Carta de San Juan donde se precisa que quien dice que ama a Dios, pero odia a su hermano es un mentiroso; porque si no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. En esa misma línea, hizo alusión al Evangelio de la Solemnidad de Cristo Rey, tomado de San Mateo 25, 31-46, “donde Jesús nos invita a reconocerlo en el prójimo, con el énfasis de que ‘cada vez que lo hiciste con uno de estos hermanos más pequeños, conmigo lo hiciste’”. 

En ese sentido, Monseñor Oscar afirmó que “todo cristiano está llamado no sólo a reconocer al hermano como un don, sino que también a reconocer la presencia del mismo Señor en ellos, pues el mismo Jesús se identifica con ellos y sobre todo con los más pobres, con los que no cuentan para el mundo. Ahí es donde estamos llamados -a la luz de la fe- a amarlo y a servirlo desinteresadamente”. 

“Si realmente hemos hecho lo que el Señor nos ha propuesto y hemos vivido nuestra fe con altura de miras, y sobre todo manifestando a Jesucristo como el mayor tesoro y Rey de nuestra propia vida, que nos mueve a la acción por su amor y su misericordia, suscitará en nosotros esa disponibilidad, generosidad y autenticidad para revelarlo y manifestarlo a través de nuestras palabras, gestos y acciones en medio de nuestra sociedad, en medio de nuestro mundo”, señaló y exhortó a que “los demás puedan ver en nosotros evangelios vivos, que no sólo digamos conocer la Palabra de Dios, sino que la vivimos en primera persona y la transmitamos con todo lo que día a día estamos llamados a realizar en medio de los nuestros”. 

Finalmente, animando el deseo de los jóvenes a “seguir cultivando una auténtica vida espiritual, encarnando el Evangelio y viviéndolo con consecuencia en sus propias realidades”, los invitó a involucrarse en sus comunidades parroquiales, para “colaborar en las distintas pastorales o servicios (…) y ser portadores de la alegría del Evangelio”. 

 

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