En marzo pasado nos preparábamos para retomar nuestras actividades habituales, cuando la pandemia cambió abruptamente nuestros planes y nos enfrentó a un escenario extraño, que rápidamente debimos asumir como normal. Las clases online o a distancia pusieron a prueba la vocación de los educadores, quienes con esfuerzo han tenido que adecuar los planes y programas, aprender la utilización de las nuevas plataformas digitales, compatibilizar el espacio familiar que pasó a ser también el laboral, ampliar la mirada para ir al encuentro de aquellos estudiantes y familias que quedaban al margen de esta nueva forma de educar.
Durante este tiempo de pandemia y confinamiento he tenido la oportunidad de comunicarme con profesores de varias comunas de la Arquidiócesis, ocasión en que hemos compartido sus esperanzas, miedos y anhelos, la preocupación por sus estudiantes y el deseo de dar continuidad al proceso de aprendizaje. Con todo, saben que están llamados a algo más que el ejercicio de su vocación de educadores: trascender en su capacidad de amar al prójimo, en la búsqueda y entrega de las más diversas formas de enseñar, en la capacidad de ponerse en el lugar de las familias que han vivido estos meses en condiciones extremas. Debemos trascender con el esfuerzo puesto en una educación humanizadora, que sitúe en el centro a la persona del estudiante ya que lo que permanece en el tiempo es la diferencia en el trato, la comprensión y el apoyo que se pueda ofrecer a cada estudiante y a sus familias.
Con admiración, veo el esfuerzo que han realizado para dar respuesta a las exigencias de su rol como docentes. Han debido reinventarse, adecuando sus clases planificadas de manera presencial a una interacción virtual o a distancia. En este paso, debemos considerar la heterogeneidad en los docentes y su grado de cercanía con las herramientas digitales. Han aceptado el desafío de no dejar solos a sus estudiantes y acompañarlos no solo en el proceso de aprendizaje sino también en la contención emocional, donde se ve reflejada su vocación y el cariño.
Nuestro Arzobispo en el Te Deum recientemente realizado, los menciona como parte de las luces que hemos tenido en estos tiempos difíciles: “frente a un escenario desconocido e incierto, han dado lo mejor de sí para sacar adelante los estudios de sus alumnos de educación básica, media y universitaria (…) que sin la vocación que los anima habría sido imposible sacar adelante. Chile cuenta con un cuerpo docente extraordinario que hace de la adversidad una gran oportunidad para enseñar y sacar lo mejor de los alumnos”.
El compromiso de los profesores no ha quedado solamente en mantener el vínculo pedagógico con sus alumnos, sino que han sido impulsores y colaboradores en innumerables iniciativas solidarias, que han intentado paliar las crecientes dificultades socioeconómicas que han surgido producto de la pandemia. Así, hemos sido testigos de ollas comunes, canastas familiares, apadrinamiento a familias de sus alumnos con sus propios recursos, tanto económicos como en tiempo de calidad. Sin duda, un hermoso ejemplo de amor y dedicación, que nos demuestra la unión inseparable entre el amor a Dios y a las personas.
Como Vicaría Episcopal para la Educación, saludamos afectuosamente a los profesores y profesoras que en este mes de octubre celebran su día. Les animamos a continuar con fuerza en esta bella misión de educar.
Adriana Fernández Álvarez
Delegada Episcopal para la Educación