Una aproximación bíblica al concepto “paz”
Prof. Dr. Arturo Bravo (abravor@ucsc.cl)
Instituto de Teología
Universidad Católica de la Santísima Concepción
Parece comprobado que la raíz de shalom, en su significado original, indica ante todo el acto de «completar» o de «dar remate» a una realidad inconclusa o deficiente en algún aspecto, bien se trate de terminar el templo (1Re 9,25), de resarcir algún daño (Éx 21,27) o de cumplir un voto (Dt 23,22 y otras veces). De lo recién dicho se desprende que también tenga el sentido de «restituir» (unas 50 veces) y de «reparar» (unas 30 veces).
Su sentido bíblico apunta a un bienestar total, a la armonía del grupo humano y de cada uno de los individuos con Dios, con el mundo material, con los grupos e individuos y consigo mismo, en la abundancia y en la certeza de la salud, de la riqueza, de la tranquilidad, del honor humano, de la bendición divina y, en una palabra, de la «vida».
Son varias las imágenes y los aspectos de la paz en el AT que corresponden a la mentalidad hebrea. No obstante, hay un el hecho elemental que unifica entre sí todos los valores diversos, pero convergentes, comprendidos en la noción bíblica de paz es, sin duda alguna, el que se sienta esa paz en primer lugar como un don esencial de Dios, exactamente como ocurre con la vida, con la que está indisolublemente vinculada.
2.1 La paz en la esfera individual
A nivel de experiencia individual y cotidiana, la paz, además de la tranquilidad y de la concordia, abarca especialmente el doble bien de la salud física y del bienestar familiar; situación que se considera como fruto de la bendición divina. Por esto la fórmula usual y familiar de saludo: ¡shalom!, está bastante cerca de la otra fórmula: «El Señor esté contigo/con ustedes» (Jue 6,12; Rut
2,4; cf Sal 129,7-8). El despedirse con shalom significa desearle salud y bienestar al otro. Más aún, el morir y el ser sepultado «en paz» (Gen 15,15; 2Re 22,20) tiene un matiz religioso totalmente análogo: se trata de vivir acompañado de la bendición y protección divina hasta el último momento de la existencia terrena. En efecto, mientras que «no hay paz para los impíos» (Is 48,22), el justo tiene «paz en abundancia» para sí mismo y para su descendencia (Sal 37,11.37).
2.2 La paz política y social
No solamente el individuo y su grupo familiar, sino todo el conjunto de la tribu y de todo el pueblo pueden gozar de un estado de paz o verse privados de ella.
La paz con el mundo exterior al pueblo implica naturalmente la ausencia de guerra y del peligro inminente de ella. Ésta es la condición que alcanzó en un determinado momento Israel gracias al rey guerrero por excelencia, David (2Sam 7,1). Nótese, sin embargo, que los textos no equiparan la ausencia de guerra simplemente con la paz, sino que la consideran más bien como su condición indispensable, frecuentemente garantizada por la estipulación de un pacto (berit: 1Re 5,26).
Pero no basta con la seguridad exterior; la paz en su más auténtico valor global puede verse sustancialmente comprometida por el desorden interno del pueblo, denunciado generalmente como falta de justicia. A los reyes les corresponde de manera especial establecer la justicia y la paz. La tradición de Israel tiene claro que no es la fuerza lo primero en la obtención de la paz. La paz que David y Salomón consiguen es sentida como el fruto de la ausencia de maldad y de la presencia de justicia, que fueron capaces de establecer. La realización histórica de la paz de Israel es puesta explícitamente en relación con acciones reales ajustadas a la tarea encomendada por Dios de hacer reinar la justicia (cf. 1Re 3,6). Ahora bien, el problema de la monarquía israelita, y finalmente su crisis y desaparición, está precisamente en que no consiguió evitar que el poder que lleva consigo se convirtiera en violencia. Los reyes de Israel son acusados por la tradición de haber cedido a la tentación de usar el poder en beneficio de sus pasiones y ambiciones personales (ya David y Salomón) hasta transgredir los mandamientos de Dios haciendo “lo malo” (2Sam 12,9), “pecando” (2Sam 12,13), “no guardando la alianza” (1Re 11,11).
La ruptura de la paz salomónica es explicada teológicamente como un castigo divino provocado por la idolatría y el abandono del mishpat (1Re 11,38) por parte de Salomón. Más aún, el cisma que dejará al pueblo de Yahveh «desgarrado” como el manto de Ajías (1Re 11,30s) se va a producir a causa de la exacerbación de la falta de sedaqah por parte del heredero de Salomón respecto de las 10 tribus del norte.
Hay que recordar que éstas habían elegido a David por rey, cuando él ya había reinado 7 años en Hebrón sobre Judá, protegidos por un berit que seguramente contemplaba ciertas condiciones que el rey se comprometía a respetar (2Sam 5,1-3), las que incluían unas relaciones de “hueso y carne”, es decir, de igualdad y fraternal solidaridad, entre las tribus y el rey y su propia tribu. Sedaqah y mishpat significan respetar tal relación. Cuando Roboam fue a pedirles ser reconocido como rey, le dijeron que lo harían si él los liberaba de la “dura servidumbre” y del “pesado yugo” que su padre les impuso, a lo que Roboam, desoyendo el consejo de los ancianos y siguiendo el de sus jóvenes amigos, les respondió que lo iba a hacer más pesado aún. Las tribus, entonces, no lo aceptan como rey y lo expulsan de Siquem.
2.3 Los profetas, la violencia y la paz
sm'(x’ jamás, violencia, injusticia, agresión, atropello, crimen en hebreo, es un concepto jurídico que implica una violación fría e inescrupulosa de los derechos personales de otro, por codicia y odio, a menudo mediante el uso de la fuerza física y la brutalidad. Violencia son las riñas, la maldad, la opresión de los pobres, la mentira, los sobornos contra el justo, las acusaciones falsas, el desprecio de la justicia en los juicios, los robos y la codicia, en fin, todo lo que está amontonado en los palacios de Samaría que, por lo que nos dice Amós (3,10), ha sido reunido a fuerza de abusos y malos tratos contra los débiles y pobres. Expresiones semejantes se encuentran en los profetas en general.
Una forma particularmente grave de la violencia es la del juicio injusto realizado por jueces venales. Amós se alza contra “los que cambian en ajenjo el mishpat y tiran por tierra la sedaqah” (5,7 ss), lo que constituye una “opresión del justo y un atropello a los pobres” (v. 12). El ejercicio del derecho tenía que ser dulce como la miel para los pobres, sin embargo, fue convertido en ajenjo por los jueces vendidos al poder.
Pero además, como los profetas de Israel no separan nunca lo político y lo social de lo religioso, denuncian casi unánimemente la falta de justicia en las relaciones internas entre los miembros del pueblo y lo vacío e incluso sacrílego de un culto prolífico en sacrificios de animales pero que no afectaba la vida de los oferentes, un culto que era más bien un chantaje a Dios para que no se fijara en las fechorías y crímenes que cometían:
Am 2,6-7: Así dice Yahvé: ¡Por tres crímenes de Israel y por cuatro, seré inflexible! Porque venden al justo por dinero y al pobre por un par de sandalias; pisan contra el polvo de la tierra la cabeza de los débiles, y el camino de los humildes tuercen.
Am 5,21-24: Aborrezco, desprecio vuestras fiestas, tampoco me agradan vuestras asambleas solemnes. Aunque me ofrezcáis holocaustos y vuestras ofrendas de grano, no los aceptaré; ni miraré a las ofrendas de paz de vuestros animales cebados. Aparta de mí el ruido de tus cánticos, pues no escucharé siquiera la música de tus arpas. ¡Que fluya, sí, el juicio como agua y la justicia como arroyo perenne!
Esto es lo que se encuentra expresado con fuerza en la categórica afirmación de Isaías: “el fruto de la justicia será la paz, la obra de la justicia será la tranquilidad y seguridad para siempre” (Is 32, 17). Este tema se desarrolla ampliamente en el Déutero- y Trito-Is.
Y algo que puede parecer curioso: especialmente el profeta Jeremías critica enérgicamente a los “profetas de paz”. ¿Quiénes eran estos personajes? Eran aquellos que predicaban paz, esto es, que todo estaba bien, cuando en realidad era todo lo contrario. Eran los que disfrazaban las crisis.
Jer 6,14: “Curan la herida de mi pueblo con liviandad, diciendo: «Paz, paz», ¡pero no hay paz!”. Otra traducción dice: “Curan a la ligera la herida de mi pueblo, diciendo: «Va todo muy bien», cuando todo va mal”.
2.4 La paz en la esperanza escatológica
La verdadera paz, en cuanto que es don esencial de Dios, no puede ser en su plenitud más que un don final de Dios.
Israel, a lo largo de su historia, llena de vericuetos y desilusiones, anhela y aspira a una paz final y definitiva. La concibe, por una parte, como el cese total de la guerra entre los pueblos:
Is 2,1-4: Visión que tuvo Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y de Jerusalén: Sucederá al fin de los días que la montaña del templo de Yahveh estará asentada en la cumbre de los montes y se elevará por encima de los collados. Afluirán a ella todas las naciones, vendrán pueblos numerosos y dirán: «Vengan, subamos a la montaña de Yahveh, al templo del Dios de Jacob, para que nos enseñe sus caminos y sigamos sus senderos». Porque de Sión saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Yahveh. Él juzgará las naciones y será el árbitro de pueblos numerosos. De sus espadas forjarán azadones y podaderas de sus lanzas. No alzará la espada nación contra nación ni se adiestrarán más en la guerra. (//Miq 4,1-4).
Por otra parte, esa paz es entendida como la unificación religiosa de los pueblos en torno a Jerusalén, trono de Dios en medio de Israel, tal como aparece en el pasaje recién leído de Is 2,1-4//Miq 4,1-4 y en especial en el Trito-Isaías enunciado como está al comienzo y al final de este escrito (Is 56,1-9; 66,18-21), como base de la renovación final del mundo entero (Is 66,22-24), encontrando además un desarrollo amplio y espléndido en el poema que constituye el corazón del libro (Is 60-62).
Especial consideración merece la doctrina que vincula la paz final con la persona y obra del mesías. El establecimiento de una comunidad próspera y armoniosa es esperado para el futuro mesiánico, ligado a la llegada de un rey justo: «Vienen días —dice el Señor— en que yo suscitaré a David un vástago legítimo, que reinará como verdadero rey, con sabiduría, y ejercerá el derecho (mishpat) y la justicia (sedaqah) en la tierra» (Jer 23,5). La convivencia comunitaria debidamente ordenada, la lealtad y la solidaridad aparecen como un don salvífico del Dios justo. El mesías futuro será incluso llamado «Señor-nuestra-justicia» (Jer 23,6). En Is 9,1-6 se expresa que esta nueva monarquía es un don de YHWH, de su amor apasionado que no soporta que su pueblo siga en la oscuridad y perdición en la que ha caído.
En tres oraciones que se van intensificando en el centro del pasaje se muestra en qué consiste el carácter maravilloso de este reinado: los grandes flagelos de la humanidad, esclavitud y guerra, son erradicados y en su lugar irrumpe una época de paz perpetua. Los cuatro apelativos que se dan al poseedor del trono indican el nuevo estilo de este reinado de paz: sus fundamentos inamovibles son la equidad y la justicia. Este ideal de reinado es posible únicamente porque es Dios mismo quien pone fin a la violencia y explotación. Cómo sucederá, esto no lo dice el texto directamente, sólo de manera encubierta. Por una parte, subraya que no será por medio del exterminio o esclavización de los actuales detentores del poder, es decir, no se trata de la sustitución de la violencia actual por medio de una nueva violencia, aunque religiosa y disimulada: lo que será destruido no son los hombres sino los instrumentos de violencia, los instrumentos de tortura de los dueños de esclavos y el derramamiento de sangre de los militares. Por otra parte, la indicación “como el día de Madián” puede referirse a que esto sucederá precisamente allí donde desde una perspectiva humana queda muy poca esperanza (cf. Jue 7). En estos pasajes hay una vinculación íntima entre el mesías lleno del espíritu de Dios y el reinado que él funda de justicia y paz, vinculación que en el cristianismo ha sido normalmente pasada por alto. No se trata sólo de una existencia religiosa, su finalidad es una humanidad nueva porque es finalmente dichosa.
También este enviado (y es ésta la perla preciosa encerrada en el centro del poema de Is 60-62), por la presencia del «espíritu del Señor» sobre él, es decir, en virtud de una superior unción» (verbo mashaj, de donde se deriva mashiaj, «ungido»), será consagrado como «evangelizador de los pobres» (Is 61,1). Tal es el esbozo vigoroso del tema del «evangelio de la paz», que resuena también en otros lugares, entre ellos, en Lc 4, donde Jesús en la sinagoga de Nazaret, lee este pasaje del rollo de Isaías, y al finalizar dice: “Hoy se ha cumplido esta Escritura que acaban de oír” (4,21). Zac 9,9: Regocíjate sobremanera, hija de Sión. Da voces de júbilo, hija de Jerusalén. He aquí, tu rey viene a ti, justo y salvador, humilde, montado en un asno, en un pollino, hijo de asna.
En Mc 5,34, Jesús despide a la hemorroísa que ha sanado con la fórmula familiar para el AT y el judaísmo: “¡Vete en paz!” En conexión con los actos poderosos de Jesús que hacen presente el Reino de Dios, esta fórmula de bendición significa la promesa de la salvación escatológica, de la paz mesiánica.
El encargo de anunciar esa promesa es dado por Jesús a los discípulos en el envío que les hace a la misión en Mt 10: no hay que entrar en ninguna ciudad y en ninguna casa sin hacer la promesa de salvación en forma de un saludo de paz.
Cuando en Mt 10,34 Jesús dice “No he venido a traer paz, sino espada”, no llama a los discípulos a empuñar la espada (cf. Mt 26,52 le dice al que sacó la espada que la guarde “porque todos los que empuñen la espada, perecerán a espada”), sino que vaticina cruel persecución y las diferencias y oposiciones que se producirán en las familias y en el pueblo por la fe en él.
En la doble obra de Lucas, el concepto se asocia, por un lado, con la idea helenística de epifanía y, por otro, con la ideología de la paz imperial. Así, en Lc 2,14 cuando los ángeles del cielo alaban a Dios diciendo: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace”, Lucas ensalza la epifanía o manifestación del Altísimo en aquel niño que está en la gruta, y la proclama como la demostración benevolente del beneplácito divino. Lo que los ángeles cantan, lo proclama también el clamor de júbilo de los discípulos con ocasión de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén en 19,38: “¡Bendito el rey que viene en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en las alturas”. Lucas va más allá de los rasgos davídicos y declara que aquel que entra es el Dios-Rey. Por medio de él se difundirá desde Jerusalén sobre los gentiles la verdadera paz del reino de Dios, en contraste con la paz del emperador.
En Jn 14,27 “La paz les dejo, mi paz les doy: no como el mundo la da, la doy yo. No se turbe vuestro corazón ni sienta miedo” y 16,33 “Estas cosas les he hablado para que en mí tengan paz. En el mundo tienen tribulación; pero confíen, yo he vencido al mundo”, que se encuentran en los discursos de despedida, se halla la autoridad del Revelador enviado a sus escogidos que se encuentran en el cosmos hostil a Dios. A ellos les deja su paz supraterrenal, que consiste en la unidad del Hijo con el Padre.
Y en las apariciones del resucitado a los discípulos, cuando éstos estaban encerrados por miedo, les dirige el saludo de paz (20,19.21.26), demostrando que los discípulos, en medio de la angustia que padece el mundo, siguen estando unidos dentro de la indestructible seguridad de esa relación divina. Para Pablo, el bien de la paz es concedido por Dios, gracias a Cristo, destruyendo ante todo el obstáculo del pecado y todo lo que va unido a él, lo que genera nuevas relaciones con Dios y con los demás seres humanos.
32), hasta el punto de que incluso lo que Dios realizó para comenzar el proceso de salvación en Israel, es decir, su ley, por la fuerza corruptora del pecado no sólo se convierte en causa de muerte para el que está bajo la ley (Rom 7,13), sino que se hace también para el que está fuera de la ley una barrera divisoria respecto a Israel y un motivo de «enemistad» (Ef 2,14-15). La eliminación del pecado por obra de Cristo elimina también la barrera de la ley y tiene como objeto la «reconciliación» de los hombres con Dios y entre ellos mismos, es decir, la «paz»: paz con Dios, a través de la «justificación» (Rom 5,1), y paz global con Dios y entre los hombres en la «reconciliación» universal (Rom 5,10; 2Cor 5,18; Ef 2,16; Col 1,20-22).
Mt 5,9
En la bienaventuranza de Mt 5,9 dice: Maka,rioi oi` eivrhnopoioi,\ o[ti auvtoi. ui`oi. qeou/ lhqh,sontaiÅ Hay que empezar diciendo que eivrhnopoioi, no designa una cualidad de la persona como su carácter o su disposición a la paz, sino una actividad: su acción pacificadora. Jesús declara dichosos a los “hacedores de paz”, que podríamos llamar también “artesanos de la paz”, individuos que trabajan por establecer la paz, es decir, por crear las condiciones necesarias para que exista paz entre los seres humanos y, en consecuencia, por quitar los obstáculos que la impiden. El problema es qué se quiere decir con “paz”. Hay dos interpretaciones que no se contraponen sino que se complementan.
1ª Corresponde a lo que hemos visto en Pablo como reconciliación. Pacificadores puede designar a los que se reconcilian o “hacen las paces”, o bien a quienes procuran que otros hagan las paces. Otra cosa será, y que escapa a los límites de esta presentación, cuales son los pasos y requisitos de la reconciliación.
2ª Como ya hemos visto, la paz para la mentalidad semítica, no se define sólo por oposición a la guerra; abarca además todos aquellos factores necesarios para que el ser humano viva en armonía con la naturaleza, consigo mismo, con los demás y con Dios. Allí donde hay injusticia, explotación, falta de libertad, miseria, sufrimiento, enfermedad, etc., no existe paz. Por consiguiente, la actividad en favor de la paz, denotada por eirenopoioí, no se reduce a impedir la guerra, sino que comporta además la tarea de favorecer todo aquello que permita la realización humana y de luchar contra todo lo que la impide. Esta actividad coincide con la tarea que se le asigna a Dios en los vv. 4b.5b. y 6b. 4b “poseerán la tierra” implica independencia, supresión de sometimiento. 5b “serán consolados” (pasivo teológico: consiste en recurrir a la voz pasiva de un verbo cuyo agente es Dios, como una manera de evitar nombrarlo) implica supresión de sufrimiento. 6b“serán saciados” implica supresión de injusticia.
Entonces, trabajar por la paz supone afanarse porque los seres humanos disfruten de independencia y libertad (4b), no sufran opresión (5b) y porque entre ellos exista la justicia (6b). Por su parte, el apelativo ui`oi. qeou indica que entre los eivrhnopoioi, y Dios existe una relación tan estrecha que se expresa en términos de filiación. Ahora bien, en la mentalidad hebrea, el apelativo de una persona es expresión de su ser pero a través de su obrar. Desde esta perspectiva, los hijos son los que actúan como el padre (ver Jn 8,39: Ellos le dijeron: -¡Nuestro padre es Abraham! Pero Jesús les contestó: Si ustedes fueran de veras hijos de Abraham, harían lo que él hizo). Por consiguiente, si Dios los denomina como hijos es porque se comportan como tales, es decir, por su actividad son semejantes a su padre.
Por tanto, así como Dios remueve los obstáculos que impiden la paz porque, como se afirma a lo largo del NT, él es el Dios de la paz, así también los eivrhnopoioi, realizan una actividad semejante a la divina. Esta semejanza de actividad en favor de la paz es condición y fundamento de la íntima relación que se establece entre ellos y Dios, expresada en el texto con el apelativo “hijos de Dios”1.
os constructores de la paz son también las personas que trabajan por establecer las condiciones favorables para que todos y cada uno puedan desarrollarse en la línea de su humanidad. Aquí, la “paz” coincide con la “justicia” en el sentido con que hoy se entiende este término. Pero más que de una justicia en el plano económico, hay que hablar de una justicia humana integral: permitir a los individuos y a los pueblos el acceso a todo aquello a lo que tienen derecho para desarrollarse en todas las dimensiones de su humanidad. 1 Cf. Fernando Camacho, La proclama del Reino. Análisis semántico y comentario exegético de las Bienaventuranzas de Mt 5,3-10, Ediciones Cristiandad, Madrid 1986, 148-151.
Esta segunda línea de significado de la bienaventuranza lleva más lejos sus exigencias, ya que la paz que hay que establecer es no solamente una ausencia de divisiones y de guerras, sino positivamente una situación de justicia, un mundo en el que cada uno disfruta de las condiciones favorables para crecer humana y espiritualmente (cf. el shalom prometido en el Antiguo Testamento). Se puede añadir más todavía: solamente trabajando por la justicia humana se asegura la paz en el sentido de ausencia de conflictos y de guerras.
La paz de Dios es universal, busca el bien y el gozo de todos. Pero cuando la paz se quiere reducir a un grupo, y más aún a un grupo insolidario, y más aún a un grupo dominante y opresor, que trata de impedir la extensión de la paz, de la justicia y del desarrollo, la paz de Dios pasa por la destrucción de esta falsa paz, paz sectaria e injusta. Hablar de paz en estas situaciones es evidentemente un engaño y una traición a la misma idea de paz. Es levantar una fachada que intenta encubrir una injusta situación social. Si los creyentes por nuestra pasividad y conformismo contribuimos al mantenimiento de las situaciones de injusticia, nuestra fe puede ser acusada de alienante.
Lo que dificulta o hace imposible la paz no son las guerras –éstas son la consecuencia de la falta de paz-, sino las condiciones de vida que impiden el justo desarrollo de los seres humanos y de las sociedades. Trabajar por la paz es trabajar por la justicia.
Para finalizar, un pasaje de la carta de Santiago: “¿De qué sirve, hermanos míos, si alguno dice que tiene fe pero no tiene obras? ¿Acaso puede esa fe salvarle? 15 Si un hermano o una hermana no tienen ropa y carecen del sustento diario, 16 y uno de ustedes les dice: Vayan en paz, caliéntense y sáciense, pero no les dan lo necesario para su cuerpo, ¿de qué sirve? 17 Así también la fe por sí misma, si no tiene obras, está muerta. 18 Pero alguno dirá: Tú tienes fe y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin las obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras. 19 Tú crees que Dios es uno. Haces bien; también los demonios creen, y tiemblan.
Sin duda la paz es un don de Dios, sí, pero que se acoge en la justicia.
Tenemos, por tanto que pedir la paz de Dios para luchar sin violencia por la justicia.