La tarea del católico

De lo acontecido en Chile en este mes se pueden hacer varias lecturas. En efecto, son muchos los cientistas políticos, historiadores, sicólogos, abogados, sociólogos y economistas que desde sus propias competencias intentan responder a este verdadero estallido social de millones de personas que dijeron que no se sentían considerados en su propio país, que se sentían maltratados, y que exigían otro modo de relacionarnos entre nosotros.

A ello se sumó un grupo, no menor, de personas, la mayoría jóvenes, que destruyeron con inusitada violencia los bienes públicos y el trabajo de años de muchos. Y como se fuera poco, lamentablemente, hubo pérdida de vidas humanas y muchos heridos.

Ha sido doloroso ver que el fantasma de la violación a los derechos humanos ha vuelto a aparecer, y lamentablemente, con fuerza. Yo haré una lectura teológica, la que espero, pueda enriquecer las demás que sin duda son un aporte.

A la luz del misterio de la creación todos hemos sido creados por amor y para el amor. El amor, dado y recibido, en todas sus formas, es la condición de posibilidad de una vida plenamente realizada y de una vida armónica con uno mismo, los demás y la naturaleza, porque su fuente es Dios. Cuando falta el amor en nuestras vidas, nos sentimos desorientados, sin rumbo. San Pablo dice que si él no tiene amor, sencillamente, es nada.

La sociedad chilena no gira en torno al amor, no nos enseñan a amar y tampoco se promueve el amor como categoría fundamental de la convivencia ni como el método para conseguir el bien común. Se optó por la competencia desde la más tierna infancia y por la tesis de que el bien común, es decir el ambiente donde se comparte un horizonte común de sociedad, es la suma del bien individual, es decir lo que logra cada cual. Desde esta lógica, como consecuencia, el dinero adquirió la categoría de fin y no de medio, las personas pasaron de ser sujetos que valen por sí mismos, a un mero engranaje de la maquinaria productiva y el trabajo una mera mercancía que se transa en el mercado.

Este sistema encandiló, pero nos dejó ciegos y no fuimos capaces de darnos cuenta que en medio de sofisticadas estrategias de marketing, un grupo importante de la población iba quedando en el camino. Sobre todo los más débiles, los niños, las mujeres jefas de hogar y los ancianos.

Este malestar fue creciendo a tal punto que se hizo saber con fuerzas en las calles. Lo que más aparecía como demanda era la superación de la inequidad, que es fruto del sistema, que no logra otorgarle una vida digna a los más pobres y desvalidos. Esta inequidad se hace patente en aspectos tan básicos de la vida como tener una pensión para llevar una vida digna y cuidados médicos de calidad.

Desde una categoría teológica los bienes tienen un destino universal. Están destinados a todos. Sin embargo, hoy unos pocos tienen mucho y muchos tienen muy poco. Desde la misma perspectiva sobre los bienes grava una hipoteca social. Sin embargo, encontramos diferencias abismantes en el acceso a los bienes y servicios que tienen algunos, respecto de la mayoría de los chilenos.

El país, en ese contexto, se fue debilitando en su entramado y en su rica diversidad. Creció, lo que el Papa Francisco llama la globalización de la indiferencia y Chile comenzó a segregarse cada vez más. Y ello, se notaba en los barrios, los colegios, las universidades, en definitiva, en todo. Y ello es inhumano, no responde al querer de Dios que nos da el sol y la lluvia a todos por igual. Además, en ciertos ambientes de poder, se fue generando una cultura cleptocrática que se concretó en cohecho, colusión, boletas ideológicamente falsas, corrupción, evasión de impuestos, estafas, abusos y robos. Aquello definitivamente indignó a la ciudadanía. Y con razón.

A los católicos, en este contexto, nos corresponde rezar mucho y hacer un adecuado discernimiento para que en todos nuestros actos prevalezca el bien común, aun en perjuicio propio. Nos corresponde también llamar siempre a que prevalezca la razón en nuestros juicios, y nunca usar la violencia verbal, sicológica o física para hacer ver nuestro punto de vista.

Es tarea de un católico promover la democracia y el estado de derecho que tanto costó alcanzar y participar de las instancias ciudadanas que se vayan dando con el correr del tiempo. También ayudará a recomponer el tejido social si somos testimonios vivos de amor, de generosidad, de entrega hacia los demás. Que se nos note con acciones, más que con palabras, que estamos de manera efectiva cerca del que nada tiene y que somos promotores activos de una sociedad mejor.

Los católicos no estamos llamados en esta hora de dolor a hacer análisis simplistas de la realidad ni tampoco estrategias de marketing. ¡Lejos de eso! Es la hora de la oración, de estudios acabados de la realidad, para poder ver bien y no hacer juicios superficiales. Es la hora de realizar diagnósticos serenos, movidos por la fe y la razón y no por la pasión del momento, y sobre todo a actuar al modo de Jesús viviendo el mandamiento del amor.

+Fernando Chomali

Arzobispo de Concepción

Publicado el: 25 noviembre, 2019