Un caballo de paso corto y golpeado es ideal para despertar a quienes necesitan mejorar atención y concentración. Uno de ritmo cadencioso y relajante calma a los más inquietos y favorece la elongación. Otro más ágil, aleja la pereza y centra la atención en el movimiento. El andar de este animal es desde hace siglos considerado como terapéutico y aun, con todos los avances tecnológicos en salud, su eficiencia es difícil de igualar.
La equinoterapia puede aportar, por ejemplo, en la rehabilitación pos operatoria, enfermedades músculo-esqueléticas, circulatorias, cardíacas, problemas de salud mental, hemiplejías. También a personas con limitación auditiva o visual, discapacidad cognitiva, Parkinson, Down, trastornos del espectro autista, problemas de adaptabilidad social, abuso de sustancias, dificultades de aprendizaje, de movilidad, entre un largo etcétera.
María Soledad Vega (39) tuvo su primer acercamiento a la equinoterapia hace 12 años. “Son una alegría. Cuando subo a uno ya no tengo miedo a nada y soy capaz de hacer muchas cosas. Me siento grande y orgullosa de mí misma”, dice.
Por tener síndrome de Down había tareas cotidianas que se le hacían más complejas. Subir la escalera de su casa, por ejemplo, era una de ellas. Su mamá, María Teresa Granados, recuerda que lo hacía casi gateando por miedo a tropezar o caer. “Vimos el cambio en su postura, en el equilibrio. Parece algo tan sencillo, pero fue una mejora importante”.
Literal y metafóricamente, la equinoterapia fue para María Soledad, una forma de tomar las riendas y darle un giro a su vida. Lo que comenzó siendo una terapia, se transformó en una práctica deportiva que la ha llevado a competir en Chile y el extranjero. Su especialidad es el volteo, algo así como acrobacias que se realizan girando sobre el lomo, mientras el caballo está en movimiento. A esta práctica dedica al menos una jornada de entrenamiento a la semana.
De forma paralela comenzó a disfrutar de mayor autonomía, consiguió trabajo en Lavandería 21 y luego en el Arzobispado, donde estuvo más de seis años. Hace casi un mes recibió una oferta de la Fundación Cristo Rey como asistente administrativa e inició este nuevo desafío. Parte de esos avances reforzados por una nueva seguridad y autonomía que le entregó la terapia con caballos.
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