Monseñor Fernando Chomali: “Vine a servir, a entregar la vocación, los talentos que Dios me ha dado”

Publicado el: 27 Mayo, 2021

Con ocasión de su décimo aniversario como Arzobispo de Concepción, Monseñor Fernando Chomali reflexionó sobre su labor pastoral en esta Arquidiócesis, las vulnerabilidades que ha dejado al descubierto la pandemia y el futuro del país.

También compartió algunos recuerdos de su familia y de las enseñanzas que recibió de sus padres, hijos de inmigrantes.

Hace diez años, Monseñor Fernando Chomali Garib asumía como Arzobispo de la Arquidiócesis de Concepción. Le correspondió iniciar su labor pastoral en esta zona cuando aún las huellas de dolor provocadas por el terremoto y tsunami de 2010 eran visibles en la población (decenas de templos y capillas en el suelo). Ahora, cuando conmemora una década en la capital penquista, enfrenta el sufrimiento que la crisis sanitaria, social y económica ha generado con mayor intensidad entre los más vulnerables.

Su compromiso se ha mantenido intacto durante estos años, así como lo expresó en su homilía en la Iglesia Catedral en mayo de 2011. “Estar cerca del sufriente está en la esencia de la vida de la Iglesia, y de no hacerlo faltaría gravemente a mis obligaciones como obispo y como cristiano”, dijo en esa oportunidad. A la vez que manifestó que asumía la misión, encomendada por el Santo Padre Benedicto XVI, con alegría, esperanza y gran optimismo, ingredientes esenciales para enfrentar las arduas tareas de este período.

En esta entrevista con Diálogo, abordó las alegrías, desafíos y logros de estos diez años, pero también -en un plano más personal- recordó a sus padres, hermanos, sobrinos y sobrinos nietos, una familia que ha debido postergar por una vocación que vive en plenitud hace ya 37 años.

“La pandemia me ha enseñado que el Estado por sí solo y el sistema económico no son capaces de llegar a los más pobres. En eso la Iglesia y tantas otras instituciones han dado ejemplo de amor, eficiencia y de conocimiento del país”

Arquidiócesis histórica

Varias han sido las obras que monseñor ha liderado en Concepción como la Lavandería 21, la Cafetería 440, el Invernadero Simón de Cirene, una residencia universitaria, el albergue móvil La Misericordia, el Hogar de Acogida Pbro. Ángel Jiménez y un taller de ornamentos litúrgicos, además de la labor educativa a través de colegios y la Universidad Católica de la Santísima Concepción. Por supuesto también la labor pastoral, centro de su vida episcopal.

¿Cuáles han sido sus mayores alegrías?

Sin duda la vida pastoral en su conjunto, la comunidad, el confirmar en la fe a muchas personas. También lo ha sido un tiempo muy marcado por la preocupación por los más necesitados y el fortalecimiento de los programas sociales en los más variados campos de la vida. Eso ha sido motivo de mucha oración, porque en todas esas obras he visto la mano de Dios. Nadie puede imaginar lo que implica levantar una obra social. Pero se puede y Dios va poniendo personas extraordinarias a la altura de aquello. La Iglesia de Concepción tiene mucho que mostrar. También es motivo de orgullo nuestra obra educativa en los colegios y la Universidad Católica de la Santísima Concepción. La vida parroquial es muy dinámica y hermosa.

¿Cuáles han sido los momentos más complejos que le ha correspondido vivir como arzobispo de Concepción?

Ha habido momentos muy tensos, cuando hemos estado como mediadores en muchos conflictos sociales. No ha sido fácil generar espacios de diálogo. Ello debido a que vivimos en Chile mundos paralelos que no se encuentran, que no se conocen y luego me ha tocado sentarlos en una mesa. Pero sin duda lo que rompe el corazón y duele el alma es recibir denuncias de abuso por parte de clérigos. Llevar adelante los procesos para que salga a la luz la verdad es muy difícil y doloroso. Es un camino que hemos emprendido con determinación, porque, con claridad lo afirmo, no hay espacio en el sacerdocio para quien abusa.

¿Se ha sentido acogido por los feligreses de la Arquidiócesis y por las instituciones de la región?

Por los feligreses, sin duda alguna. El cariño en las parroquias y capillas, así como en los movimientos e instituciones educativas es real y se percibe. Pienso que los católicos sienten cariño y respeto por su arzobispo, sea quien sea. Con las instituciones tenemos un trato muy cordial y de colaboración. Aunque tengo claro que nuestras tareas son distintas y que estamos en un país cada vez más secularizado. Pero para mí ello constituye un desafío, porque es en ese contexto donde estoy llamado a mostrar el rostro de Cristo, su enseñanza y la belleza de creer.

Monseñor, que hace diez años dijo que se sumaba a “una larga historia eclesial donde abnegados obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas y laicos, han participado dando lo mejor de sí para hacer presente el Evangelio de Jesucristo y el amor a Dios y al prójimo”, sigue valorando la relevancia histórica de esta arquidiócesis. “Tiene mucha historia y mucho carácter y siempre será un desafío para mí el comprenderla a cabalidad. Desde ese punto de vista tengo claro que para muchos puedo ser un afuerino más –de aquellos que llegan, están un tiempo y se van- y eso genera dolor y soledad, pero por otro lado tengo clara conciencia de que estoy aquí por una misión que me ha encomendado el Papa y que la acogida a mi persona en cuanto arzobispo es por medio de la fe de ser sucesor de los apóstoles”.

Siempre he sostenido que no tengo las condiciones para ser arzobispo. Es siempre para mí un desafío. Al Papa le he presentado la renuncia tres veces. Me ha dicho que siga. Estar aquí es un acto de obediencia al Papa movido por la fe de que el Espíritu Santo conduce la Iglesia. El rezo del Rosario me lleva a esa convicción. María no entendía mucho lo que le estaba pasando, pero dijo sí.

Vínculos

Por su labor pastoral, ha generado vínculos con diversas personas que valora y que le han permitido aunar voluntades para concretar obras en bien de grupos vulnerables.

¿Cómo ha sido su relación con las autoridades?

La verdad es que suelo tener relación más bien con las personas que con las instituciones. He conocido a personas muy notables. Lástima que las autoridades en general están de paso, porque dependen del gobierno del momento. Yo llegué el año 2011 y las autoridades, salvo algunas excepciones, han cambiado todas, y muchas varias veces.

Y, ¿con el mundo empresarial?

Creo que el encuentro con el mundo empresarial no ha sido todo lo cercano que hubiese querido. Pienso que la urgencia de la vida diaria en la empresa impide vínculos más cercanos. Aunque debo reconocer que fueron muy generosos en la visita del Papa Francisco y se organizaron de buena manera para que muchas personas pudiesen ir a estar con él en Temuco. Creo que muchos empresarios no com-prenden en toda su realidad el valor de la dimensión espiritual en la vida de las personas y en el quehacer empresarial.

Su preocupación por reconocer la dignidad de las personas con Síndrome de Down, ¿será su mayor legado en Concepción?

Pienso que ha sido un regalo de Dios haber perseverado en el camino de la inclusión. Pero no me gusta hablar de legado. Vine a servir, a entregar los talentos, habilidades y destrezas que Dios me ha dado -también los defectos, que son muchos-. La palabra legado me queda grande. Conozco mis limitaciones y mis múltiples falencias humanas. Pienso que las obras sociales son un impulso del Espíritu Santo que me anima mucho y que se posa en personas que comprenden su trascendencia y se comprometen decididamente.

En esta década, ¿ha sentido frustración? ¿Por qué?

La verdad es que en mi vida siempre he tenido la sensación de que puedo hacer más, de que las cosas pueden ser mejor. Ello obviamente me produce la sensación de frustración y fracaso. Además, tengo una cierta tendencia a la melancolía que me lleva a una actitud reflexiva respecto de las situaciones de la vida.

Pero debo reconocer que como nunca he sentido el peso de la responsabilidad y la he asumido de la mejor manera posible. En estos tiempos que nos ha tocado vivir, tan cambiantes, con tantas incertidumbres, tengo claridad de que corresponde tener el timón firme. Y desde ese punto de vista, me siento muy acompañado por los sacerdotes, diáconos, personas consagradas a la vida religiosa y muchos laicos cuya generosidad me admira. El Evangelio y la enseñanza de la Iglesia suplen con creces todas mis deficiencias. Yo soy un mensajero, no el mensaje. Creo que en la vida es imposible no sentir nostalgia por algo más que llene el corazón. Esa experiencia es común en los seres humanos que, en el fondo, es una búsqueda desesperada de Dios –que a veces cuesta reconocerlo-.

Revisa la entrevista completa aquí

Fuente: Religión Digital

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