El domingo 11 de junio del 2023 celebramos la solemnidad de Corpus Christi. Es el domingo después de la solemnidad de la Santísima Trinidad. Y no puede ser menos si la Eucaristía es la fuente y la cima de toda vida cristiana. La razón última de esta aseveración solemne del Concilio Vaticano II está en que en el Pan y el Vino consagrado está Jesucristo, su Cuerpo y su Sangre.
En la institución de la Eucaristía el Señor en la última cena dice “este es mi cuerpo, esta es mi sangre”. Es una presencia real que nos hace presente una y otra vez la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. Conmueve el hecho que en dos especies tan humildes, el pan y el vino, se esconda este gran misterio de amor, la permanencia de Dios en medio de nosotros sacramentalmente hasta que Él vuelva. No existe riqueza más grande en la Iglesia y en la sociedad que esta presencia. La encontramos en todas partes del mundo y se hace vida y verdad cada vez que el sacerdote pronuncia las palabras de consagración. Ese es el don más grande que puede haber en un sacerdote. Convertir el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Las consecuencias de este hecho maravilloso y misterioso a la vez está en que Dios nos acompaña siempre. Siempre podremos recurrir a Él, siempre podremos contemplarlo y adorarlo. Siempre, adecuadamente preparados, podremos hacernos uno con Él cuando comulgamos.
Esta solemnidad nos recuerda la solemne promesa del Señor cuando nos dijo que estará con nosotros hasta el fin de los tiempos. Sí, y lo estará bajo la forma eucarística y bajo la forma del amor que nosotros entregamos a los demás. De hecho en cada acto de amor, hacemos lo que San Alberto Hurtado llamó una Eucaristía prolongada. Cada domingo se nos da la posibilidad de vivir la experiencia reconfortante y desafiante de escuchar la Palabra de Dios, de hacernos uno con Él y de vivir con la gracia santificante del amor derramado en nuestros corazones y que transforma el mundo.
Mons. Fernando Chomali G.
Arzobispo de Concepción