“Jóvenes chilenos, no tengáis miedo de mirarlo a Él”. Estas fueron las palabras que San Juan Pablo II dijo en 1987 en el Estadio Nacional y que aún resuenan en quienes estuvieron presentes en ese encuentro o forman parte de las generaciones que crecieron durante el tiempo de su papado. Una época en que las parroquias contaban con una amplia participación en sus pastorales juveniles y que muchos recuerdan con nostalgia.
Los tiempos han cambiado y con el pasar de los años ha disminuido la cantidad de personas que se declaran católicas y ha aumentado la cifra de quienes dicen ser ateos. Más aún, tal como evidencia la Encuesta Bicentenario UC de 2021, sólo un 19% de los católicos confía en la Iglesia. En ese escenario, la realidad que enfrentan los jóvenes católicos en 2022 es muy diferente a la de quienes participaban activamente en sus parroquias en las décadas de los 80 y 90.
No obstante, aún hay jóvenes que buscan vivir su fe, y que pese a sentirse un poco “bichos raros”, valoran el hecho de tener la certeza de que Dios forma parte de sus vidas. Entre ellos se encuentra Cristóbal Espinoza, de 19 años, quien estudia Geología en la Universidad de Concepción y forma parte del Camino Neocatecumenal de la Parroquia Del Sagrario de Concepción, donde se reúne al menos dos veces a la semana con su comunidad.
Asimismo, Camilo Sáez, de 27 años, quien es Licenciado en Bioingeniería y trabaja como Asistente Pastoral Territorial de la Vicaría de Pastoral de Juventud, participa en la agrupación Guerreros de la Fe, que se junta una vez por semana. Además, es parte del coro de la Parroquia San José de Arauco, donde “también tenemos un pequeño grupo de jóvenes”.
En tanto, Camila Varela, de 26 años, estudia Enfermería en la Universidad de Las Américas y luego de integrarse al coro de la Parroquia El Buen Pastor de San Pedro de la Paz, comenzó a participar en la Pastoral Juvenil.
A Camilo le gustan los videojuegos, pero sus amigos con los que comparte esa afición son ateos, lo cuestionan por ser católico y hacen bromas con el tema de los abusos. “Muchos amigos bromean y eso en el fondo es una discriminación, te ven como el bicho raro de la sociedad y eso igual creo que es algo que está mal y debe cambiar”. Reconoce que aunque a él le da lo mismo, hay otras personas a las que sí les afecta y terminan alejándose de la Iglesia “por la presión social”.