Elías es sin duda uno de los más famosos profetas no escritores. Él no escribió ningún libro (como sí lo hizo Jeremías) ni tampoco tiene uno bajo su nombre (como Amós u Oseas y otros). Pero se lo hizo representante del entero movimiento profético, y así aparece junto a Moisés (La Ley) en la Transfiguración de Jesús, mostrando que la Ley y los profetas habían anunciado a Jesús.
Su figura aparece en el llamado “Ciclo de Elías” recogido en los dos libros de los Reyes del Antiguo Testamento (1Re 17-29; 21; 2Re 1, 1-17; y su subida al cielo en 2Re 2,11). El centro de su profecía es mostrar que Yahvé, el Dios de Israel, es el único Dios verdadero. Ya el nombre mismo de “El-i-yah” (en hebreo) apunta a ese mensaje, pues significa: “Mi Dios (es) Yah”. “Yah” es una de las formas abreviadas de Yahvé (por ejemplo en los Salmos: “Hallel-u-yah”, Alabemos a Yah, es decir, a Yahvé).
De su Ciclo, es interesante destacar tres cosas: Primero, el milagro de la sequía de tres años con la prueba de fuego en el Monte Carmelo. Cuando las tribus de Israel se volvieron sedentarias en la Tierra Prometida se vieron enfrentadas a un cambio importante en su forma de vivir. De pastores semi nómadas pasaron a ser agricultores y pastores sedentarios. El Dios Yahvé los venía acompañando desde la salida de Egipto y el Sinaí y se mostró como un Dios guerrero y liberador. Pero ¿sería igualmente competente en materia de agricultura? ¿No sería acaso más competente el dios cananeo Ba’al, a quien se le atribuía el poder de dar fecundidad a la tierra, a animales y hombres? Ba’al era el dios de la tormenta y de la lluvia, de él venía el trigo, el vino y el aceite, es decir, el sustento que da la vida. El conflicto entre ambos dioses era inevitable. Yahvé es el Dios que salvó a Israel de Egipto y lo liberó, alimentándolo en el desierto. Ba’al el dios de la lluvia que fecunda la llanura fértil para la siembra y la cosecha. ¿A quién servir ahora que Israel está asentado en tierras de Ba’al?
Si bien el relato tiene elementos míticos y folclóricos, el mensaje fundamental es claro desde la perspectiva del relato, que es la de Elías: Yahvé es el único Dios verdadero, Ba’al no sólo es incompetente sino que no es nada. La postura del relato ya no es sólo de “monolatría” (adorar o servir a un dios por sobre otros), sino de “monoteísmo” (no hay otro dios verdadero que Yahvé). Por eso, el milagro de la sequía muestra que es Yahvé, y no Ba’al, quien tiene el poder de hacer llover o secar los campos, y es Él quien da “el trigo, el vino y el aceite”, es Yahvé quien da vida a todos. Ahora, si bien la lluvia llegará, la escena del Monte Carmelo muestra algo muy diferente. Se trata de la prueba de fuego: Dios muestra su poder sobre Ba’al mandando un fuego desde el cielo que acredita la palabra del profeta y el pueblo reconoce que el Dios al que sirve Elías es “el Dios verdadero”.
Segundo, el relato de la viña de Nabot (1Re 21) que tiene por función denunciar la corrupción total del pueblo y de sus instituciones. No se trata de un caso aislado, sino paradigmático, modélico o emblemático. El rey Ajab está frustrado porque Nabot no quiere venderle su viña. La reina Jezabel (fenicia de origen y de religión cananea) se encarga de hacer valer de manera arbitraria y corrupta la voluntad del Rey. Urde un complot con jueces y alcaldes que, con testigos falsos del pueblo, acusan y condenan a muerte a Nabot. Luego el rey, sin siquiera preguntarse por la suerte de Nabot, toma posesión de la viña para su solaz. Elías denuncia el hecho: “¿Asesinas y también robas?”. Eso le valió al profeta la persecución a muerte de parte del poder político. Notemos el paralelismo que más tarde hará el Nuevo Testamento con la figura de Juan El Bautista, perseguido a muerte por la reina consorte Herodías.
Tercero, la crisis del profeta muestra uno de sus lados más genuinamente humano. Su camino al Horeb, el Monte de la revelación de Yahvé a Moisés (haya sido ese itinerario histórico o solamente espiritual) lo que indica es una crisis de fe ante la desconcertante actuación de Dios, que muchas veces no parece distinguirse de la de los demás dioses. Concretamente, Yahvé acaba de mostrar que es como Ba’al, incluso mejor que este dios cananeo en sus habilidades sobre la lluvia. En 1Re 19, Elías dirá que, no obstante que Dios domina la lluvia y demás habilidades atribuidas a Ba’al, Yahvé no es un dios de la tormenta ni de la lluvia o de la fecundidad como lo imaginaban de Ba’al. Por eso el relato excluye el huracán, el terremoto y el fuego como lugares de la manifestación de Yahvé, y habla de “una brisa suave”. Esta “brisa suave” nada tiene que ver con alguna pretensión de “suavizar” a Yahvé, sino tan solo de distinguirlo de Ba’al. Yahvé hace bien y de mejor manera lo que se le atribuía a Ba’al, pero no es como Ba’al. El misterio de Dios se está desvelando, pero aún falta mucho por conocer de Yahvé.
¿Qué concluir de Elías? Elías es un profeta de su época, que para entenderlo debemos situarnos en su contexto histórico y cultural. Nos muestra un Dios que es Poder. Pero eso, que es cierto, no era todo. Había que superar la revelación de Elías, pues la revelación de Dios es progresiva y se vale de una pedagogía histórica. Dios es Poder, ¿pero cómo habría de entenderse ese Poder de Dios? La Biblia irá completando cada vez más esa imagen siempre mayor pero también siempre “a medias” de Dios. Ya en los umbrales de nuestra era, Juan El Bautista dudará de Jesús, pues no entiende qué está haciendo Jesús. Juan (como Elías) anunció la pronta llegada de un Dios Poder, que trae el hacha y el castigo a los malvados, y ¡Jesús no está haciendo nada de eso! Así, desde la cárcel, Juan manda a preguntarle: ¿Eres tú el Mesías o hemos de esperar a otro? Sin duda, Juan -como Elías- queda desconcertado ante el actuar de Dios en Jesús. Jeremías, en su desconcierto, lo dirá también de una manera dramática: “¿Habrás sido tú Yahvé para mí aguas no verdaderas (un espejismo)?” Por su parte, San Pablo entenderá esto de una manera no menos traumática y nos enseñará lo que él llama la sabiduría de la cruz: “porque la debilidad de Dios es más poderosa que la fortaleza de los hombres”. No es más poderoso quien puede matar, sino quien puede vivificar: Dios es el Padre que ha resucitado a Jesús, su Hijo, de entre los muertos.
La tradición posterior vinculó el Monte Carmelo a una aparición de la Virgen y los orígenes de la espiritualidad carmelitana. La Virgen del Carmen, por otras razones históricas y devocionales, llegó a ser declarada también Patrona de Chile. Detrás de estas tradiciones, de manera mucho más humilde y quizá silenciosa, asoma nuevamente la figura y el temple de fe del profeta Elías. En un tiempo de grises confusiones religiosas, Elías se atrevió a dejarse sorprender por un Dios que se le mostraba como un misterio siempre más desbordante e indomable que todos los intentos de reducirlo a una pieza de museo. Su espiritualidad profunda, recia y de firmes convicciones se vio siempre sobrepujada, ablandada y enriquecida por el actuar desconcertante, sorprendente y soberano de Dios. Caben aquí, y para finalizar, las últimas palabras de Jesús a los emisarios de un Juan El Bautista desconcertado: “Y dichoso quien no se escandalice de mí” (Lc 7,23).
Prof. Juan Carlos Inostroza
Facultad de Estudios Teológicos y Filosofía
Universidad Católica de la Santísima Concepción (UCSC)